MADRID

El pulso de Ferrera y el valor de Escribano en la aclamada despedida de Robleño


sábado 7 junio, 2025

Fernando Robleño se despidió de San Isidro dando una aclamada vuelta al ruedo; Ferrera, al cuarto, un sobrero vacío e inválido de Martín Lorca, dejó una faena de muñecas privilegiadas, mientras que Manuel Escribano -que se desquitó con creces de su tarde con la de Lagunajanda- se jugó la vida con su lote.

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Escribano se va a chiqueros. Foto: Olmedo

Fernando Robleño se despidió de San Isidro dando una aclamada vuelta al ruedo. Le habían hecho saludar tras el paseíllo desde el tercio y también antes de salir su último toro en la primavera venteña. De ley, después de 25 años de alternativa, de pelea, en esa brecha ingrata de las corridas duras, en la que el premio -si estás bien- es volver a “tragar paquete” el año que viene con más de lo mismo. Torero de Madrid, Madrid le quiso empujar en ese quinto y jaleó sus naturales, limpios, de buen trazo, a un toro muy noble, de dulce pitón izquierdo, pero nulo celo. De uno en uno, siempre ganando y perdiendo pasos, componiendo y recogiendo en la cadera después del embroque, fue una quimera ligar una tanda completa, pero el tendido fue condescendiente. Incluso pidió el trofeo minoritariamente.

Ese mismo respetable no echó cuentas a Ferrera en el cuarto, un sobrero vacío e inválido de Martín Lorca al que el extremeño impidió claudicar en una faena de muñecas privilegiadas. Pulso y temple que, como con Robleño, también lució al natural. Ese mismo respetable tampoco se enteró, hasta bien entrado el sexto, de cómo Manuel Escribano -que se desquitó con creces de su tarde con la de Lagunajanda- se jugó la vida con seguramente, el lote más canalla y peligroso de todo San Isidro. Valor a raudales, queriendo mucho con dos toros de hule de una corrida muy desigual y fea de Adolfo Martín. Una escalera con varios toros impropios de la primera plaza del mundo. Sin trapío ni remate que, de no lucir esos pelajes en cárdeno, con otra divisa en los costillares, sin duda, hubieran armado la Guerra Civil en el tendido.

Ferrera, derechazos sueltos de buen trazo en un primer noblón, que acusó su excesiva romana

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Abrió plaza un cinqueño -como todo él encierro- con caja y voluminoso, lleno, de lomo recto, que abría mucho la cara, con la seriedad de la vuelta del pitón, al que faltó celo de salida. Algo abanto, Antonio Ferrera le recibió toreando sobre los pies. Muy a favor del toro. Mejor pelea en la primera vara que en la segunda, marcó querencias en banderillas, donde hubo que llegarle mucho. Mérito de Ángel Otero y Tito. Brindó Ferrera a Robleño, al que llevó hasta los medios para el brindis entre la ovación del tendido. Sin preámbulos, comenzó el trasteo con la diestra en el tercio y buscando siempre torearlo en paralelo a las tablas. Al toro, aunque pasaba con cierta nobleza y humilladora embestida, le costaba por su romana. Por ello, aunque hubo varios derechazos de buen trazo, la faena no llegó a prender en el tendido. Más complicado por el izquierdo, con menos recorrido, terminó, muy metido entre los pitones, toreando al natural con la derecha. Pinchó en una banderilla en el primer intento, lo que estuvo a punto de costarle una cogida, antes de dejar una efectiva estocada.

Sin opción para Robleño, buena estocada al incierto segundo, que nunca humilló

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Más vareado y musculado, más cuestarriba, con pecho, engatillado y estrechito de sienes, el segundo permitió estirarse a Fernando Robleño en el recibo de capa. Se dejó pegar en el peto. Esperó mucho en banderillas, lo que complicó mucho a las cuadrillas, tanto, que se cambió el tercio en cuanto tuvo cuatro farpas. Robleño planteó su labor junto a la doble raya del tercio. Allí, trató de alargar la embestida de un animal que medía lo suyo. Una radiografía completa de arriba a abajo antes de cada embestida. Pero, sobre todo, un burel que nunca humilló. Siempre altivo, desafiante, con los pitones a la altura del pecho de Robleño, que nunca terminó de confiarse ante su incierto adversario. Aún más corto por el izquierdo, por el que reponía siempre y se acostaba en el viaje. Faena sin eco arriba. Lo mató de buena estocada.

Escribano se la juega con el marrajo tercero, uno de los toros más complicados de la feria

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Prácticamente cárdeno claro, el tercero, largo y con cuello, andaba al límite del trapío para Madrid: estrecho y fino, lavado de cara y con poca expresión por delante. Se protestó mucho desde la “piedra”. Por si fuera poco, blandeó bastante en los primeros tercios -apenas se empleó en el peto y recibió poco castigo-, elevando las protestas. Había humillado de salida en el percal de Manuel Escribano, que luego banderilleó de manera desigual, destacando el tercer par: marca de la casa, quebrando al violín. Se vino arriba el toro en el último tercio y aumentaron todas sus complicaciones. Que fueron muchas. Una “prenda” de cuidado: orientado, tirando siempre secos gañafones en embestidas que fueron puros arreones, tobillero, reponiendo una barbaridad, sabedor de lo que dejaba atrás… Escribano no volvió la cara y le buscó las vueltas por ambos pitones, tragando mucho, incluso consintiéndole, labor meritoria que, pese a no haber lucimiento, debió calar más en el público, porque se la jugó de verdad. Y es que el tendido pareció no echarle cuentas por esa engañosa falta de fuerza de los primeros tercios. Lo mató de pinchazo y estocada defectuosa.

