AL NATURAL

«A la cama, Juan, que ya te han visto…»


lunes 21 abril, 2025

El francés se dejó un trozo de alma en Las Ventas y no sirvió ni para convencer al presidente de que una petición era mayoritaria...

Juan Y Marco Leal
Juan y Marco Leal en Madrid © Luis Sánchez Olmedo

Acababa de caer el quinto de la tarde, un toro de Palha con dos agujas antinaturales por delante y tres infiernos en las intenciones. Acababa de sucumbir a un tremendo estoconazo que lo tiró sin puntilla, justo después de que le reventara la chaquetilla al francés en un primer encuentro que pudo ser trágico. Acababa de arrebatarle a Las Ventas un reconocimiento y un respeto que parecía negarle per se cuando llegó a la plaza, como si el valor, cuando se plantea como tal, tuviese que tener truco. Y, sobre todo, acababa de ver cómo el presidente del festejo se tapaba los ojos para no ver que una gran mayoría de las casi 10.000 personas que andaban por los tendidos habían considerado de oreja la faena del Francés. Fue entonces cuando Marco Leal, con una palmadita en la mejilla, entre cariñosa y resignada, parecía decirle al matador: «A la cama, Juan, que ya te han visto…», Y la frase tiene su miga.

A Juan Leal lo habían visto domar a dos panteras tan distintas de hechuras como parecidas en las ideas, pero tuvo que llegar el drama de la portagayola y el volteretón después para que el tendido comprendiese que lo que estaba haciendo el galo sobran dedos en las dos manos para contar a los que son capaces de lograrlo. Todo sin cambiar su toreo, su esencia, su forma de entenderlo, pero es que no es lo mismo hacérselo a una borrica medio muerta que a los dos Palhas de ayer. No es ni parecido. Y lo de ayer sí tuvo la importancia y el mérito que deben hacer que eso sirva para caminar, pese a que no valiese ni para que el que ocupaba el palco se molestase en contar pañuelos.

«A la cama, Juan», parecía decirle a Leal su primo Marco, porque la de ayer era una de esas tardes en las que te puedes ir a dormir sabiendo que no te has dejado nada, que has pasado de largo esa línea a la que se refieren siempre los toreros y que separa lo real de lo extraordinario. No podía haber hecho más. Los dos los brindó al público. Al segundo, con el empuje guardado y los pitones ya no por encima del palillo, sino en la mismísima cara, se la echó por abajo como si la fuera a tomar, tan convencido que terminó haciéndolo el toro portugués en una tanda y media -no daba para más el engaño que convertía lo vulgar que traía el bicho en lo magnífico que logró Juan-. Un toro con movilidad, de los que engaña al julay porque parece que embiste, y en realidad solo corre, sin entrega, con los pitones a su altura porque no hace ningún esfuerzo ni se somete. Un animal de esos que te pone en la tesitura de tener que escuchar que se va sin torear. Y tú sabiendo que le has hecho cosas inimaginables cuando salió por la puerta de chiqueros.

Por eso fue precisamente allí, al portón de los sustos, a donde se fue a arrodillar para encomendarse al patrón de los Oftalmólogos -desconozco el nombre del santo-, para que vieran lo que iba a ocurrir sin perder ripio. Y lo que aconteció fue que el inmenso toraco, desproporcionado y feo, no es que no tomase el vuelo de la larga, es que se le quedó mirando a la cara, sin pasar, advirtiendo al francés del calvario que le iba a plantear si le asaltaba una sola duda. Pero no lo asesinó en varas, como hizo Rafaelillo; ni le hizo caso al sentido común, como Fran de Manuel al renunciar al quite. Juan se enterró en los medios para citar desde allí a un toro que estaba olisqueando el burladero de matadores.

Es muy probable que, de arrancarse, el de Palha se lo hubiera llevado puesto, porque la reacción que tuvo al desistir Juan y cerrarse en tablas fue la de ir regateando, al más puro estilo de su paisano Futre, hasta que lo volvió a domar el galo con el poder de su sarga. Tenía disparo, tenía fiereza y tenía mala leche el bóvido, que radiografiaba primero, medía después, al arrancar, y reponía por arriba buscando sobaco, que no tobillo. Ese no era la burra moribunda con la que se acostumbra a fingir valor en los tiempos que corren. Pero le costó a Juan convencer al tendido de que lo que veía no tenía truco. A pesar de que su primo Marco, con esa palmadita cariñosa, se refiriese a que ya lo habían visto… formarle un lío a la pantera.

La lástima es que no esté en San Isidro, ni en las ferias francesas anunciadas hasta el momento hasta que llegue Arles en un mes de septiembre donde ya no se arregla nada. La lástima es que no saliera ayer con una oreja en la mano que se había ganado jugándose el cuero sin importarle volver al hotel, porque un tipo muy íntegro, muy íntegro decidió que era él quien tenía que defender la integridá. La pena es que esto haya cambiado tanto que ya no se distinga desde el tendido lo que es verdad de verdad. La pena es que fuera verdad la frase que le suponemos a Marco con esa palmadita en la cara y a flor de piel la resignación. «A la cama, Juan, que ya te han visto…». Aunque no te hayan sabido ver bien.