No hace tanto la temporada taurina “del Norte” se abría en la Feria de Burgos (los sampedros), continuaba en Vitoria (Feria de la Virgen Blanca), seguía con Pamplona y sus sanfermines, después llegaba Santander (Feria de Santiago), Gijón (Feria de Begoña), San Sebastián (Semana Grande) y, como colofón, las Corridas Generales de Bilbao. A todas estas ferias hay que sumar las de distintos pueblos navarros y vascos, entre ellos Azpeitia.
San Sebastián vivió dos periodos sin toros: entre 1977(con el derribo de El Chofre) y 1998 (en que se inauguró Illumbe) y en 2013 y 2014, por decisión política del Ayuntamiento donostiarra, luego revertida. Vitoria, que en 2006 inauguró su plaza multiusos en los terrenos donde se alzaba, desde 1852, el anterior coso, dejó de dar toros en 2016 y, de momento, no parece haber voluntad de recuperarlos.
Ese era el escenario taurino norteño hasta que la llegada de la pandemia en marzo de 2020 lo puso todo patas arriba. Y en ello estamos.
La temporada 2021 empezó con la incertidumbre como freno y las primeras ferias cayeron ( o se recolocaron) en el calendario. Entre ellas y pese a que el 7 de julio aún quedaba lejos, a finales de abril ya se anunció que, por segundo año consecutivo, Pamplona se quedaba sin fiestas y, en consecuencia, sin toros. Una decisión que, con resignación, quien más quien menos comprendió, dada la magnitud de los sanfermines y el aluvión de visitantes de todas las nacionalidades que acuden a su reclamo.
En estos días, se ha anunciado la Feria de Burgos y, al tiempo, la suspensión (también, como Pamplona, por segundo año seguido) de los sanignacios de Azpeitia, a caballo entre julio y agosto. En cuanto a Santander aún está en el aire, aunque pinta bien y Carlos Zúñiga tiene la firma intención de dar Gijón.
De San Sebastián y Bilbao, sin noticias de la Casa Chopera y, en este caso, más de uno pone en duda aquello de no news is good news.
El caso de Azpeitia es especialmente doloroso. En lo taurino y también en lo emocional. Y, aunque desde parámetros distintos, también sorprende, como en el caso de Pamplona, que se haya anunciado la suspensión a muchas semanas vista, concretamente dos meses.
La Comisión Taurina azpeitarra lleva décadas haciendo una labor encomiable, tanto taurinamente como socialmente. La Feria de San Ignacio es garantía de integridad en el ruedo, imaginación en la cartelería y gran respuesta entre los aficionados, locales o llegados para la ocasión. Las corridas transcurren en un ambiente tan riguroso como festivo ( la banda sonora de cada festejo es única, incluidos las canciones que entona el público y, cómo no, el impresionante zortziko fúnebre al arrastre del tercer toro). Ocurre además que, en contra de lo que suele ser habitual, el entendimiento entre la Comisión y el Ayuntamiento es absoluto, sin importar que la mayoría política sea de las fuerzas abertzales.
Puede ser, llegadas las fechas, que las circunstancias para unas fiestas como siempre se han conocido no fueran las idóneas, pero quizás se podría haber explorado alguna forma alternativa, en la que programar un par de festejos taurinos (con todas las medidas sanitarias pertinentes) no hubiera supuesto mayor riesgo y sí mantener el pulso taurino del pueblo y, de paso, la ayuda social que de él resulta, entre ellas ese convento adyacente desde el que las monjitas piden las orejas en las tardes de toros. Pero habrá que esperar a 2022, ojalá en plenitud.
El norte taurino va más allá de la frontera francesa y si desde la Catalunya sin toros (aquí, claro, la culpa no es de la pandemia) miramos a Arles, Nimes, Ceret o Béziers, en Euskadi y Navarra tienen a Vic Fezensac, Bayona, Mont de Marsan, Dax…. Todas ellas, las del sudoeste y las del sudeste, ya tienen sus ferias a punto y amoldadas a las circunstancias. Sin renuncias.
La temporada taurina española tiene en las plazas del norte un bastión fundamental y bueno sería un esfuerzo generoso por parte de todos para que no se tambaleara.