Vamos a transitar hoy por terrenos pantanosos. Siempre que tocamos el asunto de los dineros hay un requemor etéreo sobre las informaciones o las opiniones que parece susurrarte al oído alguna regañina imaginaria para que respetes ese absurdo pacto no escrito que pretende ocultar los emolumentos taurinos. Y digo absurdo porque en él residen algunos problemas que lastran el actual sistema sin que los que lo gobiernan parezcan tener intención alguna de remediarlo. Y es que no es lógico -normal, sí- que con lo que cobra el que más cobra en Madrid puedan pagarse 25 toreros de los que se anuncian en Las Ventas fuera de ferias. Incluso algunos de ferias, que dan las gracias por estar sin hablar de dinero, porque saben que van a los mínimos: 15.000.
Todo ello explica algunas de las dudas que a uno le pueden surgir cuando ve los carteles, pero no sé si lo hace con la diferencia real y efectiva entre algunos de los toreros que menos facturan y los que más caja hacen. Y no ya tanto en Madrid, donde el tamaño, la importancia y la repercusión de la plaza se retroalimentan para que la gente acuda a los tendidos. El problema está en otras plazas donde cuesta mucho más trabajo, dedicación y esfuerzo poner un cartel de ‘No hay billetes’, que no siempre asegura al empresario pingües beneficios. Y eso es así desde que gentes de tremenda visión de futuro y aguda inteligencia, como Livinio Stuyck, idearon San Isidro y la figura de los abonos. Con ellos, las tardes donde se perdía dinero se veían largamente rentabilizadas con las de aquéllos toreros que cobraban menos.
Pero ¿es justo todo esto para los matadores que intentan sobrevivir en este mundo tan vil como sublime? Ya hemos dejado escrito en otras ocasiones lo que puede quedarle a un torero después de torear una tarde en Madrid -donde los mínimos son los más altos del panorama-, pero no hemos abundado lo suficiente en el tope salarial que marca la brecha. Y es importante. Cuando nos sorprendimos, en 2008, con lo que iba a cobrar José Tomás cada una de las dos tardes que tenía firmadas en Madrid -360.000 euros se llamaba entonces-, no podíamos pensar que por ahí anda la cifra de los que más dinero se llevan en la mayor feria del mundo. Vamos a usarla de referencia, por tanto.
Por aquel entonces parecía más o menos asumido que Las Ventas aforaba unos 600.000 euros a plaza llena, lo que hacen 100 millones de las antiguas pesetas, y era relevante porque hacía sólo siete años que había llegado la nueva moneda. Con ese dinero un tío se podía retirar. Hoy no. Pero hoy la misma plaza hace un poco más de 900.000 euros (y hay que contar con publicidades, patrocinios, barras y tasas de quienes venden dentro del recinto, que es un pico cada día). Es cierto que no parecen afectar tanto hoy los mismos dineros de antaño, pero también es cierto que aquélla era una diferencia descomunal por la descomunal variación entre ese torero –JT– y todos los demás. En todos los aspectos, pero sobre todo en el que manda: la repercusión y el impacto de su presencia medido en euros.
No. Los que importan no son tanto los que se llevan el ‘taco’ como los que deberían llevárselo en los próximos años. Y, por ejemplo, todo el mundo llama chalao a Maximino Pérez por haberle pedido 100.000 euros por tarde a Plaza 1 por contratar a Fernando Adrián: algo más de un tercio de lo que se llevan los que más. Ni siquiera la mitad. El problema no era tanto el dinero como juntarlo en los carteles con otros que cobrasen mucho, porque eso sí afectaba al margen de la empresa. Pero ya pueden llorar, gritar y patalear los matadores más modestos, que van a mínimos en todas las plazas, porque bastante es que te ponen, no vas a pedir dinero también. Ya pueden quejarse en esos grupos de Whatsapp que comparten todos, porque hoy ya no sirve con saber torear -como antaño-: hoy hay que que insertarse en el tejido social, crear ‘marca’ que le llaman ahora. Ya me contarán cómo lo hacen si no hay nadie comprometido en promocionarlos. Ni la prensa, oiga.
Además, existe un factor clave en este sentido y una diferencia perentoria entre los matadores y sus cuadrillas, y es que éstos últimos cobran todos lo mismo. Por eso van a una. Por eso protestan a una, negocian a una los derechos televisivos, vetan a una las plazas que no pagan -aunque la culpa sea de un golfo que la gestionó un año- y a una manejan todo lo que no les beneficia en un mundo donde los jefes de filas son -en su mayoría- los que pasan fatigas. Pero también son los que hacen ganar dinero a empresarios, televisiones, cuadrillas y hosteleros en general, porque sus sueldos son mucho más que sostenibles para la buena marcha de los espectáculos.
Ahora sólo falta que a estos, a los que cobran de acuerdo a la lógica empresarial, los arropemos con otra ‘marca’ que sustituya a la que no les han sabido otorgar los que contratan, cuentan y premian. Bien sea la competición, la participación en actividades que los visibilicen ante el mundo o la idea más peregrina que se le ocurra al loco 33. Porque es muy significativo que el mayor incremento en festejos, dinero y gente siguiendo sus pasos lo haya tenido un torero de otro mundo como Juan Ortega no por torear, sino por no acudir a su boda. Hubo un tiempo en que de eso no teníamos por qué enterarnos…