Hoy,1 de junio, se cumplen 39 años de aquella tarde venteña en la que Ruiz Miguel, Luis Francisco Esplá, José Luis Palomar y los toros de Victorino Martín hicieron que, al acabar la corrida y todos a hombros, el gentío irrumpiera en un grito unánime y repetido: ¡Esto es la Fiesta!.
El crítico taurino de El País, Joaquín Vidal (siempre conviene volver a los clásicos), tituló así la crónica: “Un modelo de autenticidad”. Y en ella escribía: “ La corrida que vimos no llegó a ser la mejor de las posibles, habrá toros más fieros y faenas más completas. Fue, en cambio, un modelo de autenticidad y, gracias a ella, la emoción se enseñoreó del espectáculo”.
Estamos hablando, claro, de “La corrida del siglo”. La corrida que marcó un punto de inflexión en la historia del toreo y que llegó, además en un año, 1982, que fue “el del cambio”. Ese cambio que en la elecciones de octubre del mismo año llevó al poder al PSOE de Felipe y Alfonso, “la doble G”.
Fue, también, el año del Mundial de Fútbol en España, gafado desde que alguien decidió que “Naranjito” fuera su mascota. El año en el que García Márquez ganó el Nobel, Spielberg filmó “E.T.”, Carrillo dimitió como Secretario General del PCE y el Papa visitó España.
En Madrid, capital Las Ventas, el alcalde era Tierno Galván, el viejo profesor que bailaba el chotis en un ladrillo para no moverse mucho; inventó la movida; le gustaban –dijo, después de ver por debajo de las gafas las de Susana Estrada- “las tetas ligeramente caídas hacia arriba” y aún le dio tiempo para escribir un ensayo esclarecedor desde el título “Los toros, acontecimiento nacional”. En ese Madrid rompeolas de todas las Españas, la Feria de San Isidro venía sucediéndose desde parámetros similares a los de otros años, como también sucedía en otras ferias, otras ciudades, otras plazas. Pero, al tiempo, los vientos de cambio político también soplaban con fuerza en lo taurino, la gente reclamaba una autenticidad perdida desde los tiempos del primer turismo.
Un escenario en el que todo alentaba a que “la movida”, mejor aún “el meneo” llegara también a la Fiesta.
Y llegó, vaya si llegó, de la mejor de las maneras. El toro, los toros, en plenitud y tres toreros, distintos y de una pieza.
La corrida se televisó por la televisión pública y única y eso, en tiempos en que las redes sociales no estaban aún ni en la cabeza de quienes las inventaron, y las sucesivas repeticiones (la primera a petición de Juanito y Gordillo, jugadores de la Selección Española de Fútbol que aprovecharon la visita de la Ministra de Cultura, Soledad Becerril al hotel de concentración y, por no haberla podido ver en directo al coincidir con el entrenamiento, solicitaron que se volviese a emitir) contribuyó decisiva y exponencialmente a su repercusión.
En mi memoria de aficionado ( que vio la corrida por televisión) rescato uno de entre todos los momentos, de cada lance, de cada pase, de cada tercio, de cada triunfo, de cada ole… que siendo quizás el más prescindible es el que mejor resume lo ocurrido, el suceso, la catarsis:
Esplá, que, en su segundo toro, hubo de dar la vuelta al ruedo después de un tercio de banderillas que hizo crujir Las Ventas, muleteó con tanta sapiencia como valor y primor, antes de la estocada, se desplantó ante el victorino, arrojó los trastos a la arena y anudó el corbatín en la astifina cornamenta. Y fuese, con marchosa e impar torería.
Ese modelo de autenticidad que fue la corrida, ese llamada a un nuevo orden taurino que mirara, como España entera, hacía la modernidad, lejos de anacronismos inmovilistas pero rescatando lo mejor de su trascendente discurso de vida, cultura, arte y libertad, permanece en el paso del tiempo y reivindica su vigencia.
Si alguno de los componentes de la terna se pone estupendo y niega la presencia de la televisión, todo aquello hubiera quedado para consumo propio de los veinte mil que lo disfrutaron in situ y la glosa en la prensa, para lectura de los fieles. Pero se televisó, la vieron millones y entre ellos- cuenta el anecdotario- un cura contrario a las corridas de toros, que estaba como invitado en casa de unos amigos, ellos sí taurinos. En el salón todos, el cura incluido, siguieron la retransmisión televisiva del festejo y tal fue el impacto que lo visto y sentido causó en el religioso que hizo que este, al momento, se convirtiera a la fe taurina y que, después, en sucesivas visitas a sus amigos, les pedía que le pusieran el video de la corrida. Preguntado por esto del porqué de su sobrevenida y entusiasta afición, contestó. “ Los caminos del Señor son inescrutables”.