Desde que Miguel Ángel Perera cortó tres orejas y se fue
herido de Las Ventas, en aquel octubre del 2008, las corridas en solitario en
Madrid son un gafe. Ni una vuelta al ruedo han dado Alejandro Talavante (en dos
oportunidades), Daniel Luque, Miguel Abellán, Iván Fandiño y ahora El Cid, los
valientes que le han echado un pulso a esta plaza. Quizás por eso, está tarde
el espíritu que rondaba los tendidos era más morboso que de expectativa real.Fueron más los que se acercaron a ver la debacle, que los que de verdad tenían
la ilusión puesta en el triunfo de un torero en una tarde que ha llegado siete
u ocho años tarde.
No es esté el mismo Cid que encantó en Bilbao con los toros
de Victorino, ni estos toros han sido hoy los mismos de aquel día. Hoy, ni el
uno ni el otro jugaron su mejor carta, pues creo que ni el mejor Cid habría
sacado algo realmente bueno de una corrida sin alma. Como tampoco creo que el
mejor toro del ganadero de Galapagar habría despertado el torero que lleva
dormido hace rato en el fondo de Manuel Jesús. Hoy no era el día, no era el
tiempo.
Es fácil decirlo a toro pasado, sobre todo porque, como
aficionado, siempre guardé la esperanza de que algo pasara hoy, de que la
imprevisibilidad de esta fiesta echará por tierra cualquier predicción pesimista
y finalmente saliéramos llenos de toreo. Pero no, lo que muchos esperábamos (me
cuento entre ellos) fue lo que finalmente sucedió, y esto no quiere decir que
me alegre por ello, ni mucho menos. Sólo es la lógica consecuencia de una cita
a destiempo.