Son ya tres años los que ven cómo el antes incondicional de Bilbao le pone los cuernos ahora con cualquier excusa barata, y puede que sea ahí donde está el quid de la cuestión. Porque pagar 50 pavos por la entrada más barata, con los tiempos que corren, y así diez tardes consecutivas… es para bolsillos grandes y gañotes generosos. Casi tanto como los que regentan la plaza, que tendrán calculados los huecos, las ventas y las sisas en las liquidaciones para llevarse más o menos lo de siempre: un canchal.
Organizar una feria, hoy, es apostar a futuro, promocionar el espectáculo con sus principales atractivos y dar a conocer al que paga lo más desconocido del producto. Que hemos perdido dos o tres generaciones mirándonos el ombligo ya lo tenemos claro todos -excepto los que se lo miraron, a tenor de su comportamiento reincidente-, pero no se puede mantener este espectáculo si no se promociona a los toreros, se saca a la calle la oferta, se invierte en hacerlo atractivo y se le da valor a la propuesta. Si, en lugar de eso, queremos estrellar al que despunta para que no nos pida más dinero el año que viene… La respuesta la da el tendido. Si te molestas en mirarlo y te importa lo que ves, claro.
Pero si eso fuera cierto ya tendrían que haber reaccionado los que gestionan los agujeros, porque confeccionar una feria, hoy, no es sólo elaborar atractivos carteles. Ni siquiera ahí se acierta pensando en el futuro, porque no es normal que cierren carteles toreros con más de quince años de alternativa. No es normal ni una apuesta para el futuro. Ahora bien, si la preocupación la adoptamos sólo como una pose para el qué dirán -eso es exactamente lo que está sucediendo- el enfermo que está en el box de urgencias ya puede liar el petate. Y el último -no está de más decirlo de nuevo- que apague la luz.
Tendrá que cambiar Bilbao el gris por el colorido. Hay una
semana por delante para tener su salud en observación.