EL REPORTAJE

Crónica de la intimidad


lunes 11 abril, 2016

Retratar los momentos del toreo te acerca algunas tardes a saborear los sentimientos de ese hombre que se embute en el chispeante. Este de hoy se llama Miguel Ángel.

Retratar los momentos del toreo te acerca algunas tardes a saborear los sentimientos de ese hombre que se embute en el chispeante. Este de hoy se llama Miguel Ángel.

TEXTO Y FOTOS: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO

De acuerdo, pues nos vemos el domingo a las
16:30…
Nos
despide José León, hermano y mozo de
espadas de Miguel Ángel.

Y así, puntuales a la cita, llamamos a la
puerta de la habitación 419 del hotel Wellington. Nos recibe José.

– Buenas tardes, ¿Qué tal estás?

– Muy bien, gracias, encantado de estar con
vosotros.

– Mira, te presento al apoderado de Miguel Ángel.

– Encantado de
saludarle y mucha suerte – 
le respondo.

Contigua a la suite, una puerta entreabierta deja ver una habitación en penumbra y una silla con un terno lila y oro. 

En ella, apurando el rato de descanso, se
encuentra Miguel Ángel León. Transcurren unos minutos y se termina de abrir la
puerta, al tiempo que se sube la persiana. Hecha la luz, aparece la figura del
torero. «Buenas tardes», me dice. «Buenas tardes y muchas gracias en nombre de
Cultoro por permitirnos compartir este momento»
,
le respondo.

Se le
ve tranquilo, sin el menor atisbo de tensión en su rostro, y con un gesto
amable que transmite confianza. 

Me retiro un momento y cuando vuelvo se ha puesto los pantys; es el momento de empezar.

 

Se incorpora y pierde la mirada al
frente, medita por unos instantes y se sienta a ponerse las medias, todo ello
con esa sensación de que el tiempo pasa pero su transcurso es imperceptible.

La
pausa, el reposo y el silencio, sólo roto para algún comentario entre Miguel
Ángel y su mozo de espadas, caracterizan este rito inigualable de vestirse de
torero. 

Cada movimiento, cada gesto, cada mirada, cada ajuste, evidencian la responsabilidad y la gravedad del momento, eso que ellos llevan por dentro y que sólo ellos conocen.

 

Lances
al viento, una mirada cabizbaja, otra perdida, ahora al espejo, ese reflejo que
te devuelve rostro figura y ante el que meditas y anhelas que lo mejor de la
tarde esté por llegar.

Y como sin darnos cuenta el torero ya se ha vestido, se sienta en el cama unos instantes, mira al suelo, se mete en sí mismo y nos ofrece esa imagen que únicamente los toreros, y sólo ellos, te pueden ofrecer.

 

 

Le
deseo mucha suerte, le agradezco nuevamente habernos abierto las puertas de su habitación
y me voy hacia Las Ventas.

Hotel
Wellington, Madrid, 3 de abril de 2016