En esta serie de los cinco grandes ídolos de Pontevedra vamos a comenzar con Luis Miguel Dominguín. El madrileño fue uno de los toreros más queridos del Coso de San Roque desde su debut en 1945 hasta la última lección de magisterio impartida en 1971.
En 1945 se celebra una corrida histórica con Armillita, Silverio, Pepe Luis y Luis Miguel. El enamoramiento con la plaza nace con el hambre de una figura que gusta en quites, con los palos y en la muleta. Puerta Grande de clamor.
En 1949 Luis Miguel se ha quedado sólo en la cumbre con la muerte del Monstruo en Linares y la temporada pesa pero él no se arruga. A una semana de encerrarse en Madrid no se guarda nada y levanta una tarde con todo en contra. Otro triunfo y Pontevedra se entrega.
En 1951 da una lección de cómo una figura defiende su sitio. Antonio Ordóñez debuta en Pontevedra y ante él aparece la mejor versión de Luis Miguel en los tres tercios. Otro triunfo de clamor y la clara muestra de la ambición del torero.
En 1957 tras cambios empresariales y lo hace con el hambre con el que se fue. Comparte cartel con otro de los ídolos de Pontevedra, Antoñete, y la rabia de Luis Miguel saca la mejor versión del madrileño que revienta la plaza desde el capote a la espada y los máximos trofeos le acompañan en una salida memorable.
Luis Miguel declara que para él Pontevedra no es una plaza cualquiera. Torear en Pontevedra es como torear en casa y con esa moral las cosas salen siempre bien.
En 1958 dicta una lección de profesionalidad acudiendo a la plaza visiblemente mermado pero sin la más mínima queja. Luis Miguel no se quita del compromiso y cumple ante el asombro y la admiración de un público que le adora más que nunca.
En 1960 vuelve tras unos sucesos sorprendentes que cambian los carteles de 1959. Luis Miguel vuelve a dar la cara por el Coso de San Roque y se anuncia el primero borrando el mal sabor de boca del año anterior donde pasó de estar anunciado a desaparecer de los carteles.
En 1971 reaparece en su Galicia, recordamos que tomó la alternativa en La Coruña, y lo hace en una época muy diferente a la suya. Palomo y Manuel Benítez ocupan el corazón de Pontevedra y el viejo maestro decide dar su última lección cortando un rabo en un clamor de un público que treinta años después le sigue adorando.