El público sigue sin acudir a la plaza de Vista Alegre como debería en una plaza de este fuste, y ya está medio toreo consultando las aplicaciones para ver cómo va la venta de su corrida. A los tres de hoy, que tienen la carrera consagrada y bendecida, ya les va dando un poco igual la gente que metan, pero que se pierda el País Vasco es una mala noticia que el toreo no se puede permitir. Los que no vinieron al Botxo, sin embargo, se perdieron muchas cosas, unas evidentes y otras no tanto, en una corrida con el hierro de Núñez del Cuvillo que no termina de levantar cabeza ni queriendo ver el lado bueno.
Y lo tiene, porque, entre la caterva de toros sin raza que llegaron desde El Grullo, saltó un toro tercero con clase, con entrega, con voluntad de tomarla por abajo y de repetir con codicia. Lo enlotó Emilio de Justo, que es un torero de esos tocados con la varita de la Fortuna que va a visitar los sorteos a las doce del mediodía. Lo bueno es que este sí sabe qué hacer con ellos, porque sería una desgracia que te embistieran y no fueras capaz. Se han dado casos.
Emilio sí lo es, aunque hoy quisiese ponerse a torear antes de lo preciso. Necesita sentirse y regresar en su mente a la seguridad que le llevó a la cima, y la busca con ahínco con toda la tauromaquia que es capaz de desplegar. Hoy, por ejemplo, fue el único que meneó el percal con los astados, renuentes en general en los primeros tercios. Quitó por chicuelinas al segundo y hasta fue capaz de medio mecer a ese tercero en alguna verónica ganando el paso, sin que estuviera la tarde para tela rosa. Pero la ilusión y la fe del extremeño le hicieron preñarse de torería en un inicio hasta los medios de más suavidad que mando.
Pero embestía el de Cuvillo. Se iba por abajo y con la cara colocada cuando lo esperaba Emilio, y el brazo se le comenzó a caer -señal de entrega en el de Torrejoncillo- cuando no había concluído la segunda serie. Pero el toreo llegó después, cuando tomó la sarga sin ayuda y le echó el vuelo de la izquierda al codicioso Cuvillo, con más voluntad de embestir que fondo para aguantar tandas largas. Allí citó Emilio con el vuelo y supo embarcar con precisión la arrancada del animal, la única rítmica y enclasada que se mantuvo toda la faena, mientras De Justo dejaba el trapo siempre a dos dedos del morro y no permitía al de Cuvillo rozar siquiera la tela; se hubiese puesto muy bruto de haberse desengañado tocando franela. Todo iba para premio gordo cuando se tiró a matar Emilio, derecho como una vela, pero dejando una estocada desprendida que sólo valió para un trofeo. El toreo había quedado ahí.
El mérito de anunciarse lo tuvo Perera. No por estar convaleciente de dos costillas rotas, sino por haber sido capaz de andar con solvencia, magisterio y hasta brillantez con dos toros muy exigentes y de Bilbao -aunque el segundo pecase de escaso para el trapío que exige esta plaza-. A ese lo convenció al natural a base de imponer su ley sin que el toro lo percibiese, porque no le fue a la contra para apostar por su fondo, pero vio cómo medía el suelo cada vez que lo apretaba. Al quinto, que pareció tener más dentro cuando le firmó Perera el fulgurante inicio de cambiados de rodillas, no pudo entregarle más delicadeza ni tratarlo con más mimo, pero ni quiso tirar para adelante ni pareció tener importancia el final entre pitones de un Perera que falló a espadas.
Precisamente con la espada, pero la de descabellar, recibió Castella en su primero una cornada de 15 centímetros que no quiso que le operasen hasta terminar con el cuarto. Antes había lanceado con solvencia en el saludo a un toro que venía mejor que se iba y que tampoco a Perera le embistió mejor en el quite por ajustadas chicuelinas. El inicio por ambos pitones de Castella, ganando el paso hacia los medios, ya mostró que era menor el recorrido del funo que la necesidad de la tauromaquia del francés, pero es que, además, le fue a la contra a su falta de raza y se empeñó en no empujarle la intención. En cualquier caso, la faena ya estaba sentenciada al silencio, que evitó el accidente ya mentado. El cuarto, y con las carnes abiertas, fue un animal de comportamiento informal y cambiante que, sin embargo, descubrió Viotti en banderillas ofreciendo largura con el capote en la lidia. Fueron dos series. Buenas, es verdad, con la muleta viajando poderosa, firme y convincente, pero se volvió a empeñar Sebastián con el nulo pitón izquierdo y ahía se acabó la faena.
Por eso sólo De Justo se irá a la cama contento y con una oreja en la talega. Los demás andarán demasiado doloridos para considerar esta tarde como importante en sus vidas.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Vista Alegre, Bilbao. Cuarta de abono. Corrida de toros. Menos de un tercio de entrada.
Toros de Núñez del Cuvillo, justitos de presencia los tres primeros. De corto viaje el remiso primero; sin raza el espeso segundo; enclasado y con entrega el buen tercero; con transmisión a diestras el cambiante melocotón cuarto; obediente sin viaje el quinto; pasador sin raza el distraido burraco sexto.
Sebastián Castella (marino y oro): ovación en ambos.
Miguel Ángel Perera (verde mar y oro): ovación y ovación tras aviso.
Emilio de Justo (negro y oro): oreja y palmas.
CUADRILLAS: Fue ovacionado tras parear al primero Rafael Viotti, Morenito de Arles tras parear al tercero y Fini y Vicente Herrera tras rehiletear al quinto.
FOTOGALERÍA: JOKIN NIÑO