Ocurrió en la localidad cordobesa de Pozoblanco ( comarca del Valle de los Pedroches, corazón de Sierra Morena y a la que sus excelentes jamones de bellota le han dado una floreciente economía) el 26 de septiembre de 1984. En el cartel Francisco Rivera Paquirri”, Vicente Ruíz El Soro” y José Cubero Yiyo, con toros de la divisa de Sayalero y Bandrés. Era la última corrida de la temporada para Paquirri y sería también la última de su vida.
En el sorteo matinal el toro más “bonito”, ese que las cuadrillas siempre quieren para su matador, le había tocado a Paquirri y se dejó como segundo de su lote para salir en cuarto lugar. Su nombre, Avispado. De salida lo toreó de capa con suficiencia, mirando al tendido y al llamarlo los medios para llevarlo al caballo de picar, el toro se le venció por el pitón izquierdo, aunque el toreo apenas rectificó y en el siguiente lance se le volvió a colar, hundiendo el pitón en el muslo derecho. Colgado de él el torero y casi andando hasta los medios, Avispado llevó a Paquirri , que agarrado a la cabeza de toro intentaba zafarse de los pitones. Cuando el toro soltó a su presa, de la pierna del torero salió una catarata de sangre, la misma que teñía el cuerno del toro.
En brazos de las cuadrillas Paquirri pasó a manos de los médicos. De lo que ocurrió en esa precaria enfermería, previo al viaje último en coche a un Hospital de Córdoba al que llegó ya sin vida, queda el testimonio brutal recogido por Antonio Salmoral, corresponsal de TVE y en él las palabras del torero dirigidas al cirujano Eliseo Morán: “ La cornada es fuerte, tiene al menos dos trayectorias, una para allá y otra para acá. Abra todo lo que tenga que abrir y lo demás está en sus manos”.
Cuando al día siguiente se conoció la muerte de Paquirri la conmoción fue tremenda y trascendió lo estrictamente taurino dada la proyección social de torero, casado apenas un año antes la tonadillera Isabel Pantoja. La televisión única y española (a las privadas aún les quedaban años y internet y las redes sociales muchos más) llevó la tragedia, el luto y el llanto, a todos los hogares y la prensa otro tanto, mientras el mundo del toro se preguntaba cómo torero tan poderoso y capaz había podido morir en un trance así, algo que llevaba a recordar la muerte “El Rey de los toreros”, Joselito El Gallo en Talavera en 1920.
La muerte de Paquirri devolvió al toreo su desvanecida dimensión de tragedia y gloria y, además, aquel cartel de Pozoblanco acabó por ser maldito. No había pasado un año cuando en Colmenar Viejo, el toro Burlero partía el corazón de José Cubero Yiyo. que toreó con Paquirri la tarde de Pozoblanco y tiempo después El Soro, que completaba la terna, encadenó una serie de percances que le costaron la movilidad y se vio obligado a dejar el toreo. Además, en 1988, el ganadero Juan Luis Bandrés (titular junto a Victoriano Sayalero) del hierro de Avispado, moría asesinado.
La biografía taurina de Paquirri, que se remonta al debut como novillero en 1962 en su Barbate natal tiene en la alternativa el 17 de julio de 1966 en La Monumental de Barcelona (en ella toreó por última vez tres meses antes de Pozoblanco, con Esplá y Víctor Mendes, el cartel de banderilleros que se repetía en todas las ferias) un dato anecdótico pues no pudo llegar a tomarla al ser herido por su primer toro antes de estoquearlo. Un mes después y en el mismo coso llegó la definitiva con Paco Camino como padrino y de testigo El Viti y dieciocho años más tarde Avispado se cruzó en su camino.
Cuarenta años de la muerte de Paquirri, torero, una efeméride luctuosa que llega en plena efervescencia del sempiterno debate sobre la tauromaquia y en el que ha irrumpido con fuerza Albert Serra y su “Tardes de soledad” exhibida hace unos días en el Festival de San Sebastián.
La crítica especializada se ha rendido a la fuerza del discurso y las imágenes no sin hacer, en su mayoría, una lectura sesgada y acorde con el pensamiento social y político dominante que tiene en la tauromaquia la esencia de todos los males y perversiones morales, a lo que el cineasta de Banyoles ante preguntas tales como si está a favor del toro o del torero, responde sin despeinarse: “Es una pregunta ridícula, a favor del torero siempre. ¿O es que prefieres lo otro?”.
Ea.