Si por algo se ha caracterizado siempre la ganadería de Baltasar Ibán ha sido por la importancia de una embestida nacida de la movilidad enrazada y emotiva de los toros de este encaste, que se comían las muletas llegando en la distancia para irse y repetir con muchos metros de por medio. Eso enardecía Madrid. Ponía cachonda a la plaza el galope franco y fijo de toros que dieron triunfos, como aquel Santanerito que encumbró a Rincón -aunque luego recuerde la tropa la pelea sin remilgos con la prenda dorada que atendía por Bastonito-. Esa movilidad que gusta en Las Ventas venía casi presupuesta, como el valor en los soldados. Pero hoy -como suele ocurrir con ese valor aludido- sólo el tercero de orden pudo recordar vagamente aquella antigua emoción.
Lo hizo dentro de una corrida vareada de carnes, seria de pitones, con casi seis años y el hocico de rata arrastrando por el suelo. Todos los ibanes lo arrastraron. Todos acudieron al peto con más o menos entrega, con más o menos poder, pero fijos y francos en la arrancada. Hasta que una mínima exigencia los afligió sin remedio. Y esa circunstancia dio de comer al tedio para que anduviese el tendido con ganas de llegar a casa.
Y eso que comenzó bien la tarde mediocre de Ibán; con un Robleño perfecto de principio a fin al que no se le conoce mácula en la lidia de los dos toros. Empujó con sapiencia al primero componiendo el toreo con un gusto que ha visto poco en el menudo torero la parroquia de Madrid. Hasta supo poner en ritmo al feble toro para ligarle dos tandas de impecable trazo y mejor composición. Pero cuando llegó la hora de exprimirle la raza le bajó la trapa el bicho y hasta aquí hemos llegado. Una ovación saludó con la media clase del Ibán; el cuarto la quiso por abajo y por allí se la dio Robleño, empujando las inercias, acertando con la línea buena pero estrellándose con los finales de protestona defensa del toro una vez perdida la pelea. Se fue Fernando pensando que muy mal tiene que ponerse todo para que la de Cuadri del martes no vaya a ser mejor.
Mejor de lo que fue el tercero se pensó Bolívar que era, y eso fue lo que dio al traste con la faena. Fino de cabos, generoso de pitón, degollado de papada y largo de lomo y zancas, humilló mucho el percal el pupilo de Moratiel. Toro con fijeza y celo, toro que anunció boyantía y mintió con descaro en un inicio esperanzador. Imperioso y con poder Bolívar entonces, generoso en los metros entre el animal y el trapo, convencido de que era ese como lo estaba Rincón 24 años atrás. Y vino el Ibán galopón para humillar por abajo en dos tandas de línea recta, compuesta y generosa, pero ya no se fue tan alegre cuando llegó la imposición. Era toro fácil para llegar a la grada, toro de dejarla puesta y acompañar sin reparo su boyante ir y venir. Pero quiso llegar Luis al corazón del toreo exigiendo por abajo y sin compasión que le diera el negro toro para decir el toreo. Y ahí se le afligió el bicho para no hubiera más.
Mala suerte tuvo el torero colombiano al ver cómo se partía una mano el castaño y bello sexto, el de más remate del vareado encierro, el más serio y el mejor hecho de los del hierro de Ibán. Y salió un toro horroroso, larguirucho y contrahecho que de Torrealta sólo tenía el hierro. Si le hubiera salido a Curro Romero -muy partidario siempre de la ganadería gaditana- se hubiera hecho un esguince por no ponerse delante de un bicho tan feo. Metro y medio de cuello y ni una vez humilló.
Ni vino ni se fue el sobrero de Torrealta, pero sí el segundo de corrida, animal de humillada cadencia que fue perdiendo las formas a medida que lo dejó Serafín alcanzarle los engaños. Ese se empleó con fijeza, con poder y con bravura en la gran vara de Paco María. Tanto que se rompió de por vida en el rato encelado en el peto y a la muleta llegó un guiñapo al que sólo se le atisbó la buena condición. También al quinto le dieron goma, y con los dos muleteó limpio Serafín sin pasar fatigas, sin pasar a mayores y sin pasar la raya.
Porque iban los de Baltasar mucho peor que venían, y hay que buscar en la raza el protagonismo por incomparecencia, porque no será completo un animal que empuja si se queda en un guiñapo cuando debe pelear. Y eso era lo que le gustaba a Madrid del respetado hierro de Ibán.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, vigésimo tercera de abono. Tres cuartos de entrada.
Seis toros de Baltasar Ibán, con casi seis años cinco de ellos, vareados de carnes y serios de cara. De feble bondad y justo fondo el primero; humillado y con raza sin empuje el segundo; con fijeza y humillado celo el tercero a menos; desfondado el bondadoso cuarto; de acusada humillación muy a menos el quinto; devuelto el sexto por partirse una mano. Y un sobrero de Torrealta, sexto bis, larguirucho y feo de hechuras, manso y pasador.
Fernando Robleño (blanco y plata): ovación y palmas.
Serafín Marín (marino y oro): silencio tras aviso y silencio.
Luis Bolívar (purísima y oro): silencio tras aviso y silencio.
FOTOS: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO