INFORME

Morante y La Glorieta: el idilio donde el toreo se desnuda y el genio se desata


jueves 12 junio, 2025

El sevillano ha firmado en La Glorieta algunas de sus actuaciones más icónicas durante el último cuarto de siglo

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El gesto de Morante en Salamanca. © Miguel Hernández

Hay plazas que se entregan al arte como se entrega el campo a la lluvia: con una sed antigua y agradecida. Y hay toreros que no torean para todos, sino solo para los que saben mirar. En ese cruce de caminos, entre el duende y la espera, habita la relación entre Morante de la Puebla y La Glorieta de Salamanca, una plaza que ha sabido mirar con el alma cada vez que el sevillano decidió desnudar la suya. Veamos algunos de los ejemplos más importantes de la afirmación, dado que José Antonio es, sin lugar a dudas, uno de los puntales del toreo más queridos en una tierra tan recia pero con la que vive un idilio que se remonta dos décadas en el tiempo. Veamos cómo ha transcurrido a partir de hitos claves en sus camino charro.

2005: El día que Salamanca soñó de pie

Fue un 14 de septiembre, el de 2005 concretamente. Morante, joven pero ya sabio, pisó el albero con dos toros de El Pilar que marcarían el principio del idilio. El primero, Miravero, fue un tren de carbón con clase en la arrancada. El segundo, Resistón, traía la embestida rota, pero Morante se la cosió al vuelo con la cadencia de quien borda en el aire. Aquella tarde, La Glorieta se levantó, y no volvió a sentarse del todo. Una oreja, después de seis pinchazos, seis, en cada toro. El trofeo casi simbolizaba lo injusta que había sido con él la reseña la tarde en que Salamanca conoció el duende que habitaba en el sevillano. Una ovación de esas que pesan más que los trofeos, y el inicio de un romance que dura ya dos décadas.

2022: El año del idilio absoluto

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Morante en Salamanca.

Nadie, ni siquiera los descreídos, pudo ignorar lo que sucedió en Salamanca en septiembre de 2022. Morante volvió a hacer el paseíllo como quien entra en misa, y allí, en su segunda tarde, ocurrió el milagro. El toro se llamaba Arrojado, era de Núñez del Cuvillo, y Morante lo toreó como si el tiempo no existiera. El temple, el compás, la hondura. Cada pase fue un acto de fe, cada muletazo una confesión. Dos orejas, la mejor faena de la feria y una ovación de las que aún se escuchan en el recuerdo de los aficionados.

Y no fue solo ese. Otro toro, Chillón, de Francisco Galache, también cayó rendido a la muleta de Morante. Una oreja que supo a dos, con petición mayoritaria y el reconocimiento de que el toro fue premiado con el Toro de Oro’ de la feria. Salamanca hablaba claro: aquí se respeta el arte.

Del enfado al éxtasis: el cuarto bis

En esa misma feria, el palco dudó. Morante señaló al toro, pidió su devolución y el respetable se dividió… hasta que salió el sobrero. Entonces se alinearon los planetas y el torero volvió a bordar el toreo, con naturales de mentón bajo y vuelo presto, trincherillas de óleo antiguo y remates para encuadernar. Dos orejas más y un silencio reverente. Salamanca entendió que el arte también se impone con carácter, y que a Morante le sobra.

Galache y la pureza de lo clásico

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Morante llegando a la plaza de toros de Salamanca. © Miguel Hernández

Cuando en 2022 volvió a enfrentarse a toros de Galache, lo hizo como quien saluda a un viejo conocido. Se vistió de época, toreó al natural y cerró por bajo, como mandan los cánones. Hasta banderillas le puso, con la habilidad de un consumado especialista y con la verdad de quien se compromete tanto con el toreo que no es capaz de salirse de su sinceridad. Morante es así. También en Salamanca. Y Salamanca vibró porque reconoció en Morante algo que se parecía mucho a la memoria de la tauromaquia más pura.

Verónicas, faroles y rodillas en tierra

No se puede hablar de Morante sin hablar de su capote. Y en Salamanca, ha habido tardes donde la seda se convirtió en música. Aquellas verónicas de galería, los faroles de rodillas en banderillas, la media en la boca de riego… No fue una faena, fueron muchas. Fue la suma de detalles, de pinceladas que componen un mural de inspiración.

Y el balón… porque también se puede jugar al arte

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Morante con el balón. © Miguel Hernández

Aquella tarde en que cortó dos orejas y, en un gesto de espontaneidad, devolvió un balón al tendido, no fue solo una anécdota. Fue un acto de complicidad. Morante no torea sólo para la historia, también torea para el presente. Y ese presente, en Salamanca, lo viven como si fueran partícipes de un privilegio reservado a muy pocos.

La Glorieta lo espera siempre

En una época donde el toreo parece buscar su sitio entre la urgencia y el mercado, Morante ha hecho de La Glorieta un santuario. Allí se le espera sin prisas, como se espera a los genios que no tienen horario. Porque cada vez que pisa ese albero, Salamanca no solo ve toreo: ve belleza, ve verdad, ve arte. Y llena los aficionados llenan la plaza, como harán este sábado, para ser partícipes de un milagro más del genio de La Puebla.

Y si algún día se pierde la memoria de lo que fue el toreo, bastará con mirar las imágenes de Morante en Salamanca para entender que el arte no necesita explicaciones, solo testigos.