MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA;
LUIS SÁNCHEZ OLMEDO
El día del Patrón nunca es mal día para acudir a los toros. Eso lo sabe el Rey jubilado, que suele recibir brindis sinceros y sentidos de los protagonistas del espectáculo. Hay que reconocerle a Don Juan Carlos su afición y su defensa de esta fiesta nuestra, sobre la que siempre reinará por muy jubilado que se encuentre. Pero hay tardes -como hoy- en que la sinceridad de su presencia en el espectáculo más sincero del universo queda mancillada por triles y juegos de manos que pretenden triunfo fácil y gloria barata. Y son malos tiempos para esta lírica.
Hablar de Tauromaquia debe significar hablar de verdad. A pesar de que consista en burlar a un toro a base de engaños, la apuesta de la vida y la exposición del cuero no debe negociarse entre los que se visten de luces, porque aquí se sangra de verdad, y hoy puede acreditarlo el infortunado Lebrija. Al tercero de Curro Díaz un tropezón a destiempo lo mandó al hule por obra y gracia del primer Montalvo. Y hasta ahí todo estaba siendo verdad. Porque el saludo encaderado de Curro al abreplaza lució la brillantez de las tardes grandes, cadencioso, acompasado, saboreando una media que parecía entera mientras se iba despacito a morir en la rosca eterna. Hasta ahí, dicho está. Porque entonces llegó el brindis al Rey y su vivaespaña lo hizo cómplice visual -al Rey- del cambio de manos que supuso el inicio del trile de hoy. Lo convirtió, por tanto, en el Rey del trile.
Y aprovechó Curro que se encuentra sobre chiqueros el abono de Don Juan Carlos para iniciar allí-donde menos podía molestarse- el trasteo al inválido, protestado con fruición y con razón; mantenido en el ruedo con cerrazón. Desde entonces se transmutó el torero de Jaén, del que espera el del tendido la clase bien compuesta, el pellizco de la hondura y en el muletazo en corto y de intenso sabor. Ese que se anunció en Madrid no puede brillar con ese inválido con nobleza con que le tocó iniciar la de Montalvo, pero tampoco jugar al trile con el buen cuarto, de inesperada duración, dadas sus voluminosas formas.
Al trile, sí. Porque la ventaja de la veteranía es que se conoce el lugar donde se juega uno los cuartos, y cuando se tiene la estética bien mecanizada puede que se tenga la suerte de que el que valora vea sólo lo que el que torea quiere que vea. Fue el mismo que otras veces; fue aquel de las puertas grandes, el de pasear las orejas, el de conquistar pupilas, el artista pellizcador. Pero para vender hay que contar también con algo de suerte, y hoy no le compraron el toreo despegado y por fuera -muy estético, eso sí-, la oferta de distancia generosa que escondía el egoísmo de utilizar las inercias, la compostura apuesta de cincelar los embroques que no molestan nunca en la cómoda media altura. Un natural por aquí, un derechazo por allá, las firmas bordadas en piel y colgadas en el cielo de Las Ventas; todo más sabroso que profundo. Por eso duró el acochinado animal, que nunca sintió exigencia alguna -y su forma de empujar el trapo con las puntas lo demandaba-, razón por la cual estaba muy vivo aún cuando le enseñaron la espada. Y si llega a entrar arriba y no baja hubiera mojado Curro de nuevo, porque hubiera sido también el rey del trile.
De trilero fue también lo de Paco Ureña hoy, aunque en su intención y en su fondo no estuviera engañar a nadie. El tremendo topetazo que se llevó contra las tablas del poderoso colorao quinto le mermó la capacidad y le exigió un esfuerzo descomunal para permanecer en el ruedo. Y fue generoso en la entrega por pensar en torear más que en su integridad física, pero no pensó en el espectáculo. Si lo hubiera hecho, se hubiera ido a buscar a Padrós, como aconsejaban las circunstancias, pero permaneció en la arena. Sentado en el estribo en el tercio de banderillas; cojitranco y dolorido cuando cogió la muleta. Pero jugó al trile, aunque él no sea consciente. Porque no le ofreció al animal -no estaba en condiciones- la distancia que pedía para conseguir la inercia que le faltaba, lo que lo hubiera afianzado en la arena. Porque no le perdió pasos -no estaba en condiciones de hacerlo- para fomentarle la repetición a la transmisión humillada que había dejado entrever. Porque quiso vender pureza enfrontilando los cites y exagerando la oferta del vientre cuando al apagado animal no le habían construido la embestida para concluir las tandas. Hubiera hecho falta algo de suerte, pero si la suerte llega algún día a llamar a la puerta de Paco es mejor que no lo vea con la cara de hoy, porque huiría despavorida.
Estaba anunciado en el cartel Alberto López Simón, pero no asistió a la cita. El torero que conquistó esta plaza a base de verdad y entrega saliera lo que saliera por la puerta de chiqueros sufrió un truco de trilero y en su lugar llegó un alma en pena vestida de tabaco y oro. Un alma sin alma que pululó por el ruedo mientras se preguntaba la parroquia «¿quién es este tío y qué ha hecho con Alberto?». Qué han hecho con Alberto me preguntaba yo, porque su controvertida personalidad aún sangra hasta la pantorrilla por el daño que el pasado año le hizo explotar. Y ya no se encuentra en el paseo con el cariño de esta plaza, que hoy pitó a su sustituto mientras pensaba que buscaba la forma de meterle mano a Carcelero y en realidad se buscaba a él mismo. Un truco de trilero ha sufrido en su primera tarde de esta feria en la que le quedan dos más. Lo bueno es que lo ha sufrido más veces y siempre ha vuelto el mejor Alberto, que traerá de regreso a López Simón.
Pero concluyó la de Montalvo sin más sobresalto que una división. Con el único toro que fue claro para todos, cristalino como su ovación. La lástima para Juan Ignacio es que el trile que apareció hoy le cambió la apariencia a otros dos y no parecieron tan buenos. Y con tres toros de triunfo en una corrida en Madrid cambia mucho la impresión de un hierro al que le pidieron hoy que no vuelva a esta plaza. Qué caprichoso e injusto fue hoy para él el Rey del trile.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza
de toros de Las Ventas. Quinta de la Feria de San Isidro. Corrida de toros. 22.085 espectadores.
Seis
toros de Montalvo con presencia y cuajo, de variados tipos. Noble y con cierta calidad el inválido primero, pitado; De clase y empuje sin poder el mortecino e inválido segundo, pitado; noble y repetidor el humillador tercero; con fijeza e importancia el buen cuarto, aplaudido; humillado y con transmisión, pero no le dejan desarrollar al quinto; noblón pero desaborido el colorao sexto.
Curro Díaz (turquesa y oro): silencio y división.
Paco Ureña (purísima y oro): silencio y silencio.
López Simón (tabaco y oro): silencio tras aviso y silencio.
Saludaron Domingo Siro y Jesús Arruga tras banderillear al tercero.