La historia de superación de Borja Jiménez y Julián Guerra es realmente admirable.
Guerra tomó su carrera en silencio hace un año quería saber si aquello que le habían contado era cierto. Borja andaba cuajado, redondo, no se podía dejar a su suerte a un torero así. Salamanca fue el cuartel general donde comenzaron su andadura, aun sin tener cerrado nada. Poco a poco se veía la luz al final de un túnel en el que había estado demasiado tiempo. Por el contrario, llegaría el premio de la confirmación de alternativa el Domingo de Resurrección, misma tarde donde años atrás su maestro Juan Antonio Ruiz ‘Espartaco’ lo doctoró como matador de toros en presencia de José María Manzanares.
No hubo triunfo, pero sí la afición venteña vio a un torero por el que apostar. Antes de su paso por Madrid había triunfado en corridas como las de Cantillana -cuajando a un toro de Gallardo al natural- y en el primer festejo de la Copa Chenel. San Agustín de Gualadix y Alarpardo fueron dos pasos más en una temporada donde, pese a no haber tenido suerte tampoco en Sevilla, seguía sumando adeptos. Un festejo este último donde la polémica le dejó fuera de la final: un aviso a destiempo -y no la misma medida con otro actuante como Juan del Álamo- sería el palo en la rueda que no le permitiría llegar a esa ansiada final.
Pese a ello le llegó el premio de Pamplona y Madrid. Dio la cara. Y hoy con Victorino tocó la gloria. Y gloria también a los toreros bravos.