Por CARLOS BARRAGÁN
En el toro de lidia no existen razas como en el perro, por ejemplo. El toro es, en sí, ya una raza entre el ganado vacuno pero desde sus remotas raíces se han ido configurando distintos tipos según su ubicación geográfica y criterios de selección.
Hay dos castas fundacionales de las que derivan prácticamente todas las ganaderías de bravo actuales: la del Conde de Vistahermosa y la del Duque de Veragua, aunque el paso del tiempo y la evolución del toreo han motivado que lo del Conde sea predominante en el toro bravo quedando lo veragüeño como una presencia testimonial.
Allá por el año 1920, un ganadero de El Escorial tuvo la idea de cruzar vacas de Veragua con un semental del Conde de Santa Coloma, una especie de aventura que José Vega, ganadero que lo hizo, debió tomarlo como una experiencia, o aventura, pues el resto de los ganaderos eran partidarios decididos de la selección genética dentro de su propia vacada.
El señor Vega, de quién en los anales de la tauromaquia se conoce muy poco, vendió la ganadería a los cuatro años, prácticamente sin conocer su resultado en la plaza. Y los adquirentes fueron los Hermanos Villar, de la localidad zamorana de Benavente que, como se dice, la pusieron en circulación.
El cruce proporcionó un tipo de toros peculiar en su pelaje y comportamiento. Al cabo de los años, los dos hermanos vendieron su parte a ganaderos salmantinos de la familia Galache y Sánchez Cobaleda respectivamente, cuyos descendientes son los actuales propietarios
Estos toros, encaste vega-villar, tienen muchos de ellos una particularidad: desde la pezuña hasta una cuarta mas arriba, las dos patas delanteras o las cuatro tienen color blanco, y se les llama calceteros por ello, como si vistieran calcetines blancos. El resto del pelaje suele ser berrendo, o sea mezcla de manchas cárdenas (blancas como nevadas) y negras, o negras en su totalidad pero con parte de la tripa, o el braguero, blancos, o manchas aisladas también de este color en la cara u otras partes del cuerpo.
Su aspecto es de mucha seriedad, bien encornados y de un temperamento fuerte lo que les fue relegando a corridas de rejoneo. Estas ganaderías como las salmantinas de Barcial y la de Sánchez Cobaleda, entre otras, tuvieron sus momentos de esplendor y proporcionaron triunfos importantes a toreros destacados hasta unos veinte años atrás en que empezó, por la propia evolución del toreo en la muleta, a disminuir notablemente su presencia en los ruedos.
En el campo llenan la cámara fotográfica por ser bien dotados de cuerna, anchos y bajos de agujas, y dan sensación de guardar su sitio en el pastizal y la distancia con los visitantes.
Su manejo con los caballos es más difícil que otros tipos de encastes y cuando estás delante de ellos, tienes una agridulce sensación al contemplar toros con trapío que el «viento del toreo» se los va llevando poco a poco al olvido, pues incluso en las corridas de rejones predomina hoy otro tipo de encaste, los murubes (de los que hablaremos otro día) que tienen mejores condiciones de ritmo y continuidad para embestir al caballo.
Victorino Martín, en línea de recuperar encastes que han venido a menos, compró parte de la ganadería de Barcial, vacas, y ha tratado de refrescarlo -cruzarlo- con algún toro de su ganadería de línea albaserrada, procedente en parte de Santa Coloma, el cincuenta por ciento del origen de los vega villar, lidiándolo a nombre de Monteviejo, finca matriz de su propia ganadería, situada en el termino cacereño de Moraleja del Peral.
Estos toros, llamados también «patas blancas», han tenido mucha aceptación en algunas plazas francesas precisamente por su impetuosa salida y embestida a los picadores, algo que se valora muy positivamente, aunque después, en la muleta no tengan, por término general, la bravura demandada hoy.
Para mi afición es grato revivir una parte de la historia del ganado bravo donde la genética es a veces un misterio, como en las personas. En la ganadería de Barcial, hay una fotografía de diestros como Manolo Vázquez y Julio Aparicio, por ejemplo, saliendo a hombros de la plaza de Madrid, como una evocación de lo que fueron – desconocemos el futuro – estos toros que hoy traemos al papel.