Ni el partido del Madrid; ni la bronca de la suegra por llegar tarde a la cena; ni las llamadas de los amigos para apurarte a tomar unas cañas al salir. Nada de eso tenía sentido hoy en La Maestranza, donde los tendidos deseaban que no dejasen de salir toros de Santi Domecq. Todos menos uno, porque hoy al presidente no le pareció bien sacar un pañuelo azul que pocas veces hubiera sido tan justo. Lo demás se repartió bien, porque el espectáculo del que Sevilla no se quería despertar fue, sobre todo, de bravos.
Bravo del primero al sexto de una ganadería que hace diez años nadie hubiese echado cuentas de que estaba allí, pero ya tenía su simiente en otras vacadas que estaban en el baile. Bravo un David de Miranda con valor de recortador, impertérrito para que pasen alrededor los animales que van detrás de los trapos. Bravo José Garrido que, de haber funcionado a espadas, hubiera firmado hoy una actuación casi perfecta. Y bravo Leo Valadez, que quiso alzar la cabeza en una tarde a la contra de su capacidad y se fue magullado y en silencio con una corrida superior.
Pero, siendo justos, la tarde en que David de Miranda consiguió salir en hombros de la plaza de Sevilla, toda Sevilla hablaba de la extraordinaria corrida que Santiago Domecq envió. Seis de seis, a pesar de los matices. Bravos todos, y enclasados, y humilladores, y dispuestos a pelear hasta el final, cada uno con sus carencias, que las tuvieron y los hicieron aún más interesantes. Pero también exigentes, y eso lo notaron los coletas, cada uno en su posición.
De Miranda lo sufrió con el segundo, el toro de su presentación en Sevilla y también el de soltar los nervios, asentar las plantas, mirar alrededor y comprender lo que pasa. Se le hizo mucho hasta que se consiguió centrar. Por eso se quedó un par de veces con el lance hecho en el saludo, que es como prejuzgar de hecho a un toro sin definir. Y por eso no conectó al replicar con tafalleras y gaoneras las chicuelinas de charanga con las que se presentó Valadez. Pero rompió el animal, porque era bravo, y el inicio genuflexo, superior en la ejecución, echó para adelante a un animal que fue luego una brasa. Pero no un carretón, porque no respondió bien a los banderazos aislados que aún se vieron en la faena en forma de muñecazos a zurdas: se pàró y a volver a empezar.
Al quinto, ese torbellino de bravura y de entrega -que se llamó Tabarro y entró en los anales de la fiesta-, había que echarle mucha entrega para poder con él. Para poder, digo, ya no para torear. Porque cuando se torea hay que dominar todo cuanto sucede en el ruedo hasta que el ruedo te domina a tí, y así ocurrió con David. Y eso que nada ocurrió con el excelente toro hasta que llegó a la muleta, y tuvo que soplarle David una arrucina sorpresiva para que despèrtara el tendido. «Oigan», pareció decir, «que tengo delante un toro bravo». Fue entonces cuando le echó media muleta, ya en la zurda, para embarcarlo en el vuelo. Sin toque, sin brusquedad, sólo con el trapo lento. Y empujaba Tabarro con los pitones la muleta que se recreaba en el trazo. ¡Qué delicia verlo embestir! Personales los pases de pecho, comprometidos los embroques, todos, y asentado el toreo del de Huelva, al que todo Trigueros le pedía que no lo matase. Y no debió. Un toro como Tobarro no se puede malgastar con la espada por pasear dos orejas: esa genética no se debió morir.
Pero, ya que lo hizo, debió el presidente sacar el pañuelo azul -que era lo que había más claro- y luego racanear con el blanco, porque el torero tendrá otra opción, pero ya no hay posibilidad de administrar los productos de Tabarro, y eso mereció, sin duda, un pañuelo azul que premiaba, además, un encierro en los cánones perfectos que exige la presentación de Sevilla. Ese es el toro de La Maestranza.
Ese era también José Garrido cuando tiró de madurez para irse a la puerta de chiqueros. Fue sólo un gesto el del extremeño, pero por aquel portón tan ancho pasaron todas las tardes que no debió dejar pasar. Y esta no iba a ser otra de esas. Más erguido, más consciente, más pausado y con el poso de tener ya una edad de no ser niño. A Garrido le voló el capote en los suyos y en los de Valadez, porque las dos verónicas y media que le dejó al sexto pusieron al mexicano a cavilar y responder a la mexicana: con el capote por los aires. Pero fue con la muleta cuando consiguió que le llegaran a Sevilla las tandas al corazón. Sin amontonarse, sin querer comerse las embestidas a bocados ni huir de ese torrente de bravura, sino administrando lo que había para repartirlo mejor en sus exigencias a los toros. Casi perfecto estuvo, pese a pasear sólo una oreja, porque la espada que reventó al abreplaza, con el cuarto no funcionó. Y su botín pudo haber sido más amplio.
También el de Valadez, pero no pudo -pese a que quiso- tirar de delicadezas mandonas ante los dos que enlotó. Menos claro el colorao tercero, de pitones limpios y cornamenta colocada, que se lo echó a los lomos en cuanto le perdió la cara y en mitad del martinete. Menos claro, pero bravo, y le fue largando embestidas que nunca terminaban de conectar. Él, consciente de dónde estaba, quería rebuscar en su tauromaquia para alcanzar la altura del sexto, pero para eso hay que tener un don. No es que no valga para esto, es que sus cualidades no se ajustan a un toro que exige tanta finura. Y el silencio se lo llevó
Como llevaron en volandas a David de Miranda cuando caían las luces, premiando su entrega y su generoso compromiso con la quietud, que lo traerá de vuelta a esta plaza nada más vuelva la oportunidad. Y tendrá que estar preparado.
🎥 Resumen del festejo de hoy en @maestranzapages
— OneToroTV (@OneToroTV) April 9, 2024
➡️ @DavDeMiranda sale a hombros tras cortar dos orejas
➡️ José Garrido corta una oreja
➡️ Tarde de entrega y disposición de @LValadezOficial
📺📱 https://t.co/TLxp8DQHgt, la casa de los toros en el mundo pic.twitter.com/K4VZIuipfD
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Tercera de abono. Corrida de toros. Un tercio de entrada.
Toros de Santiago Domecq. Con prontitud, fijeza y galope el humillador y entregado primero; con entrega y humillación a zurdas un segundo con ritmo y profundidad; de embestida a media altura el manejable pero desrazadito tercero; de gran exigencia el bravo y entregado el cuarto; de gran clase y entrega el excepcional quinto; con nobleza y buen ritmo el enclasdo sexto.
José Garrido, oreja y ovación tras aviso.
David de Miranda, ovación tras aviso y dos orejas.
Leo Valadez, silencio y silencio.
INCIDENCIAS: Salió ovacionado Aitor Sánchez tras un gran tercio de varas al bravo cuarto.
FOTOGALERÍA: EDUARDO PORCUNA