Dentro del rito y la liturgia del toreo, el tercio de varas conserva aún —aunque cada vez más arrinconado— esa solemnidad que definía la fiesta de los toros. No es un trámite más, ni una suerte menor, sino el momento exacto en el que el toro enseña, sin trampa ni cartón, lo que lleva dentro. Ahí no caben disimulos. Ahí se mide la bravura con mayúsculas. Ese instante en que el toro arranca de largo, sin pensarlo, al encuentro del caballo, resume lo esencial del toreo: verdad, entrega y pureza.
Pero la evolución —o involución, según se mire— del espectáculo ha ido arrastrando a este tercio hacia la sombra. Es cierto que la evolución del espectáculo taurino ha ido dando, poco a poco, mayor importancia a la faena de muleta que al paso del toro por el caballo. Sin embargo, el tercio de varas sigue siendo el lugar donde se ahorma al toro, donde se le mide, se le templa y se define su lidia futura. Sin ese filtro, la faena posterior queda coja, incompleta.
El picador, con su chaquetilla de oro, no es un actor de reparto. Su atuendo responde a siglos de respeto ganado a fuerza de medir la bravura en la arena. Porque hubo un tiempo —no tan lejano— en que todo giraba en torno a su suerte. Hasta bien entrado el siglo XIX, el eje del toreo a pie pasaba por el caballo, y era allí donde el toro dejaba su carta de presentación.
Entonces no se concebía una corrida sin arrancadas de largo, con poder, a un caballo sin peto. Expuesto. Frágil. Ahí estaba el arte y la verdad de la suerte. La llegada del peto trajo seguridad para el equino, sí, pero también cambió para muchos las reglas del juego, siendo el principio del fin del espectáculo tal como se conocía hasta ese momento, sin embargo. Pese a las críticas, lo esencial se mantuvo: ver cómo el toro bravo acudía varias veces con prontitud y bravura al caballo montado por el piquero.
Desde hace años, los aficionados más exigentes se fijan en cómo se ejecuta la suerte: si se pica en su sitio, si se mide el castigo, si se respeta al toro. Pero últimamente el debate se ha reavivado por una cuestión que va más allá del brazo del picador (forma de realizar y ejecutar la suerte): el volumen descomunal de los caballos, especialmente en plazas como Madrid. Auténticos bloques que impiden al toro pelear con igualdad. Se pierde emoción. Se pierde verdad. Y con ello, se desdibuja el tercio más revelador de la lidia.

“¿Equigarce fuera de Madrid?”, se le cuestionó a uno de los miembros de la citada cuadra, Luis Cedillo, esta semana en el programa El Toril de Onda Madrid previo al festejo. “Si viene la empresa y me dice que me vaya, saldría corriendo, alegre, me comería un chuletón, una buena siesta y descansaba. Son opiniones, no caemos simpáticos. Nos han llamado hasta mafiosos”, explicó con total franqueza y sin morderse la lengua en las tertulias de El Toril el 4 de junio.
«Posiblemente sea el que más horas eche en la plaza; empezamos a las 8:00 de la mañana, no me voy de la plaza, el lunes es el día de la familia», añadía. «El primer fin de semana coincidió Sevilla, Madrid y Valencia; el pasado fin de semana Córdoba y Aranjuez… tenemos 60 caballos. Se gastan muchísimo en una plaza como Madrid. Venimos rotando entre 14 o 15, y se desgastan muchísimo física y psíquicamente».
«Cuando escucho que Equigarce fuera de Madrid, pienso que si la empresa me dijera que no tengo que actuar hoy, me daba una alegría, me iba a mi casa, me comía un chuletón, me echaba una siesta y descansaba. Al final, al público no les caeremos simpáticos, y se expresan. Este año es el peso, el año pasado que si cogemos de los ramales, y que si somos mafiosos… el peso de los caballos está ahí reglamentado, con 650 kilos el máximo. Se pesan los caballos a principio de temporada, y no sólo en Madrid. Yo llego a Valencia y se pesan los caballos el primer día, y se pesa en Sevilla, Zaragoza, Alicante, Santander, Pamplona…», exponía Luis Cedillo.
«Si a mí me piden todos los días que pese, lo haré; podíamos pesarlos antes y después. La importancia del peso del caballo tiene la que tiene». «Un caballo puede perder de 25 a 30 kilos en una tarde», defendía en la tertulia de El Toril. «Podríamos debatir lo que pesa un caballo y un toro en cuanto a rendimiento cárnico; un toro, con el volumen y morfología que tiene, es mucho más pesado que un caballo», añadía.
📻 Luis Cedillo (Equigarce), en El Toril
🎙️ «¿Equigarce fuera de Madrid? Si viene la empresa y me dice que me vaya saldría corriendo, alegre, me comería un chuletón, una buena siesta y descansaba. Son opiniones, no caemos simpático. Nos han llamado hasta mafiosos». https://t.co/ykjPEelM0m
— El Toril (@eltorilOM) June 4, 2025
Como ya mencionamos, desde un sector relevante de la primera plaza del mundo se denuncia el uso de caballos con un volumen y un peso excesivos en la suerte de varas. Auténticas murallas que impiden al toro medirse en igualdad de condiciones. Esa desproporción elimina la posibilidad de una lucha real, reduce la emoción y distorsiona el juicio que este tercio debería ofrecer. En lugar de permitir al toro crecerse, se le lanza contra un muro. Si no puede medir su bravura, la esencia misma de la lidia pierde sentido.
Lo que debería ser una batalla noble se transforma en una simulación sin verdad, lo que resta legitimidad al tercio de varas. Para muchos aficionados, este asunto toca directamente los cimientos del espectáculo. No se trata de nostalgia, sino de preservar la integridad de la lidia. Recuperar la proporción entre toro y caballo, exigir picadores que piquen en su sitio —ni en exceso ni por compromiso— y permitir que el público vea de verdad cómo se comporta el toro en este tercio es responsabilidad de quienes defienden la fiesta.
