Hay una historia del toreo un poco oculta que deberíamos rescatar. Escrita por nombres que, en un contexto aislado, no dicen mucho para merecer la atención de los medios; personajes, sin embargo, que tuvieron su tiempo de esplendor.
Y ahí quiero llegar para recordar a los aficionados, incluso contarles a las nuevas generaciones, que a veces un minuto de la carrera de una de estas figuras olvidadas proyectó en su tiempo tanta grandeza que llegó a ilusionar a las mejores y más potentes empresas. Aunque luego se vinieran abajo los proyectos.
Se trata de artistas, o toreros, estrellas fugaces cuyo resplandor fue eso, apenas una feliz instantánea en su vida profesional. Pero qué satisfacción haberlos conocido entonces, y sobre todo relacionarnos con ellos al cabo del tiempo: verdadero gozo, su naturalidad y cercanía, lo que presta la propia personalidad.
Ingeniosa y delicada personalidad, por ejemplo, la de José Luis Teruel, «El Pepe», como se le conocía artísticamente. Aunque creo que a él no le ha hecho mucha gracia que le llamaran así, «El Pepe», y no sé si al leer esto me lo va a censurar. De todas formas cuento de antemano con su comprensión derivada de su bondad infinita. Porque fue y es este «Pepe» una buenísima persona.
José Luis Teruel Peñalver, tal es su nombre, que él apostilla con un «el mismo que viste y calza, hijo ilegítimo de Frank Sinatra». Sus ocurrencias son infinitas.
Y ahí está el genio y la gracia cheli de tan castizo personaje, una eminencia que para mejor identificación tiene un tono grave de voz inconfundible.
Cuentan que el cineasta Jaime de Armiñán se fijó en él para que educara la dicción que debía tener un poco aguardientosa nada menos que Paco Rabal en la célebre serie de tv «Juncal». Así es la voz de José Luis Teruel, puro y genuino madrileño del barrio de Embajadores, nacido en la calle Ventorrillo, cerca del popular Rastro.
José Luis Teruel, hermano mayor de Ángel Teruel, figura del toreo en los 60 y principios de los 70.
Nuestro José Luis fue también matador de toros, con alternativa de lujo, que le dió Miguelín y con Andrés Hernando como testigo, en la plaza de Vista Alegre, en Carabanchel, otro barrio de acentuado madrileñismo.
«El Pepe», así se anunció en los carteles. El sobrenombre o mote artístico fue cosa de su apoderado, otro personaje de leyenda, el almeriense y matador de toros ya por esa época retirado Octavio Martínez «Nacional», protagonista de andanzas y aventuras entre la bohemia y algunas arriesgadas peripecias.
Cuenta ahora «El Pepe» con un gracejo que no cabe más, que «el apoderado era peleón, ya lo creo. Quería matar a todo el mundo. Tanto que le advertí: maestro, que no va a dejar ni a uno vivo».
«Para hacerse una idea de lo guerrero que era, mataba a su padre en defensa propia. Si sería capaz», salta nuevamente la gracia de «El Pepe».
Fue a este apoderado entonces a quien se le ocurrió hacer una publicidad advirtiendo que «El Pepe tiene de tó»; lo que él corrige ahora que «no tenía de ná».
De modo que se agarró enseguida a «la manta» y «los palos», metáforas taurinas del capote y las banderillas, que son los símbolos del peonaje.
Banderillero terminaría siendo el hombre, y de lujo, por supuesto en la cuadrilla de Ángel Teruel, con quien por mucho tiempo disfrutó de las mieles de la profesión con el vestido de plata.
Después fue también empresario de plazas como Corella, en Navarra, donde tiene su residencia desde hace mucho tiempo.
Menudo personaje, José Luis Teruel. Genio y figura, respetado y muy querido por todos en la profesión, como igualmente le aprecian los aficionados y todos los que tenemos la suerte de conocerle, por su talento y desbordante humanidad.
Y te estarás preguntando, amigo lector, qué razón hay ahora para hablar de «El Pepe», o José Luis Teruel.
Pues porque el hombre lo está pasando mal. Está malito. Ha estado dos semanas ingresado en el Hospital Virgen del Camino de Pamplona. Hoy ha vuelto a su casa, pero no sabemos si los médicos han dado del todo con la tecla.
Claro que -como él dice, sin perder la esperanza- «estos dolores y roturas múltiples de huesos, tendrán arreglo, en las manos del doctor Ángel Hidalgo, que fue quien salvó a Rafaelillo cuando aquel miura en Pamplona lo estrelló contra las tablas».
«Entre el doctor y Dios me salvan», dice totalmente convencido.
Y un ejercicio permanente de ilusión por la vida también le lleva a la serenidad de la fe, cuando implora: «que el Señor me acoja en su seno, cuando ´camele´, y mientras tanto, que me deje tranquilito».
«Cuando Él ´camele´», insiste, musitando una oración.
José Luis Teruel ha cumplido esta semana precisamente 80 años, qué número más redondo.
Pues vamos a venirnos arriba, como los bravos.
Te queremos, maestro, y no nos puedes fallar.