El próximo 16 de mayo volveremos a honrar, como debe ser, el Día Internacional de la Tauromaquia. Una fecha que no es casual, ni fruto de la improvisación. Fue elegida porque ese día, en 1920, el toreo perdió a uno de sus más grandes, José Gómez Ortega, “Joselito El Gallo”. Su muerte en Talavera de la Reina marcó el final de una era y, a la vez, el inicio de una mitología que aún hoy alimenta la memoria de la tauromaquia.
Joselito no era solo un torero formidable, era una institución viva. A los 25 años ya lo había conquistado todo. Dominaba el toro y dominaba la plaza. Inventó la edad de oro del toreo y organizó la fiesta desde dentro. Aquella tarde en Talavera, sustituyendo a última hora una actuación en Madrid por una en la plaza que inauguró su padre, selló con sangre la grandeza que ya le pertenecía. El tercio de banderillas del cuarto toro de aquella trágica tarde, con Sánchez Mejías al lado, fue la antesala de su inmortalidad. La ovación que recibió entonces fue la última que escucharon sus oídos, pero no la última que le ha dado la historia.
Un siglo después, las ovaciones que despierta otro genio nos devuelven al espíritu de Joselito. Morante de La Puebla, figura indispensable de nuestro tiempo, es el torero que emociona, que conmueve, que remueve conciencias y corazones. Su toreo es una liturgia antigua revestida de sensibilidad moderna. Y cuando torea como lo hizo antes de ayer en La Maestranza, recibiendo al cuarto de la tarde a una mano, cuando pone al público en pie y logra que hasta El Juli se levante embriagado por la emoción… entonces, Joselito vuelve al ruedo.
Porque sí, ese cuarto toro de Morante fue una ventana abierta a siglos pasados. En su quietud, en su temple, en su magisterio, se escucharon ecos de Gelves. La historia no se repite, pero sí se encarna en los elegidos. Y Morante lo es. Su temporada de 2021 fue una lección de constancia, de entrega, de profundidad artística. Su temporada 2023, con el histórico rabo en la Feria de Abril, fue la rúbrica. Y ahora, en 2025, no es que esté en plenitud: es que está en leyenda.
Es por eso que el Día Internacional de la Tauromaquia no puede vivirse como una efeméride fría. Debe ser una fiesta. Una reivindicación alegre de lo que somos. En Albacete, en apenas dos semanas, el Capítulo de la Fundación Toro de Lidia celebrará esta fecha con el fervor que merece. Porque la historia nos llama. Porque tenemos la obligación de recordar y también de celebrar. Porque cuando Morante torea, cuando su arte nos hace vibrar, Joselito sonríe desde el albero de la eternidad.
Gracias, Morante.
Por seguir hilando el arte con manos de seda.
Por darnos razones para creer que la tauromaquia no es pasado, sino presente.
Y sobre todo, por recordarnos que, en el ruedo, los genios nunca mueren.