A Victoriano del Río le cabe el dudoso de haber lidiado en Pamplona la corrida más fea de su camada. Un lote, cada uno de su padre y de su madre, de hechuras indefinidas, sin personalidad en su tipo, de esos que solo se cuelan en una plaza sin gusto ni rasero definido. Incapaz ni el más astuto de los aficionados, ni el más ávido de los veedores de adivinar ganadería y procedencia sin ver el pial en el lomo. Impensable que toros tan desproporcionados, de hechuras tan espesas, sirvan luego en la muleta, pero Victoriano está en un momento que le embisten hasta los perros de la finca. Sin ser corrida de nota, hubo animales más que aprovechables. Sólo Emilio de Justo sacó tajada, pero con las espadas más afiladas el balance de trofeos no sería tan exiguo.
Emilio de Justo por ejemplo, bien pudo salir en hombros de haber manejado el acero con más precisión en el quinto. Tarde torera y centrada la suya, con naturalidad y gusto en todo cuanto hizo, con y sin toro, sin la crispación de otras tardes. Primero le cortó la oreja al grandullón segundo. 615 kilos de toro. Reunido de cara el melocotón, con nobleza en su expresión pese a lo grande que era. Se dejó pegar en varas y la muleta con prontitud y obediencia, pero, con la pujanza al límite, había que ponerle para llegar al tendido.
Lo bordó Emilio de Justo, que brindó el toro a Morante, desde el inicio con la pierna flexionada -soberbio- a las series por ambas manos, vertical su expresión, relajado su trazo, sin tensión ni afectación. Todo muy natural. Brillaron los remates, ora pases de pecho al hombro contrario, ora una trincherilla, todo muy clásico. Sin un ápice de arrebato o guiño al tendido. Se apretó por manoletinas para cerrar faena y después de una estocada tendida paseó la mencionada oreja.
Más simple en su expresión el quinto, bizco del izquierdo. Largo. Largo y Feo. Digámoslo. Torero saludo de Emilio de Justo, clásico, ganando terreno y otro inicio poderoso de faena, doblándose por bajo con la pierna flexionada. El toro, que cumplió en los primeros tercios, embistió con buen son en una primera parte de faena de notable desarrollo, por la torería que rezumó la obra del extremeño, que tuvo ritmo y armonía en las series sobre la mano diestra. Por el lado zurdo le costó más al animal, hubo menos ligazón y en la vuelta a la diestra, después de sacar al toro de los adentros con un suave tirón, el animal ya dio síntomas de agotamiento. La espada seguramente le impidió sumar otro trofeo y abrir la Puerta Grande.
También debió cortar una oreja Borja Jiménez del que cerró plaza, e igualmente, fue el acero quien se interpuso. Tampoco fue bonito ese último toro. Paliabierto, veleto, alto y estrecho. Manseó de salida, yéndose de un caballo a otro en un tercio de varas donde lo picaron trasero. Le dio celo Borja Jiménez en el inicio de faena toreando en redondo con pierna flexionada y una vez que fijó al de Victoriano tiró de su embestida con la zurda, consiguiendo naturales de gran pulso, enganchado muy por delante la embestida y llevándole con temple y despaciosidad hasta detrás de la cadera. Obra consistente, con fondo y sustancia, cerrada sobre la mano derecha y rubricada de pinchazo y estocada atravesada.
Menos opciones le dio el tercero, al que Borja saludó con dos largas cambiadas en el tercio toro largo y amplio, pero proporcionado. Lo lanceó ganando terreno el de Espartinas, que comprobó en varas que no le sobraban las fuerzas. Inició con pases cambiados por la espalda en los medios una faena que nunca cobró cuerpo por la condición del toro, que punteó el engaño y protestó en los embroques, sin terminar de romper nunca para delante.
Castella cumplió sin más con un lote para haber estado mejor. Quizá la encerrona de Bayona de este viernes le rondó por la cabeza durante su compromiso sanfermimero. Estuvo quizá demasiado fácil con el primero, el toro mejor hecho del envío, corto de manos, con cuello, pero muy amplio de sienes, del que solo desentonaba su desproporcionada testa. Astifinísimo el colorado de Don Victoriano primero, viejo conocido de los corrales de Madrid, donde ha estado de sobrero estas últimas temporadas. Colocó la cara de salida pero perdió las manos al salir del peto apuntando ya entonces su principal virtud y su defecto más acusado. La faena de Castella estuvo presidida por la limpieza en el trazo aunque por la imposibilidad de apretar al toro el público nunca se terminó de meter en la obra. Le costó cruzar la exagerada cornamenta al entrar a matar, y las peñas la tomaron con el francés por las sucesivas intentonas realizadas hasta conseguir la estocada definitiva.
Se enfibró más en el cuarto, alto de cruz, más despegado del suelo, tocadito de pitones, bizco del izquierdo, poco o nada agradable. Lo picaron trasero, se venció por dos veces en banderillas y a punto de alcanzar a Rafael Viotti, pero a la muleta llegó con vibrante acometida. Castella, que arrancó faena en los medios con un pase cambiado, optó por acortar pronto las distancias, y aunque el ajuste en cites y embroques destiló emoción, el toro, que estaba enrazado, se sintió más cómodo cuando tuvo más espacio para embestir. En corto protestó más y la faena, a pesar de su intensidad, fluyó menos limpia. La larga faena y la lenta agonía del toro hicieron sonar dos avisos.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Pamplona. Sexta de abono de la Feria del Toro. Corrida de toros. No hay billetes.
Toros de Victoriano del Río. Noble y blando el primero; noble y obediente el grandullón segundo; protestón el tercero, que nunca rompió para adelante; de vibrante acometida el enrazado cuarto; de buen son el quinto mientras duró; el sexto manseo de salida pero luego tuvo buen son en el último tercio.
Sebastián Castella, de rosa y oro: silencio tras aviso y ovación tras dos avisos.
Emilio de Justo, de nazareno y oro: oreja y ovación.
Borja Jiménez, de grana y oro: silencio tras aviso y ovación tras aviso
FOTOGALERÍA: MÉNDEZ
