«Tómate esta botella conmigo, y en el último trago nos vamos», cantaba Calamaro hace veinte años, casi pensando -y salvando las distancias- en tardes como la de hoy. La movilidad del sexto de El Montecillo y la voluntad de Adame de no irse de vacío dulcificaron el último trago de una botella más insulsa que amarga en las dos horas largas que habían pasado hasta entonces.
A ese sexto de bella estampa coronada en pelotudo morrillo se fue a recibirlo a la puerta, donde le vetaron el paso los torileros en el tercero por no darse cuenta de que allí quería abrir la última botella un mexicano al que le aguardaba ya sólo una bala en la recámara a esas altura. A tierra debió hurtar el cuerpo para no verse arrollado por el tren en línea recta, del mismo modo que embistió luego en los lances limpios. Agradable el primer trago, pero no de borrachera. Por eso quiso invitar a la parroquia a una ronda de zapopinas, muy celebradas, pero de escaso toreo y nula quietud; declaración de guerra al de El Montecillo sin muestra de imposición.
Esa llegó después, cuando se hincó a la arena del tercio en estatuarios de estatua mientras pasaba de largo el tren, que notaba en los riñones que la embestida dolía. Un trincherazo y una firma abrocharon el vibrante inicio. Y las cinco o seis tandas que llegaron después. Porque quería apurar esa botella el Adame de hoy, que sabe que Madrid muere por abajo y por allí lo entregó. Por donde lo quería un animal sin clase que se tapaba corriendo y repetía con celo para solaz del de oro. Cortas las series, acompañando viajes de bravucona arrancada que fue picando hacia arriba cuando llegó la exigencia. Fue con la zurda, porque sabe el azteca que Madrid es de izquierdas cuando hablamos de las telas, y allí le arrastró media franela para que llegara ese punto de matar o morir. Y fue morir en una estocada al encuentro, en el momento de más apuesta del moreno Joselito, que se tiró con todo para asegurar el premio. Fue en el último trago, que tardó en saborear toda una vuelta al anillo. Al tercero se le olvidó en banderillas el desliz de la salida, afligiendo sus ademanes para partirse, además, una mano y dejarlo sin premio.
Hubo más botellas por abrir, pero perdieron el gas una vez descorchadas. No se emborrachó Aguilar ni con uno ni con otro, porque le mintieron los dos al cantarle duración y celo. Con ambos buscó apuntalar, limpiar, construir y torear, siempre por ese orden; pero ambos le cantaron nones cuando les exprimió las arrancadas todo lo abajo que pudo. Pensaba Alberto que duraría más la primera copa en Madrid, que sabría mejor y más dulce cuando la pasease por el ruedo, pero se le murió el afán a los dos oponentes. Al primero cuando le cambió a la zurda la faena derechera, por donde no admitía dudas el bicho si no le clavabas talón; al otro cuando la serie larga en la diestra lo dejó sin fuelle y sin intención. Y lo peor fue que ambos embistieron una tanda, y eso sembró la duda en el tendido, hoy abstemio de borracheras.
También se abstuvo Bautista de dedicarse a alharacas, y anduvo limpio y anodino con dos toros de medio pelo que contribuyeron con él a generar el tedio. Con el manso primero nunca se confió. Y aunque anduvo listo para usar el doble toque y sobrado de facultades para no romper a sudar, no hubo ni ajuste ni alma para que se acordaran de él. Lo mismo ocurrió con el cuarto, tal vez el de mejor clase del encierro de medina, al que le faltó la raza para parecer importante y para darle sabor al trago.
El último, ni uno más se tomó Madrid en domingo de resaca de la ebriedad a caballo. El que le mantendrá intacto el crédito al mexicano José para volver a esta taberna.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, décima de abono. Tres cuartos de entrada.
Toros de El Montecillo, de sobrado trapío y desigual presencia. Manso y sin viaje el deslucido primero; de chispa en la arrancada muy a menos el segundo; humillado y con desliz el tercero, que se partió una mano; de buena clase y raza justa el cuarto; humillado y largo a menos el quinto; de emotiva movilidad sin clase el sexto, aplaudido en el arrastre.
Juan Bautista (tabaco y oro): silencio y silencio.
Alberto Aguilar (verde menta y oro): silencio tras aviso y silencio.
Joselito Adame (lila y oro): silencio y oreja.
FOTOS: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO