Por Francisco March
Céret, capital del Vallespir, en la Occitania francesa, a poco más de dos horas de Barcelona.
De Céret salen cada año las primeras cerezas de la temporada, allá por mayo, y van a parar a la mesa del Palacio del Eliseo, para ser degustadas por el Presidente de la República. Céret, ciudad amurallada, refugio de artistas, capital del cubismo, en ella vivieron, se inspiraron, Braque, Picasso o Juan Gris, también Matisse o Aristide Maillol. Su huella se aparece al visitante aquí o allá en el recorrido por sus calles empedradas y se reúnen, junto a Chagall, Miró, Tapies, Brossa…en su Museo de Arte Moderno.
A Céret, también a Perpignan, en la Catalunya Nord, acudíamos, cuando entonces- años 70- los catalanes del Sur, en busca del cine prohibido, maratones de fines de semana, una película tras otra, sin salir de la sala- sólo para comer y dormir- del cine político al cine erótico. Y, el domingo por la noche, de regreso en el coche o en el autocar, una ojeada a los libros también prohibidos, camuflados entre la ropa, escondidos bajo los asientos por si el control aduanero.
Y a Céret empezamos a ir, ya a finales de los 80, algunos aficionados taurinos de Barcelona y de la casi fronteriza Figueres-, al reclamo de una Feria que se organizaba en las fechas de la fiesta nacional francesa, auspiciada por un grupo de aficionados del lugar: ADAC.
La primera sorpresa venía por las muy pequeñas del ruedo y de la propia plaza, nada que ver con la Monumental. Seguía con las banderas- las senyeras- que ondeaban al aire a menudo furioso del Mistral y ya en los prolegómenos del festejo y durante su desarrollo con la música, interpretada por una Cobla Sardanista, que ponía la sonoridad de sus instrumentos- el flabiol, el tamboril…- al servicio de pasodobles y canciones populares. Después, cuando salía el toro, ni les cuento.
Ver toros en Céret era, sigue siendo, adentrarse en parámetros inusuales. No ya por su principal protagonista, el toro, sino precisamente porque este es el que marca el desarrollo de la lidia. Podría decirse que eso siempre es – debería ser- así, en cualquier plaza, en toda corrida. Sucede que en Céret es otra cosa. El culto al toro en su máxima expresión.
En Céret, donde sólo entra un picador en cada tercio de varas pues las dimensione del ruedo no permiten otra cosa, he visto a grandes maestros ante los más diversos hierros y encastes -salvo los que ustedes y yo sabemos y que ADAC jamás contempla- y también a toreros “modestos” que se han enfrentado a ellos con la dignidad por bandera y las agallas imprescindibles.
Esplá, El Fundi, también Alberto Aguilar, Fernando Robleño, L.M. Encabo, Javier Castaño, Sánchez Vara…son (o han sido) algunos de los toreros predilectos de Céret y , por consiguiente, habituales en sus carteles.
A Esplá, que tantas veces toreó y triunfó en Céret, el 15 de julio de 2007 un toro de Valverde lo cogió para matarlo. La conmoción en la plaza fue de un dramatismo sobrecogedor, la corrida se paró y sólo cuando se supo que, estabilizado en la enfermería, lo trasladaban en helicóptero a una clínica de Perpignan, pudo continuar.
Una pancarta, cada tarde, deja claras las cosas: Catalanes y aficionados. Catalanes del norte y del sur que se ponen en pie cuando suena “La Santa Espina” (sardana prohibida durante el franquismo) y “Els Segadors”, interpretados por La Cobla Milenaria que, en el paseíllo, toca la pieza “El Paseo de Céret”, del músico vanguardista franco catalán Pascal Comelade y, durante el festejo, pasodobles tan populares como “Pepita Creus” o “En er Mundo”. Y los areneros, con barretina y “espardenyas”.
El próximo fin de semana, dos corridas de toros y una novillada, la misma cartelería anunciada el pasado año y que el covid no permitió (en ADAC tienen como divisa cumplir su palabra). En ella, el debut de la ganadería de Reta, pura casta navarra, con toros de seis años pasados. Una incógnita por desvelar que tiene en vilo a los aficionados y en duermevela al ganadero y a los tres valientes que la van a lidiar: Octavio Chacón, Sánchez Vara y Miguel Ángel Pacheco. Suerte para todos.
También, claro, al aguerrido Francisco Montero, sólo ante seis novillos de seis hierros distintos y para Fernando Robleño, Gómez del Pilar y Maxime Solera, con los toros de Raso de Portillo.
La canción “Le temps des cerises”, esas cerezas que son orgullo ceretano, es un himno de resistencia entonado en la Comuna de París. Entrega, sacrificio, heroicidad.
Eso- y no sólo- es una corrida de toros en Céret.