Es curioso cómo se pueden volver contra uno mismo esos contrasentidos que tiene la vida. Mucho más en el toro, donde te puedes pasar una carrera entera esperando que te embista un toro en el escaparate que mejor lo puede rentabilizar, el de Madrid, y no terminar nunca de verlo cumplido. Pero ¿y si un día se cumple el sueño? ¿Será por suerte o será por desgracia? Todo dependerá, supongo, de lo preparados que estemos para afrontar la cita. Física, mental y emocionalmente, porque no siempre está uno en la misma disposición para afrontar sus grandes retos, por mucho que no te quede más remedio que jugar al aquí y ahora.
Eso le pasó hoy a Alejandro Peñaranda en Las Ventas, donde venía a confirmar su alternativa, tomada el año pasado después de haber paseado una esperanzadora oreja de novillero en esta plaza. Lo hacía en el que —de cara al gran público— podía ser el cartel con menos remate de la Feria, porque agrupaba a tres toreros que poco tienen que ver entre ellos, con una ganadería que hacía tiempo que no venía a la capital. A la masa le suena Escribano, quiere sonarle el apellido Adame, aunque de lejos, y cree recordar que Peñaranda es un pueblo de Salamanca que tiene Bracamonte de apellido. Los tres hacían el paseíllo la tarde con menos afluencia de San Isidro, y aún así había casi 18.000 ocupando el tendido. Todos ellos pudieron disfrutar de una extraordinaria tarde de toros.
He dicho extraordinaria, sí, y he dicho de toros, porque fue de Toros, los de Lagunajanda, de lo que presumió este 4 de junio en que lidió el hierro en Madrid. Seis toros cuajados, bien hechos, muy sevillanos en la armonía y con el trapío en el tono de Madrid, pero sobre todo con gusto en las hechuras, porque no había ni uno que ofreciera dudas a la hora de vaticinar comportamientos. Encierro parejo, entipado, de los que enamoran sólo con verlo. Tanto que cuesta creer que haya alguna figura que lo hubiera visto y no se apuntase a lidiarlo. Al no hacerlo, se equivocaron, porque en la corrida de María Domecq embistieron seis de seis. Una corrida para haber abierto tres puertas grandes sin mediar milagro alguno. Pero una corrida, en fin, en la que se dio una vuelta al ruedo a última hora y como cariñoso premio con el que confirmaba el doctorado. Por eso hay que pensar que igual hay que tener cuidado con lo que se sueña, porque a lo mejor se hace realidad.
Y cuando eso ocurre hay que saber estar a la altura de un lote que derrochó clase —como el excelso primero— pero también brío, y motor, y empuje, y transmisión para reventar Madrid solo con haber andado más listo. Porque pensará Alejandro a esta hora que le robó el presidente una oreja cuando más falta le hace, pero quien mejor lo quiera, tiene que decirle la verdad para que siga creciendo. Debe explicarle que cuando llegó la primera serie templada y larga habían pasado casi cinco minutos desde que comenzó la faena, y bastante hizo el tendido con estar dispuesto a volver al trasteo una vez fuera de él. De ahí en adelante llegaron los pasajes ligados y con cierto ritmo, pero faltó reposo, pulso y asiento, faltó estructura para cuajar a un animal que sólo sabía embestir. Caso parecido a lo que le ocurrió con el de la ceremonia, que hay que hacer un esfuerzo enorme por ponerse a recordar un toro en los últimos años con la clase de ese primero. Un torero en su situación no puede permitirse el lujo de que se vaya un toro así en Las Ventas con las orejas puestas, cuanto más que se vayan los dos. Para ir pensando qué ha ocurrido.
En ese sentido vendrán hoy las cavilaciones de Escribano, porque está claro el escaso bagaje de Peñaranda, pero el suyo no es exiguo, ni liviano, ni falto de compromiso. A un torero de ese porte, que viene, además, de triunfar en Sevilla, no es fácil ni normal que se le escurra entre los dedos un lote como el de hoy. Toro de clase y prontitud el segundo, con un punto de ritmo que castigaba con la indiferencia cuando lo trataban a trapazos. Animal de brío y emoción el cuarto, con un tranco hermoso al galopar y mucha transmisión cuando volcaba la cara en los finales, tras los vuelos de la muleta. Es el lote que sueñas cuando piensas en Madrid; pero hoy salió y no ocurrió nada.
Tampoco a Joselito Adame, que regresó a Madrid tras dos años de ausencia y se encontró con el toro más bonito del encierro, que echó en el lugar tercero para gozar de su humillación desde un metro antes del embroque, y con un toro negro de cabos finos que fue el de menos calidad en la arrancada, pero el de más transmisión. Con ambos quiso mucho, pero no encontró ese punto de hacer cada muletazo mejor. Porque pases hubo muchos, lo que faltó fue profundidad. Tanto para sentir el trazo como para que lo sintiera el tendido, y por eso no llegó a él cuanto quiso transmitir el mexicano. Pero no se le puede echar la culpa al empedrado, sino buscar dónde estuvo la falta. Porque es obvio que alguna hubo.
Fue esa falta en singular, o esas faltas en plural, cuando las multiplicas por tres toreros, las que hicieron que se fueran a destazar inmaculados los restos de los seis toros, que no deja de ser extraño, cuando hemos quedado en que fueron de ensueño.
FICHA DEL FESTEJO
Miércoles, 4 de junio de 2025. Plaza de Toros de Las Ventas, Madrid. Vigesimotercera de la Feria de San Isidro 2025. Corrida de toros. 17.783 espectadores.
Toros de Lagunajanda, parejos y bien presentados. Enclasado el primero; pronto y con clase el segundo; con movilidad y humillación el tercero; manso con transmisión el cuarto; más movilidad que clase el quinto; encastado y codicioso el sexto.
Manuel Escribano, de verde esmeralda y oro: silencio y palmas.
Joselito Adame, de marfil y oro: silencio y silencio tras aviso.
Alejandro Peñaranda, que confirmaba alternativa, de blanco y oro: palmas tras aviso y vuelta tras petición.
FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO
