TEXTO: FRAN PÉREZ-EL MULETAZO / VÍDEO: MARCO A. HIERRO
“Charco Lentisco” podría ser el título de una serie de ficción de Netflix, y sin embargo, ese nombre de finca de toros bravos trae consigo la realidad más absoluta. Hace 30 años que España, y en especial el mundo del toro, se conmocionó al saber del asesinato de tres novilleros en la madrugada del 1 de diciembre en esta finca situada en el término municipal de Cieza.
Han pasado tres décadas desde aquel desagradable suceso y todavía no se sabe a ciencia cierta lo que realmente pasó allí aquella noche. Lo cierto es que tres jóvenes ilusionados por ser alguien en el mundo del toro perdieron la vida cuando intentaron hacer la luna (tentar a novillos en una noche de luna llena sin el permiso de su ganadero). Un acto bohemio ilegal que les hicieron pagar con lo más preciado del ser humano.
Juan Lorenzo Franco Collado (el Loren), de 22 años, Andrés Panduro Jiménez, de 20, y Juan Carlos Rumbo Fernández, de 19, quedaron esa noche para celebrar la onomástica de uno de ellos en una discoteca, y al final tomaron camino de la finca ciezana. Y es que la “marcha” para alguien que quiere ser torero es darle muletazos a un animal, sentir su peligro y adivinar a la vez que se está capacitado para la profesión.
Al mismo tiempo, en Cieza, Manuel Costa, un empresario papelero que había cumplido su sueño de convertirse en ganadero de bravo, salía de su casa camino a la de un empleado que le había invitado a degustar una cena a base de cordero a la brasa. Pese a la ilusión de ser ganadero, Manuel estaba atormentado. Y es que eran continuos los ataques nocturnos a la finca, donde los asaltantes, además de torear a las reses, las cambiaban de cercado juntado las vacas con los novillos y sementales.
Camino de la casa de José Yepes, que así se llamaba su empleado, adivinó que la noche era de luna llena y que era propicia para un nuevo ataque.
La conversación en la cena se centró en esta posibilidad, tanto fue así que dos de los hijos de José, que además ejercían de pastores en la finca, no dudaron en acompañar a su “amo” (como así llamaban a Manuel Costa) para tratar de ayudarle en el caso de que descubriera a algún asaltante.
FINCA CHARCO LENTISCO
El caso es que cerca de la tres de la mañana, Costa divisó un coche camino de su finca al que persiguió con las luces apagadas. Era el Talbot Solara de “El Loren”, novillero con picadores de Albacete, en donde iba acompañado por Andrés Panduro y Juan Carlos Rumbo, dos jóvenes promesas de la escuela taurina de la ciudad manchega.
Se da la circunstancia de que “El Loren” sabía perfectamente las condiciones únicas de “Charco Lentisco” para hacer la luna, de su tierra blanca, que con el reflejo del satélite hacía que de noche se viera hasta 200 metros. Su propietario había sido su apoderado, pero ahora no pasaban por un buen momento en cuanto a la relación personal se refiere, con lo que podría deducirse que el asalto a la finca de Manuel Costa podría ser planeado.
Junto a José Manuel Yepes y Pedro Antonio, hijos del capataz de la finca, Manuel Costa aguardó a que los novilleros manchegos salieran del coche y comenzaran a realizar su ilegal acto. “El Loren”, Panduro y Rumbo dejaron el coche escondido en el paraje de Las Lomas, muy cerca de la finca, con la intención de no ser descubiertos, y si se diera el caso, salir hacía él corriendo para huir de las represalias del ganadero y sus secuaces.
Los novilleros entraron a la finca sin sospechar que estaban siendo observados, se encaminaron a un cercado y se las vieron con un novillo, pero pronto Manuel Costa y los hijos de su capataz se hicieron presentes a tiros.
Los de Albacete salieron corriendo para escapar del acoso, pero no sabían que habían caído en la trampa. Sin compasión, los disparos de una escopeta Franchi retumbaron en el silencio de la noche. No había nada que hacer. En una loma, a 300 metros ya de la finca, los jóvenes fueron alcanzados.
Bajo la amenaza del arma de fuego, los novilleros tuvieron que mirar las caras de los que serían sus verdugos. No hubo dialéctica, ni correctivo. Allí, solo se olía a muerte. Ni “El Loren”, que se dio a conocer y que intentó dialogar con su ex apoderado y sus conocidos empleados de la finca para que no cometieran semejante disparate, pudo hacer nada.
Manuel Costa ordenó el fusilamiento y la noche ciezana se convirtió en una carnicería humana.
“No me tires. Soy el Loren, por Dios. Que me matas”, exclamaba el novillero, mientras según las declaraciones, Manuel Costa le decía a su pastor, “Pedro, tírale”.
Pedro, que contaba con tan solo 15 años, no pudo quitar la vida de alguien al que conocía. El ganadero al ver que el chaval no le obedecía, le arrebató la escopeta y disparó él mismo. Luego limpió el arma con un pañuelo y se la devolvió al muchacho.
