La tarde prometía y no defraudó. Desde la angustia, el shock y la conmoción por el cornalón a Juan José Domínguez en el pecho que heló el ambiente en los tendidos hasta la sangre con la que tuvo que pagar Pablo Aguado su manera de torear al ralentí, acariciando y mimando la embestida, pasando por la exhibición de poder y sometimiento absoluto de un Roca Rey que se siente cómodo siendo dueño del bastón de mando de Madrid y del toreo.
El cartel era una auténtica prueba de fuego para la afición y el público respondió. Casi llenó el aforo permitido de los tendidos del Palacio de Vistalegre. Acudió a la llamada del duelo de dos gallitos, de dos gigantes en el ring de boxeo de Carabanchel. Al duelo de conceptos, de dos maneras de entender el mundo y la vida y a la confirmación de que la antigua rivalidad sigue existiendo en el toreo.
«La tarde de Roca Rey es una demostración máxima de la seguridad que exhibe quien se siente dueño y señor único de la escena»
La tarde de Roca Rey en Vistalegre es una demostración máxima de la seguridad que exhibe quien se siente dueño y señor único de la escena. De alguien a quien no se le pasa por la cabeza que nadie le haga sombra. Porque pisar con seguridad el escenario es hacer esperar para arrancar el paseíllo como hizo hoy el peruano reafirmando aquí una vez más que el bastón de mando es suyo. Que él iba a marcar los tiempos, el diapasón y el devenir del mano a mano.
«(Roca) Rey ha vuelto cómo se fue. Con un bastón de mando entre las manos que no le quita nadie ni con agua caliente»
Y pisar con seguridad delante del toro es transmitir la sensación de que puede hacerle prácticamente lo que quiera a cada animal. Como hizo especialmente con el tercero, al que empapó de muleta y lo obligó a embestir por narices. Estatuarios, pases cambiados imposibles, ligazón y sometimiento en las series sin mover las zapatillas del albero. Porque (Roca) Rey ha vuelto cómo se fue. Con un bastón de mando entre las manos que no le quita nadie ni con agua caliente.
Pero antes de que el peruano dijera de nuevo que quién manda en esto es él, la tragedia sobrevoló Carabanchel. Lo hizo con una espeluznante cornada a Juan José Domínguez, banderillero de Roca Rey, en el primero. El de Vegahermosa lo prendió por el tórax y se temió lo peor. La sensación fue absolutamente dramática, pero de nuevo la increíble labor de un doctor Enrique Crespo que se viste de ángel de la guarda cada tarde propició que llegaran buenas noticias desde la enfermería dentro de la gravedad.
«Interpretar el tiempo a cámara lenta, ralentizar la velocidad de las agujas del reloj en el instante que dura un lance se paga con sangre»
Una enfermería que volvería a tener actividad en el sexto, animal que prendió de manera fea a Pablo Aguado en el tercio medio del muslo derecho, dejando una sensación de nuevo de angustia al término de la tarde. Y es que torear como lo hace el sevillano tiene estas consecuencias. Interpretar el tiempo a cámara lenta, ralentizar la velocidad de las agujas del reloj en el instante que dura un lance se paga con sangre. Y eso es lo que hizo hoy Pablo Aguado en el recibo de capa al cuarto. Lo toreó a la verónica con una suavidad y una naturalidad impropias e inexplicables de quien tiene a un morlaco de 500 kilos enfrente con dos agujas amenazantes que llenan la escena. Porque eso es el toreo. Vencer al miedo con el arte.
La de hoy fue una tarde de toros con todas las letras. Que puso otra vez de manifiesto que el toreo es algo muy difícil de entender para nuestra sociedad. Dolor, sangre, tragedia, alegría, arte. Todo unido en un mismo espectáculo transgresor, diferente y al que sólo puede querérsele u odiársele. Y todo ello en un mano a mano que nos dejó la mejor noticia en lo que llevamos de feria, unos tendidos llenos de público. Si algo deberíamos aprender de hoy es que esta sana rivalidad entre Roca Rey y Pablo Aguado no debería perderse en el futuro por el bien de nuestra fiesta.