COLUMNA

Una vida colgada de un pitón con banderillas negras


viernes 6 octubre, 2023

Cada cite de Ureña al quinto era un pulso angustioso y un envite con la muerte en el que su vida colgaba de un pitón con banderillas negras.

Paco Ureña (1)

Fueron dos horas y media de una corrida de toros en toda su esencia, que elevó a su máximo exponente la liturgia de un espectáculo tan único como real, en el que hubo tercios de varas que recordaron al siglo pasado, un manso encastado, otro manso que dejaba un navajazo en cada derrote, varias monedas al aire, y hasta banderillas negras.

Las más de 20.000 almas que pagaron su entrada para llenar los tendidos venteños asistieron a un espectáculo en el que la verdad sobre al albero volvió a ser ese componente que necesita esta plaza para emocionarse y rugir como ninguna otra.

Y entre todo ese maremágnum de emociones, emergió un torero con mayúsculas que asumió que venir a Madrid conllevaba la responsabilidad de jugarse el tipo de la manera más auténtica con un burel que tuvo de manso lo mismo que de siniestro.

Fue el de Toros de Cortés uno de los toros más complicados que se recuerdan en mucho tiempo en Madrid. Tanto, que fue un verdadero milagro que Paco Ureña saliera andando de la plaza y que el burel no acabara en los corrales después de tres avisos.

Cuando el murciano se lo llevó a los medios en el inicio de faena con cuatro banderillas negras y sin apenas castigo, parecía imposible que aquello tomase vuelo. Pero se empeñó Ureña en tirar la moneda al aire y olvidarse de su cuerpo como un día dictó Belmonte cada vez que echaba la muleta por delante para anticiparse al manso. Cada cite era un pulso angustioso y un envite con la muerte en el que su vida colgaba de un pitón con banderillas negras.

Encontró el lorquino en la verdad su máxima aliada, esa que le ha permitido alcanzar sus cotas más altas en su carrera como matador de toros y le ha hecho ganarse el respeto de esta plaza. La misma plaza que se rompió en pedazos sumergida en una catarsis colectiva mientras rugía con la rotundidad de los naturales que brotaban de sus muñecas aquella tarde del 15 de junio de 2019 en la que se coronó Rey de Madrid entre la marabunta.

Y por si no era suficiente toda esa entrega, todavía estaba dispuesto a morir en un volapié en el que se tiró detrás del acero recto como una vela, con las dos navajas rozándole el pecho que le dejaron en la arena caído, pero no derrotado. Porque tiró de agallas para levantarse y dejarle un estoconazo arriba recibiendo, antes de acabar con la alimaña mansa con el estoque de cruceta.

Cuando Paco Ureña recibía el reconocimiento de Las Ventas en una vuelta al ruedo apoteósica, era un torero inmensamente feliz. Y es que, esta vez no le hizo falta abrir el portón de los sueños para conquistar Madrid con su inquebrantable verdad. Porque el de Lorca era muy consciente de que la tarde de hoy le había devuelto ese título tan preciado de torero de Madrid.