A CONTRAQUERENCIA

Exigencias y prejuicios


jueves 4 junio, 2015

Vaya por delante que entiendo que es Madrid la plaza donde debe existir la máxima exigencia, que por algo es la número uno en el mundo taurino...

Exigencias y prejuicios

Vaya por delante que entiendo que es Madrid la plaza donde
debe existir la máxima exigencia, que por algo es la número uno en el mundo
taurino y que también comprendo que si a algún torero se le tiene que pedir su
máximo esfuerzo es al que se le cataloga como figura, porque sobre sus hombros
cae la responsabilidad de la referencia y porque es quien marca el camino que
debe seguir el toreo. Por eso cuando alguna voz sobrepasa el escaso silencio de
Madrid, mientras sea con una sentencia válida, hay que saber aceptarla. Sobre
todo porque es la personalidad de esta plaza. Aquí el silencio sevillano no
encaja, no es propio. Madrid es Madrid.

Pero una cosa es que Madrid quiera imponer su seriedad con
criterio y otra que sus fobias le roben la objetividad (¿?). Y digo esto por
algo puntual que me pasó la tarde de la Beneficencia y que es un reflejo de
muchas otras experiencias anteriores, lo que me permite cometer el atrevimiento
de generalizar a partir de las particularidades. A mi lado tenía un aficionado
«de Madrid de toda la vida”, reconocido y respetado como tal, pero sinceramente
su actitud dejaba mucho qué desear, pues cuando El Juli entraba en acción, la
suya era tomar su teléfono para revisar sus asuntos o leer el programa de mano o
la revista de Taurodelta, sin prestar atención a la lidia, pero con la
suficiencia para enviar Julián a Cáceres cada que abría la boca o para pedirle
que rectificara su posición, curiosamente, en un par de oportunidades, cuando
ni siquiera había terminado la pausa para volver a ponerse en el sitio, fruto,
evidentemente, de que no estaba atento a la lidia (ni tampoco le interesaba) y
de que su fobia por el torero, algo que puedo llegar a entender ya que cada
quien tiene sus gustos personales, sobrepasaba la falta de respeto. Todo esto
me parece lamentable, pero lo peor es que, como lo escribí antes, no es la
primera vez que observo algo parecido.

Después de ver lo que sucedió en la arena, me cuesta pensar
que haya verdaderas razones de peso para ser demasiado ácidos a la hora de criticar
a los toreros, pues pienso que en cuanto a actitud, disposición, exposición y
esfuerzo estuvieron a la altura del compromiso. Otra cosa es que el resultado
artístico no haya sido el mejor o que no haya convencido, más allá de las
dificultades evidentes de la mansedumbre de los toros. Razón por la que no se
me ocurre otro motivo para tanta acritud que una cantidad de prejuicios que
hace que la categoría de la plaza se vea cuestionada, pues ya no se trata de
exigencias, sino de trato justo. No creo que la antipatía haga de Madrid una
plaza seria, por el contrario, creo que hace que deje de serlo.