Después de aquel crimen, empezaron las desavenencias entre el ganadero y sus empleados. No sabían que hacer para deshacerse de los cadáveres. Al principio pensaron en enterrarlos en cal viva y meterlos dentro del coche en el que habían llegado para prenderles fuego. Incluso buscaron durante un rato el vehículo, sin encontrarlo. Finalmente, Costa llamó a su abogado a Murcia y se presentó a la Guardia Civil.
En las primeras declaraciones los intervinientes en el acto criminal inculparon solo al menor de edad, Pedro Antonio Yepes, exento de responsabilidad criminal, que aceptó ante el juez ser el único culpable de las muertes a cambio de que el ganadero Manuel Costa le cediera su cuadra de caballos y veinte millones de pesetas, con lo que en teoría su hermano mayor y el dueño de la finca habrían de quedar a salvo.
La jueza del caso acompaña al menor de los Yepes en la recreación del asesinato
Pero por consejo de su padre, el capataz José Yepes, Pedro Antonio cambió la declaración culpando también del hecho delictivo a Manuel Costa, porque este no había cumplido con la parte del trato. Para el capataz de la finca, el “amo” se había convertido en el enemigo, porque no había cumplido con la parte que les había prometido.
Más tarde volvieron a cambiar los testimonios al encontrarse huellas en la escopeta Franchi de José Manuel Yepes.
Las declaraciones iban cambiando según iban apareciendo nuevas pistas sobre lo sucedido.
Los detalles de lo que pasó aquella noche trágica en “Charco Lentisco” quedarán para siempre en la confusión más absoluta. Es más, unos meses después de las muertes, apareció muerto por suicidio Jesús Saorín Guillamón, el propietario de la escopeta utilizada en los asesinatos. Según parece, el patriarca de los Yepes, había adquirido por 35.000 pesetas el arma de fuego, aunque en los papeles figuraba que pertenecía a Jesús. Todo indica que después de Yepes el arma pasó a manos del ganadero que la trasportaba en su coche aquella madrugada trágica, aunque también se investigó si esa noche, en lugar de tres, podrían haber intervenido cuatro en el asesinato de los novilleros.
Los jueces dictaminaron que la intervención de Manuel Costa, el hombre que mantenía fuertes y especialísimas relaciones de autoridad con los Yepes, fue determinante en el asesinato. Se le encontró culpable de transportar la escopeta en el maletero de su coche y de seguir a los asesinados a bordo del vehículo con las luces apagadas, para lograr sorprenderles al regreso de la cena en el domicilio de los Yepes. Igualmente fue hallado culpable de no intervenir para salvar sus vidas cuando los jóvenes fueron acorralados en un cruce de caminos y empezaron recibir disparos.
Por todo ello fue condenado por tres delitos de asesinato a otras tantas penas de 27 años de reclusión mayor y a indemnizar a las familias de las víctimas con 75 millones de pesetas. Igual pena le correspondió a su empleado José Manuel Yepes, y aunque era convicción general que Pedro Antonio Yepes participó en los hechos, sobre éste no cayó todo el peso de la ley porque era menor de edad.
Manuel Costa, ganadero de “Charco Lentisco” detenido
Tras cumplir trece años en prisión, Manuel Costa salió de la cárcel de Sangonera por ser buen recluso. La libertad no le sentó bien, ya que tras cuatro meses libre un infarto acabó con su vida.
Tras cumplir condena, José Manuel Yepes dio más que hablar en las crónicas de sucesos. En 2011 era detenido por una presunta agresión a un empresario de Abarán, Valentín S., que, a su vez, también era arrestado. Luego en 2019 la Policía encontró en su casa un punto de producción de droga con 300 plantas de marihuana.
A pesar de que el propietario de la finca y el empleado fueron condenados por el triple crimen, las indemnizaciones a las familias de los novilleros quedaron sin abonar hasta que la Audiencia Nacional determinó en una sentencia de 2016 la obligación del Estado a hacerles frente por el “defectuoso funcionamiento” de la administración de justicia.
Y es que de los acusados en el crimen, los dos empleados de la finca eran insolventes y solo el dueño era solvente. Pero la esposa del ganadero procedió a vender todos los bienes, de los que eran titulares en régimen de gananciales, incurriendo en delito de alzamiento de bienes por esas ventas y condenada por ello por la Audiencia Provincial de Murcia y por el Tribunal Supremo. Proceso judicial que ralentizó el pago de las indemnizaciones, a las que finalmente tuvo que hacerles frente la administración de justicia al cometer el fallo de no inscribir en el Registro de la Propiedad los embargos que se habían acordado en la sentencia contra Manuel Costa.
Los novilleros fallecidos iban a ser homenajeados con un festival taurino en Albacete por todo lo alto, pero el acontecimiento en el que iban a participar Dámaso González, José María Manzanares, Ortega Cano, Juan Mora, Rafael de la Viña y Manuel Caballero fue suspendido a una semana de su celebración y con los carteles ya en la calle ante las discrepancias de los familiares de los novilleros por el fin que debían tener los fondos recaudados. Los profesionales querían que todo fuera para la construcción de un monumento a “la labor social de las Escuelas Taurinas”, con especial mención al Loren, Rumbo y Panduro, mientras que los familiares pedían un mausoleo en el propio cementerio.