EDITORIAL

La cantera sin campo: Mario Navas y el callejón sin salida


martes 20 mayo, 2025

El pucelano es el principal exponente de una generación de toreros tan excelente como falta de pista para brillar

69 Mario Navas (1)
Mario Navas saliendo de Las Ventas. © Luis Sánchez Olmedo

Está muy bien —faltaría más— que Madrid abra sus puertas a los novilleros. Que Las Ventas se convierta en ese trampolín que siempre ha sido, o que al menos pretende seguir siendo. Iniciativas como Cénate Las Ventas son, en teoría, manantiales de esperanza para los que empiezan. Pero una vez que el chaval se ha ganado el sitio, ¿qué hacemos con él? ¿Le cerramos la puerta hasta nuevo aviso porque no tiene quien le empuje?

Ahí está el caso sangrante de Mario Navas. Un torero con todas las letras, que ganó con luz propia Cénate Las Ventas en 2024. Y desde entonces… la nada. El silencio. El ostracismo más cruel. Ni una feria. Ni una oportunidad de relumbrón. Ni una apuesta por parte de quienes manejan los hilos. ¿Qué más tenía que hacer Mario Navas? ¿Cortar más orejas? ¿Pedir permiso para soñar?

Mientras los despachos siguen midiéndolo todo en términos de ‘fuerza’, intereses y padrinos, el mérito se desvanece. No sirve ganar en Madrid si luego no se traduce en contratos. No basta con ser bueno, hay que tener quien te compre el billete. Y si no lo tienes, estás fuera. Así de simple, así de injusto.

El futuro de la Fiesta no se muere por falta de cantera, se muere por falta de compromiso. De coherencia. Se muere porque premiamos con palabras y olvidamos con hechos. Porque nos llenamos la boca hablando de oportunidades y luego se las negamos a los que de verdad las han ganado en la arena, no en las oficinas.

Mario Navas no puede ser un nombre perdido en la memoria de un concurso de verano. No puede quedarse en la vitrina de los buenos recuerdos de una tarde. Tiene que estar en los carteles. Tiene que seguir creciendo. Porque si no cuidamos a los que apuntan, ¿quién va a querer intentarlo? ¿Jarocho? Otra perla que tiene que esperar toda una temporada para regresar a Madrid como matador —le han prometido Otoño— después de descerrajar la Puerta Grande de Las Ventas paseando tres orejas.

Por ahí se muere el futuro. Y esta vez no será culpa del público ni del toro: será culpa de un sistema que aplaude con una mano y empuja al olvido con la otra.