En Sevilla todo empieza y todo acaba con un “he dicho”. El del pregón que anuncia una primavera de palmas y de ramos que hacen florecer el alma de todo el que siente esta ciudad. El del último palio que acaricia los naranjos camino del puente. El del sexto toro de Miura que atemoriza el toril de los sueños en el cierre de Abril. Y, hoy, el de una figura que ha supuesto un antes y un después a la historia de este rito.
Porque decidió Juli irse sin pasar el cepillo de su dignidad por cada plaza y anunciarlo pasado el ecuador de una de las temporadas de su vida. Y aquí, a orillas del río en el que todos quieren navegar, plasmó materialmente Julián el (pen)último de sus suspiros de arte. El suspiro de una historia en la que el cruel adiós de no saber cuándo volverá a hacer el paseíllo el torero no está, ni mucho menos, por encima de lo realizado estos años en el ruedo, que es lo que perdura. De eso no se despide ni una de las 12.000 patatas que vibraron al son de un torero al que la firmeza de López le esculpió el poder y el cariño de Escobar el temple. Benditos padres los que parieron a lo que hoy se le fue a la Fiesta. Porque jamás había visto Sevilla, con un no autóctono en el carné, una vuelta al ruedo tan feliz pero desgarradora como la que dio hoy Julián.
Juli, el que reventaba las sillas de la casa familiar de banderillazos que daba al sueño que hoy culminó su carrera, se fue a portagayola en el cuarto cual si fuese su debut. Y llegaron luego las verónicas de supremo gusto y las chicuelinas al paso de genial trazo. No estaba todo dicho cuando quitó Julián al animal. Una explosión en La Maestranza en el último brindis. Y Suspiros de España antes incluso de empezar a torear para quien dio su vida a esta liturgia, para quien ofreció sus muslos a esta religión, para quien entregó su niñez a un sueño que hizo más grande a la Fiesta, para quien no tuvo reparo en perderse la adolescencia para hacer feliz a una afición. Como hoy lo hizo de Sevilla a pesar de que la luz de su último enemigo se iba apagando por momentos. Una estrella que se iba de lo público, pero que no deja de brillar en el recjerdo de todos aquellos que hemos visto torear a Julián López.
Y puede irse tranquilo si toreros como Luque quedan en el escalafón. Porque tuvo una tarde de Príncipe lastrada por el palco, que fue quien le birló la gloria. Ya el tercero tuvo desde el capote cierto genio por el izquierdo, a pesar de lo cual intentó mecer con gusto la seda Daniel. Y tras el brindis a Julián, sorprender por seguridad. Un monumento al toreo el inicio de faena. Un toro para que el corazón confiara, porque la cabeza de cualquier cuerdo apostaría por no pasar la raya. Pero ese no es Daniel, que supo y quiso montarle el taco a la movilidad desclasada pero emotiva del garcigrande. Entre el uy y el ole puso Sevilla a sus pies. Entre los carteles de toros de algunos derechazos y la forma de tragar quina al natural. Entre el sueño de entreabrir de nuevo la del Príncipe y de meterle un acero… que entró. Y tumbó al funo. Y cayeron los dos premios
En el cierraplaza tuvo mimo Daniel, tras brindar a Paco Ojeda, para ralentizar el tranco del enrazado pero endeble animal. Fue todo sutileza en cada toque, en cada proposición, en cada embroque con los que gobernó el tranco complejo del toro. Muy incierto al natural, lo afianzó por la diestra Daniel y ahí ahondó en su verdad. Pero el palco no la vio para alzarlo Príncipe otra vez.
Sí lo fue ayer pero no hoy Castella, al que ya le hundió el hocico en el albero un segundo bajo en el que se echó de hinojos capa en mano. Como si se estuviese de nuevo jugando la temporada. Igual que la verónica que duró una eternidad en redondo. Y la excelsa capa de Luque en verónicas de pura delicia en el quite. La Maestranza a revientacalderas. Y la respuesta por verónicas con más voluntad que pulcritud de Castella arregladas con una larguísima larga. Y, como es costumbre, se lo pasó por alto en el inicio de faena sin mirar la condición de un toro al que lastró en ese prólogo. Pero le siguió a pesar de todo ayudando un animal que fue a menos y acabó rajado. El quinto no fue toro para apuesta, y sin embargo la hizo Sebastián aún cuando no sabía que no se iba a entregar el toro. Porque se fue también al portón de los sustos, pero todo fue en vano.
Y así, sin que se hiciese fuerza multitudinaria para sacar a Juli a hombros, finalizó la tarde en la que el figurón le dijo al toreo: he dicho. Con permiso, hoy, de Don Daniel Luque.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Última de la Feria de San Miguel. Corrida de toros. No hay billetes.
Toros de Garcigrande, correctos de hechuras. De mansa condición el parado y rajado primero; de buen ritmo y entrega a zurdas el mansito segundo; de interesante pitón izquierdo el mansito y complejo tercero; con nobleza y cierto temple el medido de fuerzas cuarto; sin chispa ni celo el noble pero apagado quinto; con buen ritmo y profundidad a derechas el mansurron sexto.
El Juli (sangre de toro y oro): silencio y oreja.
Sebastián Castella (marino y oro): ovación y silencio.
Daniel Luque (verde oliva y oro): dos orejas y ovación.
Incidencias: Saludaron José Chacón y Rafael Viotti en el segundo.