Llegó el viajero a Castellón bajo la lluvia desde su exilio interior catalán ( también tres decenas en autocar de UTYAC, que desde el tendido gritaron vivas a la Cataluña taurina y a la libertad) al reencuentro del toreo en este inicio de temporada. Castellón, tan cerca, tan lejos.
El cartel era de arte pero el lienzo, el toro+digo- no se prestó a ello en la mayoría de garcigrandes y cuvillos que saltaron al ruedo.
Además uno de los artistas, Morante, tenía la tarde tonta- con todos los respetos, maestro- y solo dejó algún detalle en su primero. En el cuarto, después de una lidia de traca, hizo como que hacía. Y la gente se enfadó, pero poco.
Juan Ortega, en su primero, manejó capote y muleta dejando impronta de inmarcesible torería , como en el inicio de faena, semi genuflexo, prodigio de mando y temple. Fue arrancarse la música y al poco toro al suelo. Levantaron al toro pero todo se fue diluyendo, pese al esfuerzo y compromiso del trianero. Aún así, de haber acertado con el estoque el corte de oreja estaba ahí.
Al quinto le hizo un destrozo el piquero y el trasteo en terrenos de toriles tuvo la firmeza como virtud pero poco más.
El tercer artista, Pablo Aguado, lanceó de capote con prestancia y compás a su primero y en el último tercio manejó la muleta con prestancia y mimo, y gracia sevillana hubo en los molinetes y trincherillas. Pero la espada no funcionó
Con la tarde ya vencida Aguado estuvo voluntarioso, cosa que en un artista se valora poco.
La afición catalana volvió a su autocar de regreso a la tierra que le niega el toreo, es decir, la libertad
Y el viajero recorrió el mismo camino de vuelta escribiendo este apunte en una furgoneta a modo de coche cuadrillas en compañía de otros seis exiliados taurinos, mientras en el hilo musical del vehículo sonaban Manolo Escobar, Los Chichos y otros proscritos del puritanismo seudo progre que todo lo jode.
Otra vez será, la temporada es larga.