AL NATURAL

El arte no entiende de Excel: Pagés castiga al aficionado en Sevilla con una nueva subida de precios


jueves 24 abril, 2025

Pero ¿qué sabrá de emoción y de arte un tipo que asegura que Juan Ortega no es un torero para Resurrección sin ponerse ni colorao?

Ramón Valencia
Ramón Valencia, en una imagen de archivo. © Arjona - Pagés

La Empresa Pagés dice que ha subido los precios un 2,8 por ciento. Lo dijeron Los Ramones -padre e hijo- en la presentación de carteles, entre la caspa del terciopelo rojo y la rancia frialdad de una mesa de por medio. Pero lo dicen con voz queda, como quien cree que ese número apenas escuece. Pero basta con mirar el papel de los abonos y hacer unas cuantas cuentas de las de toda la vida para descubrir que, en la realidad del aficionado, el incremento se mueve entre un 3,6 y un 5,4 por cierto. Y eso, mire usted, hace tiempo que empieza a doler. Sobre todo si se acompaña de la misma película repetida, los mismos carteles clonados y la misma indiferencia por el que paga.

Porque esto no va solo de dinero. Esto va de respeto. Esto va de valorar al que lleva años en la fila esperando su sitio y al que se deja los ahorros por ver una feria con alma. Y lo que encuentra cada año es un precio más alto y una ilusión más baja.

Mantener el abono en Sevilla se ha convertido en una especie de penitencia con palcos. No hay recompensa. No hay gesto. No hay sorpresa. Solo una factura más alta y el mismo menú de siempre. ¿Novedades? Ninguna. ¿Diversidad en los carteles? La justa. ¿Alicientes para todos los gustos? Solo si todos tenemos el mismo. Y el mismo gusto, sabemos, no hace afición.

El resultado es que cada vez más aficionados se bajan del barco. Ya no renuevan. Esperan a ver qué tarde merece la pena y compran su entrada suelta. Si pueden, claro. Porque el que no quiera abono, tendrá que soltar entre 31 y 86 euros por entrada de sol. Y ojo, eso si no se agotan antes en manos de las plataformas o de los revendedores disfrazados de modernidad. Pero tampoco lo podrán ver por la tele, porque el visionario manchego que gestiona la feria y la plaza entiende que los 55.000 euros más variables por tarde que ofrecía Onetoro es un precio ridículo, pero no cuantifica el daño tremendo que supone para la tauromaquia no retransmitir la feria por televisión.

Lo que antes era una fiesta del pueblo, ahora empieza a parecer una gala para elegidos. Las novilladas se mantienen ‘baratas’, sí, a 14 euros. Pero ni tienen promoción, ni cobertura, ni eco. Da la sensación que son esa obligación molesta y absolutamente prescindible que tiene que sufrir la empresa para podrá celebrar las corridas donde está el ‘turrón’. Incluso en ellas, el beneficio no está en todas, porque está harto el señor a asegurar que con tres figuras y una ganadería potente ‘palma’ dinero a espuertas. Por eso sube los precios: porque tiene que rentabilizar el cemento, y hacer que en los días de media plaza se gane el dinero que se pierde en las otras. Y eso es carecer de talento para ganar más siendo mejor.

Esa es la verdadera tragedia: el aficionado medio está siendo expulsado, poco a poco, de su lugar natural. Le están diciendo, sin decírselo, que esto ya no es para él. Que la pasión se paga aparte. Y en cuotas.

No se puede dirigir una plaza como si fuera una empresa cualquiera. Porque aquí no se fabrican tornillos, se despiertan emociones. El toreo no entiende de porcentajes ni de balances: entiende de entrega, de arte y de verdad. Y cuando eso se pierde, por mucho que los números cuadren, la Fiesta deja de tener sentido. Bien es verdad, sin embargo, que los números deben cuadrar para que la feria siga existiendo, pero eso no se hace explotando a los mayores, sino promocionando a los nuevos. Incluso si debe ser con precios más económicos -igual que lo son los emolumentos ridículos que cobran los que menos pueden protestar-.

Sí, la Maestranza sigue siendo un templo. Pero hasta los templos se vacían si se convierten en oficinas de cobro. Y el olé, ese que estalla cuando se torea de verdad, el que nace en la barriga y hasta puede que te haga brotar una lágrima desencadenada, no se puede programar en una hoja de Excel. Pero ¿qué sabrá de emoción y de arte un tipo que asegura que Juan Ortega no es un torero para Resurrección sin ponerse ni colorao?

La subida de precios —esa que dicen del 2,8 por ciento pero que el bolsillo siente como un 5,4 por ciento— es solo el síntoma. El problema de fondo es otro: el aficionado ya no se siente parte. Y sin él, esto no es Fiesta. Es solo fachada.