Céret capital de la comarca francesa del Vallespir (territorio de la llamada Catalunya Nord) y a media hora de Figueras ha tenido a lo largo de su historia visitantes y residentes ilustres. Entre ellos Pablo Picasso, cuya huella en la ciudad es visible tanto en su Museo de Arte Moderno, como en el Grand Café, situado en su calle mayor y lugar fundacional del cubismo, corriente artística que tuvo en el genio malagueño y el francés George Braque sus artífices primeros.
Picasso se había instalado en París en 1904 y en siete años más tarde viajó por primera vez a Céret (con su entonces pareja, Fernande) atraído tanto por la cercanía de Barcelona, donde vivía parte de su familia, como por las corridas de toros. En 1912 regresó al pueblo, esta vez con nueva pareja, Eva Gouel , y volvió a hacerlo en 1913. El 20 de septiembre de 1953, Picasso volvió a Céret con motivo de un encuentro con comunistas de la localidad en el antes citado Grand Café y allí dibujó “Sardana de la pau”, que les entregó como regalo y luego fue donado por la sección local del Partido Comunista Francés al Museo de Arte Moderno.
Pero Céret, como Perpignan, fue también en los últimos años de la Dictadura franquista lugar de peregrinación, dada la proximidad geográfica, para muchos catalanes en busca de libertades negadas y perseguidas, como la visión de películas que, por su temática o imágenes, la censura no permitía su exhibición en los cines españoles.
Si de toros hablamos la tradición taurina de Céret viene de lejos- se remonta a los juegos con toros en la Edad Media- y su actual plaza de toros data de 1922. A partir de medidos de la década de los 80 y bajo el impulso de ADAC la Feria de Céret empezó a llamar la atención de los aficionados por su apuesta por ganaderías fuera de las habituales y toreros dispuestos a enfrentarse a ella (Esplá como ídolo). Además Céret reivindicaba tanto su catalanidad como su afición taurina, como bien recoge la pancarta que luce en el tendido cada tarde de toros: “Catalanes y aficionados”. Una catalanidad que se escenifica a lo largo de los festejos, ya sea en el atuendo de torilero, monosabios y areneros, ataviados con traje típico catalán, barretina incluida, como en la banda sonora de la corrida, que va desde el inicio con “Paseo en Céret”, obra del músico Pascal Comelade, como en la interpretación de “La Santa Espina” y “Els Segadors”, por una Cobla sardanista que también toca los pasodobles con instrumentos típicos catalanes.
Cambiando el cine- durante la Dictadura- por los toros- ya en democracia, una dolorosa paradoja- la afición catalana volvió a encontrar en Céret árnica para paliar la prohibición taurina en su tierra y allí se cita cada año en torno a la fecha de la Fiesta Nacional francesa del 14 de julio.
Resulta que Carles Puigdemont, el President fugado a Waterloo, acaba de anunciar que deja la ciudad belga y con vistas a las elecciones catalanas de mayo y mientras llega el día del regreso a Catalunya- amnistía mediante- se instala en la comarca del Vallespir, aún sin especificar el lugar concreto, aunque todo apunta a que puede ser Elna (donde estuvo hace unos días para anunciar su candidatura) y que está a veinte minutos de Céret en coche.
Si en Céret se fundó el cubismo, arte de vanguardia en el que desaparece la perspectiva tradicional y que cuestionó la idea de que el arte debe imitar a la naturaleza, la presencia en sus aledaños geográficos y quizás en sus calles, tal vez en el Grand Café , de un personaje como Carles Puigdemont invoca al surrealismo y, atraído por himnos y barretinas, ya solo queda verlo presidir una corrida en Les Arènes de Céret para llegar al esperpento
Mejor será quedarse con el recuerdo de Lluis Companys en el Palco presidencial de La Maestranza.