Ayer, 28 de agosto, se cumplían setenta y siete años de la cogida mortal de Manolete en Linares y la primera corrida de la Feria de San Agustín lo conmemoraba. Para la ocasión el cartel anunciado reunía a tres toreros, Morante, Curro Díaz y Manzanares, de larga trayectoria en los ruedos y distintas tauromaquias que cuentan con multitud de seguidores, algunos de ellos capaces de hacer muchos kilómetros para verlos, con mención especial en el caso de Morante.
Sin embargo todo se torció a la hora del sorteo (nada nuevo, por cierto, tantas y tantas tardes) que acabó como el rosario de la aurora con la espantá de Morante y Manzanares por un quítame o ponme ese toro y con Curro Díaz echándose la tarde al hombro en solitario.
A partir de ahí, con José Antonio y José María desaparecidos, se sucedieron declaraciones, actas administrativas, opiniones… Y poco o nada en claro.
Y ahí estaba Curro Díaz a la hora señalada al frente del paseíllo recibiendo durante todo su transcurso la ovación y emocionada de un público que pese a todo y el sofocante calor ocupó más de la mitad del aforo.
Lo que sucedió después ya se ha explicado aquí y en otros medios pero más allá de valoraciones hubo un detalle final que, por indigno, merece mención.
Después de su gesto y la gesta, de la que salió triunfador pese a la muy deficiente, en todos sus matices, corrida de Álvaro Núñez, cuando se disponían a sacar en hombros a Curro Díaz, las luces de la plaza de su Linares, se apagaron y entre tinieblas salió.
Una afrenta, una indignidad que aunque pudiera parecer anécdota me temo que es también metáfora de una fiesta que debería ser de luz y verdad y están llevando a la negra oscuridad y el engaño.
Escribo esto desde Baeza, tan cerca de Linares, em cuya sede de la Universidad Antonio Machado, se va a hablar durante dos días de toros y cultura.
Paradójico.