DAVID JARAMILLO
En días de prisas (y Madrid sabe de eso) cada vez se hace más valiosa la paciencia, marcar los tiempos, las pausas… Pero cuesta esperar, sobre todo cuando un joven veterano, curtido en mil y una batallas, ha vuelto a dejar en Las Ventas la evidencia de una sobrada capacidad a la espera de una embestida que ofrezca algo más que problemas y abulia. Madrid le debe a Alberto Aguilar una puerta grande, a cuenta de uno de esos presidentes que se visten de protagonistas en su día, pero él sabe aguantar, aunque el tiempo pasa, tiene claro que lo lleva dentro y su momento llegará.
Como llegará también el momento en el que a David Galván le respeten los toros. Hoy fue uno de La Quinta el que le mandó al hospital, hace un año en esta misma plaza uno de Gavira y antes muchos otros en diferentes cosos. David no se sabe tapar y tampoco lo quiere hacer. A pesar de su juventud, su propuesta es una de las más puras del escalafón. Por eso no tiene prisas, sólo necesita de ese puntito de suerte para que ese toreo caro que le brota por cada poro, y que derrama en los pueblos, se dé en una plaza grande. El impaciente soy yo (será que ya me hice gato), que estoy deseando ese momento en el que el gaditano por fin rompa el maleficio y cambie la enfermerías por puertas grandes.
A quién noté un punto fuera de tiempos fue a Javier Jiménez, que hace menos de un año se apresuró en descerrajar la puerta grande y hoy pareció llegar un segundo después a todo. Tardó en hallar el sitio y apretar al quinto, que le anticipó su calidad por el derecho antes de que el sevillano se decidiera a gobernarle, lo que ocurrió en una serie buena de verdad, pero era la última que el toro le iba a entregar. Se había hecho tarde. Cuestión de tiempo.