Pasarán los años, inexorables, y formaremos parte de la historia del toreo, ocurra lo que ocurra en el futuro más próximo. Pasarán los años y recordarán este comienzo de milenio con muchos nombres, entre toreros, ganaderos y taurinos, que han marcado la historia del toreo. Pero de entre ellos, que son muchos y muy buenos, sobresaldrá la figura sonriente de un tipo de La Puebla del que no somos todavía muy conscientes de la suerte que tenemos de ser contemporáneos. Porque, sí: nosotros podremos decir muy alto a los que vengan que tuvimos la fortuna de ver torear a Morante de la Puebla. Hoy, entre tantas tardes.
Pero no será, la de hoy, una tarde más. Ni en su carrera, ni en la historia, porque hoy, a las 21.38 horas, una muchedumbre enfervorizada sacaba en hombros a Morante de Las Ventas al grito de «¡Joseantonio – Morantedelapuebla!». Hasta el hotel se lo querían llevar los numerosos porteadores que llevaban en volandas al maestro sevillano, hasta que se percataron de los más de tres kilómetros que hay hasta el hotel Wellington y lo bajaron antes de llegar a Manuel Becerra, a la altura del restaurante Los Timbales. Daba igual. Lo importante había ocurrido en el ruedo.
No somos conscientes de lo importante que es el toreo cuando lo hace Morante, porque las verónicas con que saludó al primero ya estaban preñadas de tanta parsimonia como solemnidad. La manera en que José Antonio maneja el capote no es que sea personal e intransferible, es que es única en la historia. Igual que lo son las chicuelinas, de mano baja a un lado, a media altura en la otra, lenta la vuelta para volver a recibir la embestida y ceremoniosa la media para que rugiese la plaza, que hoy estaba con él. ¿Y cómo no? Si el de La Puebla consigue que no piten la blandura del enclasado toro de Juan Pedro sólo porque están todos pendientes de su forma de torear…
Y eso que se aventuró Fernando Adrián —con mucho carácter— a quitar por gaoneras con quietud y ceñimiento en una brillante primera actuación de la tarde. Supo brillar entre las ascuas de Morante, que inició la faena aplastao, hundido en los estatuarios al primero, torerísimo en el toreo a dos manos. Estaba el de Juan Pedro justo en el fuelle y lo sabía el sevillano, pero su forma de engancharlo en corto, sin solución de continuidad para ir desgranando muletazos descargado sobre la cadera, girando una cintura que no parece tan versátil cuando la acabas de conocer. No fue la faena más limpia, ni la más estética, ni siquiera la más intensa que ha firmado Morante en Las Ventas, pero la sinceridad con que ese hombre se entregó hoy al toreo caló en el alma de Madrid, que aún sabe ver estas cosas. Por eso, cuando echó patas arriba al juampedro de una estocada fulminante, todos en la plaza pensamos en que si esa hubiese llegado el pasado día 28 le hubiese cortado el rabo al toro de Garcigrande.
Sí, el rabo. Y al que piense que no es para tanto hay que decirle que el maestro Palomo —el último en pasear un rabo en Las Ventas— murió sin haber sido capaz de soñar el toreo como lo hace hoy Morante. Ese Morante que ya es ídolo, además de tótem. Ese Morante que sorprendió a Madrid cuando al cuarto, que no había dado pie a pensar que valiese. De hecho, ni el propio matador pareció haberle echado cuentas hasta que se lió a meterle el morro por abajo en los doblones del inicio, que pretendían ser también final. Fue entonces cuando decidió apostar por él y por esa brizna de humillación que traía por toda virtud. Y ese mentón en el pecho, ese pico apuntando a la arena, esa panza echada en el morro y esa cintura cimbreante en el toreo a diestras, sin perder un solo paso entre los pases, despertaron al tendido del letargo. Los tres naturales que llegaron después, rotundos, larguísimos, deletreados, fueron de lo mejor que se ha visto en esta feria. Y en muchas ferias. Porque no somos conscientes de lo afortunados que somos por haber vivido la misma época del toreo que José Antonio Morante Camacho. Inconcebible de contar si uno no tiene la ocasión de verlo, porque todo era toreo; desde la naturalidad del trazo hasta el donaire para salir de la cara. Es verdad que la estocada fue infame, pero no está la historia para sacar la escuadra y el cartabón en una suerte que puede hacer cualquiera que la entrene bien, cuando el que la ejecuta es único en la forma de torear. Y estaba en juego el único trofeo que le faltaba al sevillano: la Puerta Grande de Madrid.
