LA CRÓNICA DE SAN ISIDRO

Un francés, un sevillano y Talavante


viernes 9 mayo, 2025

El extremeño, que conoce los secretos de Madrid, cambia una faena importante por una Puerta Grande sin mayor importancia

Talavante Celebra El Triunfo
Alejandro Talavante celebra el triunfo con Carlos Montaño, su mozo de espadas © Luis Sánchez Olmedo

Así, con esa descripción de los protagonistas, solían empezar los primeros chistes que me contaron de pequeño. «Eran un inglés, un francés y un español…». Y era precisamente el español el que solía ganar en cualquier asunto por astuto, sagaz y listo, pero sobre todo por ingenioso. Esta tarde, en Las Ventas, faltaba el inglés, pero sí salieron un francés y un sevillano junto a otro español, que no era un español cualquiera; era Talavante, y eso, en Madrid, no es decir cualquier cosa. Un Puerta Grande abierta a la calle de Alcalá al final del festejo lo corroboraba.

Eran un francés -que confirmaba alternativa y venía con ínfulas de solvente en su tierra-, un sevillano -que hace el toreo como casi nadie hoy en día en el mundo- y Talavante, que se veían en el patio de cuadrillas de Las Ventas para torear una corrida de Victoriano del Río. Y de eso, de la corrida, igual hablamos otro día, pero del encierro de hoy sólo se puede decir que fue una colección de bueyes, con más o menos docilidad, basta, sin reunión ni armonía y como traída para asutar al ‘julay’, pero no bien presentada. De ahí sobresalió uno por malo de verdad -el reservón primero- y otro por enclasado, noble y obediente -el buen cuarto-, que resultó un toro de baba. Los demás sacaron todos defectos insalvables para quien quisiera dejar escrito su nombre hoy en los anales de la historia.

Pero hete aquí que Talavante, que era el más listo de la terna, supo meterle mano a ese cuarto para que la suavidad almibarada de su toreo llegase con fuerza a un tendido con el que al extremeño le resulta tremendamente sencillo conectar. Un quite por delantales a la salida del caballo -donde no lo asesinó, como sí hizo con el otro- fue el preludio de una obra llena de lírica que comenzó con desdenes y trincheras que ya llegaron hasta la última teja de la plaza. Plasticidad, belleza formal, mérito por hacérselo a un toro de Madrid… pero nada de toreo fundamental. Y eso que lo estaba disfrutando Alejandro, que se puso de frente y a pies juntos a citar para el toreo en redondo, pero luego abrió el compás y condujo la embestida con mimo y ralentí hasta el infinito de la línea. Más tarde se la echó a la zurda y cuajó, al natural, los mejores momentos de la tarde, embarcando con precisión en los vuelos y soltándolo muy atrás, vaciando sin escupir la embestida. Todo muy bello. Todo para un trofeo otorgado a la emoción de la belleza formal rematada por un soberbio volapié. Pero debieron liarse en el palco -mientras torero y cuadrilla deslizaban furtivas miradas al tendido 7- y sacaron dos pañuelos que le cambiaban a Talavante justicia por exceso. Y eso variaba diametralmente el sentido del resultado, con el premio a la misma faena.

Porque faltó un elemento clave para que un tipo atraviese la Puerta de Madrid: la rotundidad. Hay pasajes que todo aficionado se llevará a la retina cuando vuelva a ver el vídeo, pero si intenta reproducirlo entre sus recuerdos es fácil que se lleve una sorpresa. Eso no ocurrirá con esa media solemne, sublime y monumental que aún le está pegando Juan Ortega al tercero para rematar el quite por chicuelinas toreadísimas que respondía al de Alejandro a la verónica. Es la forma de interpretar, la manera de decir el toreo la que marca la diferencia en la profundidad de la obra. Por eso llama la atención que al sevillano le sacasen la escuadra y el cartabón desde el tendido de los custodios para medir una cuarta más o menos en la forma de colocarse, mostrándose intransigentes con él y cambiando el criterio diez minutos más tarde -con Alejandro en la arena- sin ponerse ni coloraos. Si a uno le dejamos expresar como considere -que me parece muy bien-, sigamos la misma norma con todos los demás, si es que aspiramos a salvaguardar los cánones.

Esos los guardó mucho más de lo que ahora parece un Clemente que ya no es aquel novillero frágil que llegó a Madrid oliendo a figura gala y no fraguó. Hoy sacó tragaderas y arrestos para andar por encima del reservón primero y dejar un buen regusto del toro de su confirmación. Fue un probar y un conquistar un terreno que la falta de entrega del bicho no permitía con facilidad. Fue un soportar amenazas en forma de coladas que terminaron dando con el francés a los lomos en cuanto quiso afirmarse en el talón. Pero antes ya había dejado dos series de apuesta sincera, de importarle poco los pitones que pasaban por delante a la altura del pecho, o los parones con los que amenazaba el de Victoriano la integridad del torero. Fue un taparle la cara, un cerrar los ojos y un armonizar en buena la amalgama de defectos que le dejaba el toro al arrancar. Con dos silencios se fue, pero no con el mrespeto perdido.

Ese ya se lo había perdido a la plaza el presidente, y era todavía la primera de abono. A este paso, y con algo de suerte, al último de feria le pasean hasta las patas.

FICHA DEL FESTEJO

Viernes, 9 de mayo de 2025. Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Primera de la Feria de San Isidro. Corrida de toros. No hay billetes.

Cuatro toros de Victoriano del Río (primero, segundo, tercero y cuarto) y dos de Toros de Cortés (quinto y sexto), grandones en general y bastos de presentación, sin armonía. Reservón el primero, con poder y temperamento; desfondado el segundo; noble pero de poco poder el tercero; noble y de gran flexibilidad en la embestida el cuarto; desagradable, con genio y a la defensiva el quinto; mansurrón de viaje muy corto el sexto.

Alejandro Talavante (canela y oro): ovación y dos orejas.

Juan Ortega (nazareno y oro): silencio y silencio tras aviso.

Clemente, que confirmaba alternativa (tabaco y oro): silencio tras aviso y silencio tras aviso.

FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO

Fotogalería Madrid 9 5 2025