Pulso y suavidad de Ferrera, sin opción con un cuarto bis endeble

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Salió en su lugar un sobrero castaño de Martín Lorca, con esqueleto, pero bastote y feo, despegado de tierra, lavado de cara, que ni mucho menos aparentaba sus 615 kilos. Acapachado de cuerna y con mucha cuna. Abanto de salida, no pareció andar tampoco muy sobrado de fuerza. Pasó tres veces por el caballo al relance alguna de ellas y saliendo suelto en cuanto pudo. Recibió mínimo castigo, pese a lo cual, también perdió las manos. Esperó en banderillas en un buen tercio de Miguelin Murillo y Tito. Muy a la contra parte del público, jaleó con sorna los muletazos de Ferrera que toreó con suavidad y pulso al natural a un animal que, todo sea dicho, en el último tercio jamás perdió las manos por ese buen trato del diestro pacense. En vista de que no le echaban cuentas, tiró por la calle de en medio, visiblemente contrariado. Lo “despenó” de media caída.

Vuelta al ruedo para Robleño, que se despide de San Isidro al natural con un quinto de buen pitón izquierdo

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Antes de la salida de su último toro en San Isidro, se obligó a saludar desde el tercio a Fernando Robleño. De nombre ilustre en la casa, “Aviador”, este quinto fue otro toro mal presentado, avacado y muy lavado de cara, zancudo, alto de cruz, sin remate alguno, ni siquiera por la seriedad de sus pitones, mostrando las palas, se tapaba. Sin alardes, pero fue el que mejor peleó en varas. Cumplió al menos. Exposición de César del Puerto en banderillas, porque hubo que llegarle lo suyo y además echó la cara arriba. Robleño se llevó el toro a los terrenos de Sol y, allí, en el tendido 6, hilvanó una faena basada, casi monopolizada, por el pitón izquierdo, por donde el “Adolfo” tuvo infinita nobleza y medido poder. Con el tendido a favor de obra, el de San Fernando, a base ganar y perder pasos, en las cercanías, logró arañar naturales limpios y de buen trazo, eso sí, de uno en uno, porque el toro no tuvo ese fondo para poderle ligar las tandas completas. La estocada corta fue suficiente y hubo petición, pero no la suficiente, por lo que dio una cariñosa y aclamada vuelta al ruedo.

El pulso de Ferrera y el valor de Escribano en la aclamada despedida de Robleño

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Cerró plaza un “Madroño”, otra reata con alcurnia en casa de Adolfo, al que Manuel Escribano recibió en la puerta de chiqueros. Largo y vareado, de lomo recto y abriendo mucho la cara, muy serio por delante, le pegó la larga cambiada con templada holgura para sumar una segunda después antes del ramillete de verónicas con el Albaserrada echando las manos por delante. Se arrancó con alegría y a cierta distancia al caballo, pero, debajo, la realidad es que no se empleó. Vibrante tercio de banderillas del sevillano, que expuso, sobre todo, un segundo par en el que el toro le apretó de lo lindo hasta las tablas. Tras brindar al público, quiso cincelar su faena también en los tendidos de Sol, pero delante tuvo otro toro imposible, orientado y con mucho peligro, para completar, seguramente, el lote más complicado de todo San Isidro. Duro de verdad este sexto, muy reservón, reponiendo siempre y defendiéndose una barbaridad. Cada búsqueda del muletazo de Escribano, que se puso como si fuera bueno -muy sincero, volvió a jugársela sin trampa ni cartón, pese a ser muy consciente de lo que tenía delante-, era una moneda al aire con dos guadañas pasando por las femorales. Le marcaba la cornada en cada arrancada. Pura lija. Muy valiente y estoico, Escribano porfió, sobre todo, por el izquierdo. Lo mató por derecho de una estocada una brizna trasera y saludó desde el tercio.

FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de Las Ventas. Última de la Feria de San Isidro. Corrida de toros. No hay billetes.

Toros de Adolfo Martín, muy desiguales de presentación, una escalera, alguno sin trapío para Madrid. El 1º, noble y humillador, acabó acusando su peso; el 2º, incierto y midiendo siempre, de poco recorrido, nunca humilló; el 3º, con peligro, orientado y reponiendo mucho, reservón; el 4º bis, blando y endeble, deslucido; el 5º, de buen pitón izquierdo, pero de medido poder; el 6º, con mucho peligro, reservón y defendiéndose con saña, sin embroque.

Antonio Ferrera, de blanco y oro: ovación tras aviso y

Fernando Robleño, de marino y oro: silencio y vuelta.

Manuel Escribano, de verde billar y azabache: silencio tras aviso y ovación tras aviso.