Querido lector: presumimos, dado que pinchas en un editorial y no en una noticia curiosa y exenta de política taurina, que eres aficionado o aficionada. Y que te gusta, por tanto, disfrutar de las evoluciones de toro en la plaza y de los toreros con los avíos en la mano. Hecha esta puntualización -que no es excluyente para quien quiera seguir leyendo sin ser necesariamente aficionado-, te interpelamos con una duda que se ha planteado en el equipo de este portal. ¿A quién te imaginas en los carteles de San Isidro 2034? Piensa bien antes de responder, porque vamos a plantear algunas disquisiciones al respecto, en las que no sé si ha caído alguno de los que tendrán entonces la responsabilidad de ‘dibujar’ esos carteles.
Para entonces, todos (o casi todos) los que hoy se tildan de figuras y soportan el peso de la taquilla estarán retirados. O eso, al menos, dice la lógica. Morante tendrá 55 ‘castañas’, le caerán 53 a Manzanares, irá Talavante con 46 colgando y lucirá Castella 52 inviernos cuando llegue la fecha. Sólo Andrés Roca Rey, con sus ya maduros 39 añitos, estará para seguir dando guerra y sin haber atravesado (aunque por poco) la barrera de los 40. Pero es que en situación parecida se encuentran otros toreros de ferias, como Daniel Luque (43), Diego Urdiales (60), El Fandi (52), Paco Ureña (51), Miguel Ángel Perera (50), Emilio de Justo (51), Cayetano (58) o Antonio Ferrera (57), por poner algunos ejemplos de toreros que entraría en lo probable que hubiesen concluido ya sus respectivas carreras. Y, para entonces, ¿qué…?
De momento, sólo Julián López ‘El Juli’ (tendría 51), en un ejercicio de responsabilidad y de análisis de todas las situaciones posibles (personal, profesional, social…), ha dejado paso a los que deben asumir ya el legado que él deja. ¿Creen los aficionados y aficionadas del planeta toro que no estaba mejor que muchos para continuar mandando en esto…? Seguramente, con una mano atada a la espalda, pero ha preferido que lo echemos de menos, porque sólo así buscaremos cómo reemplazarlo. Sigue siendo, por tanto, San Julián, porque nadie como él comprende la necesidad del relevo que no se producirá si seguimos haciendo los mismos carteles de hace, ya no diez, sino veinte años.
Pero si nos vamos a la realidad, encontraremos que las empresas siguen poniendo palos en las ruedas de los que emergen porque, si emergen demasiado, les van a tener que pagar más, y no tienen aún la ‘imagen de marca’ que ellos necesitan para llenar sus tendidos a buen dinero. La postura es respetable, comprensible y hasta compartible… cuando las ganas de currar son limitadas. Hoy en día, cuando todo el mundo saca pecho con los carteles que presenta, todavía hay pocos conscientes de que el buen empresario no es el que hace carteles para llenar la plaza, sino el que llena con los carteles que hace.
Pero, como es fácil escupir y no lo es tanto proponer, vamos a aportar algunas propuestas que no le vendrían nada mal (puestas en marcha desde hoy) a los carteles de ese San Isidro antes mentado, que ahora nos parece tan lejano. Porque será imprescindible que, para entonces, siga habiendo toreros en activo que no se hayan aburrido de remar sin llegar a la orilla.
Contra la falta de ‘marca’ o entidad de los toreros emergentes, nosotros proponemos que se dote de ella a los que se lo van ganando. Ha cambiado la sociedad, ha cambiado el aficionado y hoy en día hay que ir a buscar al cliente en todas las disciplinas, porque sobran propuestas de ocio. Por ello hay que promocionar el espectáculo y, con él, a los que deben comprar los que pagan, porque si no será imposible que en 2035 conozcan a los que queden. Largo plazo, y no la actual apuesta por el cortoplacismo que puede vencernos antes que la indiferencia de la sociedad.
«Ese torero no mete a nadie», se escucha a menudo en los mentideros taurinos. Y es verdad. Porque un torero no tiene la obligación de meter a nadie si el organizador no ha promocionado correctamente su espectáculo. Y esto no implica poner un banner en un portal, un anuncio en la radio o una furgoneta dando vueltas al pueblo; implica moverse en un mundo que haya potenciado su base de interés. ¿Cómo vamos a promocionar a toreros nuevos si aún hay madrileños (¡oh, sorpresa!) que no saben que hay un mes seguido de toros allá por el mes de mayo? Pues creando fuentes de interés alrededor de ese espectáculo.
Un a de ellas es la competición. Lo hemos escrito muchas veces en este medio, pero no nos cansaremos de hacerlo: si dotamos de competición al espectáculo, tendremos un motivo de asistencia fuera de quién sean los nombres reflejados en el cartel. Ejemplo claro es la Copa Chenel o los diferentes Circuitos de Novilladas que promueve la Fundación, pero ya lo eran antes los certámenes de los pueblos que se han dejado la piel en montarlos sin la misma colaboración institucional. Caso de Arnedo, Villaseca, Calasparra, Arganda, Algemesí y otros muchos que sobreviven a lo largo de la geografía del toro. Si somos capaces de crear una liga, una copa o un trofeo de barrio, tendremos vivos al Cádiz y al Getafe o el Rayo, en la Liga de los poderosos Real Madrid, Barcelona o Atlético de Madrid, y hasta despuntará un Girona que les moje la oreja a éstos de vez en cuando.
Pero si no atendemos a estas bases… Pablo Aguado, Juan Ortega, Ginés Marín, Tomás Rufo, Borja Jiménez, Fernando Adrián e incluso Marco Pérez se habrán aburrido de torear para nadie. Y seguirán haciéndolo, pero debajo de una encina. Hasta que se muera el último animal toreable. Y el último… que apague la luz.