MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO
La soberbia es, sin duda alguna, el pecado capital que peor tolera el vulgo. Podemos pasar la gula, nos encanta la lujuria, normalizamos la envidia en esta sociedad 2.0 de valores ignotos, pero la soberbia… Con la soberbia no podemos. Llegamos, incluso, a permitir la ira dependiendo de la ocasión, estamos deseando disfrutar de un ratito de pereza y santificamos la avaricia con la alevosía de la apariencia, pero la soberbia no admite disimulo, y no la toleramos bien. Qué le vamos a hacer. Por eso cuando un tío se empeña en superar el desprecio manifiesto que le profesa el sector que domina una plaza y es capaz de lograrlo a puro cojón el hecho en sí nos cabrea. Porque es -no lo duden- un acto de suprema soberbia.
La soberbia la cometió en su momento Lucifer al pretender ser igual que Dios. Hoy un tío mucho más carnal y menos mítico se vistió de sangre de toro para saberse mayor que sus detractores. Porque entre los 24.000 que estábamos en la plaza (más uno, que hay que sumar al Rey Felipe VI) sobresalíamos los que pertenecemos al vulgo que admira a sus héroes, y por eso los pañuelos blancos a la muerte del cuarto superaron incluso al rechazo proverbial a la soberbia. A lo mejor estamos equivocados, pero nosotros disfrutamos con eso, oiga.
Nosotros, el vulgo que se rindió a la soberbia, veíamos en el cuarto toro que se iba la Beneficencia entre bostezos y calor. De hecho, tentado estaba ya de dedicarle esta crónica al bocata de jamón que me trajo mi cuñado Felipe, soberbio de todo punto. Pero entonces emergió un tipo acostumbrado a bregar con el maltrato de Madrid. Y todavía le duele, veinte años después de su primer paseíllo aquí, por eso saca soberbia para sobreponerse a este vulgo. Y las dos veces que ha pisado este año este ruedo ha traído rédito el pecado.
Hoy fue con un toraco larguirucho y cornalón, manialto y zancudete que rebasaba de largo los seis quintales de manso, pero que se quedó en el trapo el tiempo justo para exprimirle el fondo. Y a ello estaba destinado, porque era la última bala de El Juli en este año y se fue a soplarle chicuelinas en el quite para abrochar después con una cordobina y una larga muy garbosa. Ahí ya había llegado al vulgo, aunque no resultase lo expuesto demasiada delicatessen para los gourmets de la úlcera sangrante. Para eso creo que iba muy bien el Mabogastrol, y se lo enchufó Juli en vena llevándose al animal a los medios en sólo cuatro muletazos, ganando el paso en cada doblón, dejándolo colocado para proponer el toreo. Proponerlo, sí, porque se hundió Julián en el suelo, le echó el trapo con la zurda y esperó a que llegase humillado y se fuera a su aire, sin prisa por reventarlo, sabedor de que ganaría echándole corazón.
Y se lo echó con soberbia como se echa la tela abajo, se engancha con sutileza firme y se conduce, primero, se gobierna después y se tiraniza por fín cada embestida potable. No fueron todas, pero alguna hubo antes de llegar con los pitones al terno. Y no era cualquier borrega el toro de Victoriano, que carecía de poder, es verdad, pero gozaba de disparo para ponerte en el tejado al menor descuido mayor. Y Julián entre pitones, conduciendo la arrancada hasta detrás de su cuerpo, retirando la muleta con el cuerpo entre él y el toro, con los pitones asomando a cada lado del pecho. Fue soberbio el alarde de Julián, que es obligación de una figura, pero aquí siempre despacha sus cuitas más personales y hoy le salieron de cara tras el certero estocadón. Una oreja le pidió el vulgo. Y una oreja se le concedió. No hay más preguntas, Señoría.
Porque ni soberbia ni atisbo de tiranía tuvieron Manzanares y Talavante en día de que saliera cruz. Ni el rajado castaño de Domingo Hernández que hizo segundo bis, ni el negro toro de Victoriano que se rajó en quinto lugar le permitieron a Josemari más que un par de arrebatos de soberbia para soplar un farol desde lejos y luego ponerse a gallear por chicuelinas al quinto para colocarlo en el penco. Y ni el escurrido de Toros de Cortés que hizo tercero ni el vareado sexto de cara aparatosa se le fueron a Talavante con ritmo detrás del trapo rojo, por lo que los silencios de hoy dejand inédita para el vulgo una Beneficencia en que vino la soberbia a iluminar la tarde.
Y da igual que la llevemos bien, que la toleremos mal o que nos la traiga al pairo, porque lo que no se discute -te guste más o menos su concepto- es la capacidad de una figura. Que luego tiene que tirar de soberbia para convencer al vulgo y entre éste siempre hay cuatro o cinco que tampoco lleva bien comprobar los propios errores. Y de esos, todos cometemos muchos a lo largo del día; sólo hay que reconocerlo. Y no pasa na...
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas. Corrida de la Beneficencia.
Lleno de No Hay Billetes.
Cinco toros de Victoriano del Río, uno de Toros de Cortés (tercero) y un sobrero de Domingo Hernández (segundo bis) desiguales de presencia y tipo, variados de capa. Deslucido e insulso el feble primero; devuelto el segundo por flojo; mansurrón y deslucido el segundo bis; protestón y rajado el tercero; pasador sin gracia ni clase el cuarto; soso y sin entrega el feble y rajado quinto; pasador sin emoción, ni entrega, ni clase el sexto.
El Juli (sangre de toro y oro): silencio y oreja.
José María
Manzanares(cobalto y oro): silencio y silencio.
Alejandro Talavante (obispo y oro): silencio y silencio.