Una plaza llena. Una salida al tercio a saludar, Una corrida de extraordinaria reata de Victoriano del Río aguardando en chiqueros. Un mano a mano. Muy poco más haría falta para llegar a Madrid con el tratamiento que merece una figura, que es lo que se lleva pidiendo mucho tiempo para esta generación que representan Fernando Adrián y Borja Jiménez, cinco puertas grandes entre los dos en el último año y medio. Y supongo que un buen dinerete a repartir entre los dos, aunque no anduviera la tele por medio. Eso, independientemente del resultado artístico de la operación, ya es un éxito. Pero, en este caso, uno recuerda la frase de Rafael El Gallo, cuando decía que lo librase Dios de un toro bravo, y conviene analizar el precio que han pagado los dos toreros anunciados hoy por no andar a la altura del encierro más bravo, en conjunto, que se ha lidiado en Las Ventas en lo que va de año.
Cinco toros muy parecidos en la morfología y en el tipo -distinto el sexto-, pero también en el contenido, que tuvo importancia y valor, aunque fueran diferentes en los matices, como corresponde a un buen encierro de toros de lidia. Todos a más, todos ofreciendo las virtudes, dando el premio a la apuesta sincera. Pero ninguno dispuesto a que le perdiesen el respeto, le cometiesen errores o menoscabasen su fondo, porque todos exigían la entrega, la voluntad y la apuesta, pero también la inteligencia, la soltura en las muñecas y el poder en la sarga, y éste se vino muy a menos a medida que se iba muriendo un festejo que terminó sin responder en el resultado artístico a las expectaciones generadas.
Y no fue porque no empezase fuerte el mano a mano, porque Fernando Adrián se fue a saludar de rodillas en la puerta de chiqueros al primero, pero es que continuó con faroles an el tercio, sin levantarse aún, y unas chicuelinas bien ceñidas en la misma boca de riego que se metía en el bolsillo a un tendido dispuesto a aplaudir. Lo hizo también cuando Borja no perdonaba el quite y se pasaba muy cerquita al animal por chicuelinas, con una media abelmontada que fue de lo mejor de la tarde. Lo fue también la decisión con la que Fernando se fue a pasar por estatuarios a ese primero, pero no valió con la voluntad; hubiese necesitado gobierno, imposición, poder en una muleta que quiso torear demasiado pronto. Porque se dejó llevar Adrián por el viento y terminó debajo del 6; se dejó llevar por las protestas y terminó intentando cruzarse en la ligazón, que es como decir que has pretendido rizar el rizo. Cuando se quiso dar cuenta, todos habían decidido mucho más que él en la faena, que se se coronó con una estocada caída y un silencio. Es que lo bravo plantea muchos problemas.
Como los que puso el tercero, uno de esos toros cuya embestida por el pitón derecho es tan perfecta y entregada que no eres capaz ni de soñarla. Desde el saludo capotero lo marcó el victoriano, con trasnmisión, clase y un ritmo poco común en un toro con ese cuajo. Tanto vio Fernando en él que terminó por hacérsele grande el torrente de bravura que se le venía encima, por más que quisiese echar la muleta abajo para sofocar el aluvión. No es que no se los pegase, que lo hizo, pero no de los quilates que debía, imponiéndose antes a esa fuente de emoción. Tanto que se llevó una tremenda ovación el animal cuando arrastraban sus despojos por la arena, camino del desolladero. Y ese mismo camino tomaba la tarde con el quinto, pero ahí ya no estaba Fernando metido en la corrida que venía a torear.
Por eso se apocó en los primeros tercios, cuando se arrancó en la distancia el toro frente al caballo, pero cuando vio cómo era en el percal de un enorme Curro Javier tomó la decisión de apostar. Y se clavó de rodillas para asaentarse en los cambiados, pero le echó mano, ya de pie, y todo se vio deslucido. Ya no rodaba igual. Pero el público -que hoy tomó la senda de comportarse con la seriedad de Madrid-, estaba deseoso de aplaudir los esfuerzos, y pareció titánico el que hizo Adrián para armonizar una serie al natural que terminó en voltereta por llevar el muletazo hecho. Fue voluntad, decisión, arrebato… pero no existió el toreo. Y si lo llega a matar bien, le hubieran pedido una oreja.
Como se la pidieron a Borja con el bondadoso primero, que lo fue por las virtudes que guardaba, pero el fondo fue de tremenda importancia. Fue el primero de los tres que saludó el sevillano en la puerta de chiqueros, seguro en las largas, pero más aún en los lances. Encajado Borja en el primer saludo, siempre metido en lo que había que ejecutar, siempre dispuesto para los quites y siempre seguro con el capote. A ese segundo lo toreó vertical, descargado de hombros sobre los riñones. ligero para acompañar una embestida que se iba al infinito con enorme profundidad. Ahí todavía estaba Borja con la flor en la boca, y con el ánimo intecto para puntear al natural una arrancada mucho peor que a diestras. Pero lo mató mal, porque no es la suerte suprema la que se le dé mejor al torero de Espartinas, y ahí comenzó el declive.
Ese cuarto mostraba un tranco poco común, una alegría en el galope que ratificaba sus bondades y una bravura natural que le hacía acometer con todo, pero empujado desde el riñón. «Líbreme Dios del toro bravo», decía El Gallo, y tenía toda la razón, pero puede que hasta hoy no supiésemos por qué. Nos resolvió la duda Borja cuando intentaba, sin fruto, pasar de muleta a ese sexto. Total, que seguiremos buscando y esperando a que cuadren los planetas en línea.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de Otoño, quinta de abono. Corrida de toros. Tres cuartos largos de plaza (21.412 espectadores)
Toros de Victoriano del Río. De imponente planta y tipo similar, excepto el sexto. Áspero y con poder el importante primero; con transmisión, clase y fondo el buen segundo, ovacionado; de enclasado pitón derecho el bravo tercero; exigente y con calidad el cuerto; serio y exigente el quinto; cohibido en la embestida un sexto sin desarrollar.
Fernando Adrián (tabaco y oro): silencio, silencio y ovación tras aviso
Borja Jiménez (blanco y oro con cabos negros): vuelta al ruedo tras aviso, silencio tras aviso y silencio tras aviso.
INCIDENCIAS: Fernando Adrián y Borja Jiménez fueron obligados a saludar tras finalizar el paseíllo.
FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO