Puede ser en Estafeta, en la plaza de toros o en la mismísima Plaza Consistorial, pero Juan de Castilla ha demostrado esta tarde que ha venido a Pamplona para quedarse. Se fue con una oreja el colombiano como botín, y se dejó otra en la estocada que le hizo guardia al sexto al perder éste una mano en el embroque, pero eso es lo de menos. Lo importante de verdad es la actitud de un hombre que no afloja desde que emocionase al toreo entero el pasado año con el toro de Sobral en Las Ventas.
Hoy fue con el mejor lote de una corrida de José Escolar que puso muy barato el adjetivo ‘mejor’, porque ninguno de los otros cuatro ofreció opción alguna para hacer el toreo. Todos se fueron orientando, y todos antes de la cuenta, impidiendo desarrollar al que estaba delante. Pero ese tercero noblón, que humilló los embroques, y ese sexto enrazado y emocionante, que resultó una brasa en la muleta, sí dieron la medida de lo que debe ser en Pamplona una corrida de José Escolar.
A ambos los enlotó Juan, que se mostró feliz y sonriente hasta cuando le pasaban los pitones cerca del vestido chispeante. Plantó su bandera desde que hizo el paseíllo, y puso el anuncio de búsqueda de piso ya en el quite al segundo, echándose el capote a la espalda para pegarle gaoneras comprometidas a un Escolar y en Pamplona. Guiño a las inmobiliarias para que fueran buscando, pero todavía quedaba su turno, y ese lo empezó con un solvente toreo a la verónica, una lidia muy medida hasta que llegó a la muleta y un inicio fulgurante entonces, arrodillado en los medios y ofreciendo el pecho cual si estuviera de pie. Pareció hasta pasarlo muy bien en ese trance, toreando largo e interpretando luego con la máxima sinceridad cuando tomó la muleta de pie y con la diestra.
Porque fue esa el arma principal de Juan, un tipo tan sincero que hasta cuando le está exponiendo los muslos y trazando con largura se permite exigirse más. Porque no ha llegado hasta aquí para que el tren se le vaya, y para eso hay que quedarse a vivir en el compromiso, en la verdad, en el sentido de la responsabilidad de la palabra torero. Y en esa ambición que le nace de tener la hierba en la boca, para plantarse de hinojos en el portón de los sustos y soplarle una larga cambiada que declaraba su intención. Y dejar el toro crudo -un error- para que jugase la viveza a su favor. Y lo fue porque tenía raza, codicia y empuje el cárdeno para tres toreros, y eso, con el escaso bagaje de Juan, era correr un peligro enorme de que el toro se montase encima. A punto estuvo de ocurrir, pero el conocimiento del colombiano, sus ganas de ser gente y compromiso con el vestido y el tendido hicieron que se sobrepusiera con dos series en redondo de mano diestra exigente, templada y precisa.
Aún le dio para unas manoletinas, por si no había quedado claro, pero tuvo, al entrar a matar, la mala suerte que compensaba llevarse el mejor lote, y el animal perdió una mano cuando se volcaba Juan sobre el lomo. Le hizo guardia. Le arrebató la puerta grande que ya saboreaba. Pero la ovación que le tributaron declaró sin malentendidos que Pamplona lo acepta como vecino, y que el piso lo puede comprar donde guste. Pero que lo compre.
También a Gómez del Pilar le reconoció Pamplona su derrohce de conocimiento y veteranía con ese toro quinto que se lo quiso comer. Y no por derecho, sino reponiendo, quedándose debajo, remontando en ocasiones, queriendo ponerse por delante de Noé, que jamás perdió los papeles. De hecho, le fue dejando pasadas ayudadas, de una en una, con una paciencia inifinita. Lo sobó y resobó mientras el toro buscaba lo que ya sabía que se escondía por detrás del trapo rojo. Y llegó un momento en que apretó Noé, y entonces no le quedó más remedio al cárdeno que darle lo más sincero que tenía a la verdad que le ofrecían. Había conquistado al tendido bullicioso, que mira hacia el ruedo cuando lo que hay es importante. Pero también te lo hace saber cuando lo que ocurre no es de su gusto, y la espada no viajó certera. Todo quedó en silencio.
Al contrario que a Rafaelillo en su primer turno, con un abreplaza que duró un suspiro y al que despenó de la estocada más perfecta que se vio en la feria. Ese fue su principal mérito para pasear la oreja que le concedió Pamplona a un torero tan querido aquí que también buscó el piso un día con tanto éxito como Juan. Muy pocco le duró a ese primero la nobleza que exhibía, pero menos aún duró el cuarto, que decidió remolonear sin arrancarse a penas a los cites del murciano. Así era imposible.
Pero no para Juan, que ya tenía en la cabeza que el piso podía ser en Estafeta. Y ahora ya está abriendo el bolsillo para ir haciendo hucha y volver el año que viene.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros Monumental de Pamplona, Novena de la Feria del Toro. Corrida de toros. Lleno.
Toros de José Escolar, de buena presencia y tipo dispar. De noble y con calidad a orientado el cárdeno primero; pasador de cara a su aire el segundo; de buen pitón derecho el importante tercero; remolón y agarrado al piso el cuarto; medidor y reponedor el complicado y serio quinto; codicioso y enrazado el importante sexto, ovacionado.
Rafael Rubio ‘Rafaelillo’ (negro y oro): oreja y silencio.
Gómez del Pilar (lila y oro con cabos negros): palmas y silencio tras dos avisos.
Juan de Castilla (blanco y oro): oreja y ovación.
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FOTOGALERÍA: EMILIO MÉNDEZ