AL NATURAL

El infierno de Daniel Luque o la gesta de torear sin toro


miércoles 9 julio, 2025

El que ha toreado con el alma en vilo lo sabe bien: la historia no se escribe con excusas, pero tampoco se puede escribir sin toro

Daniel Luque
Daniel Luque, antes del paseíllo de Pamplona el pasado lunes. © Emilio Méndez

Hay toreros que están donde están por los números. Por las orejas. Por la cuenta de resultados y la matemática del escalafón. Y luego está Daniel Luque, que ha construido su sitio con una mezcla imposible de orgullo, talento y dolor. Porque lo suyo no es una trayectoria, es una pelea. Contra los elementos, contra los tópicos, contra el olvido, y —este año, más que nunca— contra la suerte. La bola de los sorteos le debe una explicación y este año le debe otra.

La temporada le debe una. Sevilla le debe una. Madrid, incluso, le debe una. Porque no hay manera de explicarle a nadie que un torero que ha llegado a ese punto de madurez, que pisa el ruedo con la certeza del que ya ha entendido todo, haya vivido una primavera sin un solo toro claro que le pusiera en suerte un triunfo rotundo en una plaza mayor. Tres tardes en la Maestranza y ninguna embestida. Y, a pesar de todo, dos orejas y media y el respeto del aficionado, que lo vio sin toro. Tres en Las Ventas y ni una posibilidad de verdad. Y, a pesar de todo, las crónicas resaltan su tremenda capacidad para sacar partido hasta de una mesa con cuernos. Y, aun así, salió cada día como si fuera el último. Como si el destino estuviera dispuesto a romperse, por fin, a su favor. Pero no. Parece que no ha habido triunfos porque no se han producido donde cantan los pajaritos.

Pero cuando el sur no responde y el centro se cruza de brazos, hay que mirar hacia arriba. Y ahí está Francia. Siempre está Francia. En toda su carrera, Daniel Luque ha encontrado al otro lado de los Pirineos un refugio, un altavoz y una credibilidad que España le ha escamoteado con una injusticia casi poética. En tierra de afición enciclopédica y de plazas con criterio, Luque no sólo se ha mantenido, sino que ha reinado. Y este año, lo vuelve a hacer.

El calendario francés tiene su nombre grabado en buena parte de las citas de mayor responsabilidad: Arles, Saint-Sever, Istres, Mimizan, Mont-de-Marsan, y ese triplete soñado en Dax. No es casualidad. No son contratos. Es confianza. Es consecuencia. Es el reconocimiento de quien sabe que ahí hay un torero de verdad. Que lo que propone Luque no es moda ni márketing, sino un toreo de pureza insobornable, de ese que sólo puede construirse desde las cicatrices.

Y no es que en España no se lo crean. Es que todavía no le han visto hacerlo con ese toro grande, con esa embestida que no se compra ni se negocia. La que ha faltado en sus tres comparecencias sevillanas, donde se esperaba que el público devolviera en ovación lo que él lleva años dejando en entrega. La que no apareció en Las Ventas, donde se jugó el tipo más que nadie, para terminar saliendo sin botín. El que ha toreado con el alma en vilo lo sabe bien: la historia no se escribe con excusas, pero tampoco se puede escribir sin toro. Al menos, sin uno que ponga un poco de su parte.

Por eso los próximos carteles no son sólo fechas: son trincheras. Y en Francia, jugará a ser figura: la Feria de Dax le espera con tres tardes, y más de uno ha entendido que ese ciclo, que este año tiene aroma de temporada clave, puede ser su consagración definitiva.

No es casual que su nombre se cruce con La Quinta, con Jandilla, con Domecq, con figuras de largo recorrido y jóvenes al alza. No es casual que Daniel Luque esté, casi sin ruido, en el centro de todas las miradas. Porque lo que está en juego no es sólo su temporada. Es una deuda del toreo con un tipo que lo ha dado todo sin pedir nada a cambio. Y que, aun así, ha tenido que ver pasar la gloria mientras él sostenía el cartel.

Faltan aún muchos toros por salir de chiqueros, pero hay algo que ya está claro: si este año le embiste uno de verdad, no habrá quien le pare. Y será justicia. De la buena. De la que llega tarde, pero compensa.

Porque Luque ya ha demostrado que no necesita una embestida para mostrar lo que es. Pero si el destino le da una, sólo una, se va a enterar el toreo entero.