A Enrique Morente se le pararon los pulsos para siempre hoy hace una década. Pero su huella en la cultura española permanece pa los restos. Morente aporta al flamenco el asombro y lo hace entre el clasicismo y la heterodoxia, entre lo viejo y lo nuevo. Pero como este es un portal taurino, de toros se trata. Y Morente (una vocal, sólo una vocal, entre el cantaor y el torero) , como tantos flamencos, como el mismísimo Camarón, que ahora hubiera cumplido 70 años, tuvo en el toreo caudal de inspiración, arrebato del alma. Y, Enrique, como José Monge, hubiera querido ser torero.
Cada cantaor tiene su registro, como pasa con los toreros buenos. Toros y flamenco, toros y cultura. De la bulería a la pureza, de la seguiriya a la jondura, del desgarro al temple. Y, siempre, el compás. A compás anduvo por el cante y la vida Enrique Morente dejando su impronta, hecha de verdad y compromiso. El toreo, como el cante, requiere de la una y lo otro.
Morente iba a los toros, jugaba a los toros con sus hijos, cantaba al toreo. Si no escondía- al contrario- su compromiso social y político, no iba a hacerlo con su afición taurina. Y cantó al toreo, como en los “Tangos de la plaza”, maravilla poética de su admirado José Bergamín: “La plaza por ser la plaza/tiene una mitad de oro/y la otra mitad de plata”. Signo de estos tiempos raros y siniestros,
a su hija Estrella quisieron dilapidarla en la plaza pública de las redes sociales por cantar en televisión unas letras también de Bergamín: “Ni el torero mata al toro/ni el toro mata al torero/los dos se juegan la vida/al mismo azaroso juego”.
Enrique Morente fue por la vida con el pecho por delante. Por derecho. Mientras esto escribo, escucho a Morente por tangos: “Esa soledad sonora/de música, de silencio/Ese inaudito invisible/saber que es sabor del tiempo/esa ilusión del sentío/Saber y sabor torero/es más que Romero y Paula/quintaesencia del toreo”.
¡Va por usted, Maestro!