MARCO A. HIERRO
Es la pregunta que buscará respuesta esta tarde en el albero del Baratillo. No por necesidad imperiosa de contestación, ni porque en realidad importe a la hora de verse en un despacho -los resultados cada vez son más lo de menos-, sino porque el ego personal de los que integran la élite no les permite quedar por debajo de nadie. Por eso intentarán demostrar quien manda en La Maestranza tres toreros con méritos y capacidades para conquistar el favor de Sevilla.
Morante manda -y mucho- en la confección y el desarrollo de la feria de su pueblo. Cumple hoy su segunda tarde en La Maestranza, después de un Domingo de Resurrección en el que apenas dejó detalles con una corrida de Cuvillo que no sirvió. Sin embargo, él, que es consciente de su situación y de los rivales en el paseo, por eso anda por encima del bien y del mal. Y por eso es una incógnita su paso de hoy por el ruedo sevillano.
El toro de Garcigrande, además, es un animal que se mueve y eso lo necesita el genio sevillano para armar el percal que espera el tendido. Y lo espera mucho más cuando ayer los imberbes se empeñaron en sacar los colores a todo el que se precie de manejar bien el trapo rosa toreando de forma brillante. Fue el caso, por ejemplo, de José Garrido, al que seguramente José Antonio no le vaya a pasar que quisiera superarlo en el patio de su casa.
Sin embargo, es Morante. Y Morante y su personaje son una incógnita en sí.
Primera tarde de El Juli en Sevilla en este 2017 y en el cartel más vendido del serial, toreando segundo y quinto y con su ganadería predilecta, la que mejor conoce, entiende y disfruta. Si eso no es mandar, que alguien se lo explique al que no lo vea.
Es difícil, muy difícil entrar en competencia con Julián por ese amor propio y esa raza descomunal que lo han situado a la cabeza de todos desde hace casi veinte años. En Sevilla, además, ha tenido amores y desencuentros, porque aquí abrió dos Puertas del Príncipe un año y al siguiente decidió no venir. Y todos le miraron a él cuando los demás hicieron lo mismo. Tiene carisma y tiene carácter para liderar, por eso se convierte también en el blanco de las miradas. Y hoy no va a ser menos.
Porque ha sabido reinventar su toreo desde la verticalidad, la profundidad y las banderillas hasta el dominio completo del animal y su voluntad, con media muleta arrastrando y un muletazo sin final que comienza en Sevilla y acaba en Nueva York. Pero eso -como todo- no le puede gustar por igual a todo el mundo, y como buen cabecilla de cualquier ámbito tiene una diana pintada en la nuca para las mentes obtusas. Esas que no recuerdan que su última gran cornada, de la suficiente gravedad como para llegar a temer por su vida, la recibió en este albero.
El extremeño es, tal vez, el más esperado -junto con Roca Rey- de todos cuantos se acartelan en el serial sevillano. Alejandro se enfrenta quizá a la temporada en la que ha decidido mandar sin paliativos, sin excusas y sobre todo sin mirar hacia los lados. Porque el principal enemigo de Talavante de aquí en adelante será el propio Talavante y su búsqueda permanente del más allá.
Viene Alejandro de firmar un 2016 rotundo en el triunfo, contundente en la impresión y esclarecedor de la lejanía del techo de un torero que no tiene límites a día de hoy. Tiene Talavante tanta capacidad de sorpresa -hasta para sí mismo- que no se le otea el horizonte, porque también sabe ensayar a la perfección la espontaneidad que vende. Porque el mejor arrebato que le vemos hoy lo llevará ensayando quince días, y cuando llega la inspiración suele pillarlo -como a Picasso- trabajando.
Es el torero de la muñeca de goma, de los dedos hipersensibles, de la palma sensitiva para manejar una franela. Porque con todas esas partes de su cuerpo toca y coloca a los animales en el tramo que él elige dentro de la tela roja. Y luego cimbrea cadera, alarga brazo, escorza el tronco sin perder la naturalidad y flamea los vuelos con tanta delicadeza que se olvida uno del valor que tuvo en el cite para pisar el sitio que pisa.
Ese es Talavante. Tan genio como el de la Puebla, pero sin personaje preconcebido.
La
divisa salmantina tiene en Salamanca su cuartel general en los dos hierros que
pertenecen a la familia Hernández, que ha logrado un toro tan peculiar que hay
que maridarlo con figuras del toreo que conozcan sus arcanos. Pasa el de
Garcigrande por un toro chico y aborregado; lo uno no tiene por qué cumplirse y
lo otro no se cumple casi nunca, porque es el que cría Justo Hernández un
animal de arrancada ligera, galope franco y mucha codicia para perseguir los
avíos, por lo que es más fácil que salgan con correa que bobalicones.
Sin
embargo, hay que tener mucha capacidad para cuajar las muchas virtudes que
suelen tener los garcigrandes para la Tauromaquia actual. Por eso la vacada
charra se constituye en un fijo de las grandes ferias y por eso El Juli se
convierte en un fijo de los carteles donde se anuncia. Un indulto en Salamanca
el pasado año puso, además, en valor el nombre de una ganadería que suena a
élite, que refrendó este año con el perdón de la vida al toro en Valencia.
La gran
cantidad de animales que pastan en su finca -que le ha hecho superar en
ocasiones las 30 corridas de toros entre los dos hierros de la casa- supone una
presencia constante del hierro en todas las ferias, pero también una merma de
garantía dependiendo del cartel. La presencia de El Juli hace augurar -por el
conocimiento que Justo Hernández tiene de los animales que cría- que embestirán
al menos un par de toros.