Fernando Adrián ya la ha cruzado un par de veces, y una más que se le fue el otro día por no manejar el acero, pero la oreja que paseó hoy fue por hacer el toreo más puro, más lento y más templado que se le recuerda al de Madrid. Jamás había sentido tanto Fernando a la hora de dibujar las verónicas con la parsimonia y el gusto que lo hizo hoy con su primero, dejando morir el lance con la sutilidad de un estilista, mientras la seguía el de Juan Pedro con el morro por el suelo. Parecía, después de lo de Morante, que es tan bueno el sevillano que no sólo torea él, sino que hace brotar lo mejor de los demás cuando tienen la ambición de Fernando. También lo mejor de Borja, que le firmó un quite a ese segundo por lentísimas chicuelinas con el compás abierto, muy atomasadas en el concepto. Soberbias.
Muy metido siempre en la faena tras el brindis a la presidenta Ayuso, supo Adrián ganarle el paso al de Juan Pedro toreando siempre para él, manteniendo templada su intención y entregado al toreo de limpieza y corazón. Fabuloso el animal en cuanto a clase, fue el compañero perfecto para el toreo vertical y ralentizado del de Torres de la Alameda, que firmó una de las mejores faenas desde que volvió a entrar en Madrid, pese a que lo juzgó con bastante injusticia un tendido de los ‘justos’ que le quiso hacer que acusase el torear detrás de Morante. Porque tampoco de eso somos muy conscientes, y de ahí el valor de esa oreja paseada por Adrián.
Tampoco somos conscientes de los ramalazos de buen toreo que ha dejado hoy Borja Jiménez a sus dos toros y también a los de Adrián, porque a todos hizo quites. A su primero, un tacazo de hechuras y un dechado de clase, le sopló media docena de verónicas de absoluta parsimonia mientras se felicitaban en el tendido por haber venido hoy. Ya auguraban ahí hasta una triple puerta grande, pero el toreo es caprichoso y le puso un duro examen en forma de toro de Juan Pedro. Porque parecía no tener importancia, pero después de hacérselo todo perfecto en el inicio, comenzó a gazapear y a venirse detrás, sin permitirle vaciar a Borja. Eso se corrige exigiendo un poco más para que se pare en los finales, pero este se caía; o echándolo más en línea para no permitirle hacer hilo, pero entonces lo pitaban. Y allí se encontraba Borja, con una colocación inmaculada, un pulso exquisito y una capacidad milimétrica de tocar en los cites, increpado por un tendido que no lo estaba comprendiendo. Debe ser frustrante. Como lo de corregirle los muchos defectos al sexto para ver si quedaba calidad en el fondo mientras la gente ya estaba fuera de la corrida. Por eso es injusto mirar la ficha de Borja hoy, pero muy cierto.
Porque hoy la tarde era de Morante y de su inmensa capacidad para descerrajar corazones a base de torear con las tripas. No somos conscientes —lo digo de corazón— de la suerte que tenemos de vivir y contar su toreo.
FICHA DEL FESTEJO
Domingo, 8 de junio de 2025. Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Corrida de La Beneficencia. Festejo fuera de abono. Lleno de ‘No hay billetes’.
Toros de Juan Pedro Domecq, desiguales de presencia. Con clase superior y medido fondo el primero; con clase y fondo el segundo; con calidad pero sin empuje el tercero; de duración escasa el cuarto; noble y sin fuelle el quinto; de nobleza insulsa el sexto.
Morante de la Puebla, de azul noche y azabache: Oreja y oreja
Fernando Adrián, de negro y oro: Oreja y silencio
Borja Jiménez, de grana y oro: Silencio tras aviso y silencio
FOTOGALERÍA LUIS SÁNCHEZ OLMEDO
