Paco March
«Mercaderes, traficantes/más que nausea dan tristeza/no rozaron ni un instante/ la belleza. La belleza, la belleza» (Aute).
Días atrás, una escritora con apellido de base naval yanki publicaba en El País un artículo (debida y lúcidamente contestado por José Carlos Arévalo en Cuadernos de Tauromaquia) en el que sacaba a pasear la retahíla de tópicos de los que cierta » intelectualidá» echa mano para denunciar (sic) las maldades intrínsicas a la tauromaquia poniendo el énfasis en el sadismo. Allá ella. Y elles. Ni ella ni elles han visto la corrida de esta tarde en el santanderino Coso de Cuatro Caminos.
Pero es que aunque la hubieran visto – un suponer- seguirían erre que erre en su desvarío, incapaces (intelectual y emocionalmente) como son de gozar la belleza. Belleza, no como ornamento sino como fundamento, que surge de la entregada verdad del artista- el torero- , que apuesta la vida en el envite.
Belleza en la apostura, en el lance, en el valor. Belleza que es juego de armonías y creatividad siempre con el albur de la cornada que todo lo puede desbaratar. Morante, Urdiales y Aguado proclaman la belleza del toreo, mientras los sádicos se regodean en su inopia.