Paco March
Volvieron los toros a Aragón casi dos años después del la última Feria del Pilar y lo hicieron en Calatayud, en el Coso de la Margarita y su siglo y medio de vida. No eran fiestas en la antigua Bílbilis y la corrida adquirió acontecimiento de extraordinaria , por la fecha- decíamos- y porque se anunciaba una de Ana Romero, puro encaste santacolomeño, y , con ella, tres artistas, tres circunstancias toreras y el mismo compromiso: el toreo cabal.
Los toros tuvieron seriedad dentro de las hechuras de la casa, pelos cárdenos en distintas variedades y variedad también en su comportamiento, con el que cerró plaza dando lustre a su estirpe.
Como de hacer la crónica, explicar el detalle, aquí no se trata, decir, a modo de apunte, que Morante volvió a demostrar que se ha liado el mundo por montera aceptando todos los retos, incluidos los que se propone a sí mismo, sin importar la plaza, siempre con una ilusión y determinación que, aunque ya no sorprende si aumenta el reconocimiento de la afición.
Que Diego Urdiales, veinte años de alternativa cumplidos, sigue debutando en plazas- esas injusticias del sistema- cerradas para él hasta ahora, como la de Calatayud, y tanto en las que ya sabían de su toreo amalgama de arte y clasicismo como las que ahora lo descubren se encuentran con un artista en plenitud, sin manierismos, con verdad absoluta.
Y que Tomás Campos, hecho a la vera del maestro arnedano, bebe de esa fuente- bendita fuente- y aunque los contratos escasean( Francia como salvación) a poco que le abren puertas ya se encarga él de justificar el porqué.
De esas tres tauromaquias quedó constancia en una corrida que la afición bilbilitana y quienes desde otras partes de la geografía taurina española llegaron hasta la ciudad de la Dolores, disfrutaron con tanta seriedad como agradecida felicidad, que asoma bajo las mascarillas y se expresaba rotunda en los “bieeen”, los oles, las ovaciones…y las justas y medidas recompensas a los toreros (aquí incluyo a las cuadrillas cunado ocasión hubo para ello, con mención especial a Sergio Aguilar tras banderillear al sexto).
Y mención especialísima al toreo de capa de Morante, Urdiales y Campos,
Vive la Fiesta un momento glorioso de grandes capotedores, con la verónica como piedra filosofal. Esa terna, más otros tantos ( y alguno más) que todos tenemos in mente, esculpió en la tarde bilbilitana auténticos monumentos.
Lo hizo Morante en el que abrió plaza, cadencia y gracia toreadora, que fue delicia en una larga cordobesa.
Lo hizo Urdiales en el segundo, hasta ocho verónicas encadenadas, cada una superior a la anterior, la suerte cargada, el mentón hundido, el desliz de la media en la cadera.
Y lo hizo, a lo grande, Tomás Campos en el sexto, que embestía humillado y embebido en su capote de seda y oro, una catarata de sentimiento, una belleza inmarcesible. Una obra de arte.
El compromiso de los artistas con ellos mismos, con el toreo, con el público… con la Historia, el arte, la cultura.
Esa Historia, ese arte, esa cultura, que no podrán arramblar ni sectarismos mediocres ni la cobardía intelectual y política de quienes jamás serán capaces de entender la propuesta revolucionaria que es , en sí mismo, el toreo.
Pero, por lo menos, que no jodan.