En la mayoría de las ocasiones, la educación se convierte en algo tan abstracto e intangible que atiende a la interpretación de cada uno. En el caso que nos ocupa, la tauromaquia, pretendemos analizar y rebatir las bases en las que se se fundamentan los deseos de prohibir el toreo a los niños.
A los más pequeños, la fiesta de los toros les podrá gustar más o menos, de igual manera que a un adulto. El niño podrá aprender a entender lo que ve, igual que el adulto, y a diferenciar entre el hombre y el animal, y entre el toro y su gato o perro de compañía.
Para denostar la tauromaquia y cuestionar su futuro, se utiliza como arma arrojadiza el veto al menor, al niño, a la clase más débil del engranaje que forma nuestra sociedad. Los argumentos que esgrimen quiénes defienden estas prohibiciones, se basan en imponer su criterio de entender el toreo como «una práctica violenta y sanguinaria», huérfana de otros valores que no sean «ver sufrir a un animal». Evidentemente, defender posiciones opuestas a estos argumentos sobre quien solamente quiera ver la sangre derramada por el animal, se torna cuestión imposible de cualquier debate.
Para quien la defienda y sienta más allá de ver la sangre (a veces del propio hombre), no le quedarán dudas de que esta fiesta es la más culta, siempre admirada por las personalidades más influyentes del mundo de la cultura de todas las generaciones y capaz de parar el tiempo cuando se contemplan pasajes de belleza y emoción tan efímeros como irrepetibles. La barbarie empieza, y termina, en quien pretende comparar la vida de un hombre con la de un animal.
La hipocresía con la que se defienden estos argumentos vacíos de coherencia, apartan la retransmisión de festejos taurinos por televisiones, como defensa del menor, pero aceptando que los niños puedan ver primeros planos de matanzas de civiles en guerras, o imágenes de hambrunas con auténticos cadáveres agonizantes, una hora y media después. Parece ser, que el primer mandamiento para el adoctrinamiento en la fe de la Taurofobiaes inculcar que la vida de un hombre es menos que la de un animal.
Pero puestos a cuestionar lo que ven los niños por televisión, y desmontar la teoría de la «violencia del toreo», repasemos las series de animación (no nos olvidemos que están realizadas expresamente para ellos) y apreciaremos que los argumentos de cada episodio se basan en matar o destruir al adversario. Incluso en las cadenas más «verdes», las más antitaurinas, aprovechan la sobremesa para la emisión de series de animación que por argumento y vocabulario, sacan los colores a la hipocresía más progre.
Bajo la justificación de la existencia de «crueldad y violencia» en la lidia, los abolicionistas justifican que se genera espontáneamente más violencia de manera automática. Es decir, que contemplando la lidia de un toro a uno le dan ganas de matar a quien tiene al lado. La lidia está canalizada y reglada, por lo que la supuesta violencia que pudiera generar la lidia nunca será una agresión producida de manera trastornada o anárquica.
Afirmar que quien ve una corrida automáticamente se convierte en un violento, es un testimonio falto de vergüenza y razón.
Sin ánimo de cuestionar lo que ocurre en otros espectáculos que mueven masas, nadie discute que el deporte sí sea «para niños». Pero resulta que en el fútbol, deporte que mueve millones de personas en todo el mundo poniéndolo como ejemplo, muchas veces se muestra como campo de cultivo para numerosas muestras de violencia explícita tanto dentro como fuera del estadio, incluso con varias muertes de espectadores. Pero aquí, nadie se rasga las vestiduras.
Además, según el diccionario, crueldad es «la falta de compasión hacia el sufrimiento ajeno», y la condición de aficionado no hace ser indiferente a ello. La sensibilidad con la que cada individuo se relaciona en la sociedad en la que vive no es patrimonio exclusivo de la forma de entenderla por parte de los grupos abolicionistas. Incluso suelen ser ellos los que desean la muerte del torero, una persona.
Hace algunos años, se realizó un informe debidamente documentado científicamente por cuatro equipos independientes en los campos de la psicología, sociología y psiquiatría, a los cuales se les exigió «independencia, muestra amplia, métodos rigurosos y replicables». Este estudio, «Posibles repercusiones psicológicas de las corridas de toros en niños menores», tras un estricto análisis de la información obtenida, se concluyó con el siguiente resumen:
«Con los datos actualmente disponibles, no se puede considerar como peligrosa la contemplación de espectáculos taurinos por menores de 14 años, cuando se trata de niños psicológicamente sanos y que acuden a estos festejos de forma esporádica, voluntariamente y acompañados de adultos que tiene actitudes positivas ante las corridas de toros. No debe olvidarse que los niños que acuden a las corridas de toros, al ser llevados por unos padres o adultos que pagan por ello, constituyen una muestra autoseleccionada procedente de un entorno social en donde las corridas de toros estén fuertemente respaldadas socialmente. No hay bases suficientes para sustentar científicamente una medida como la prohibición de entrada de los menores de 14 años en las plazas de toros.»
Por lo tanto, apartar a los niños de las plazas a golpe de ley, no atiende a razones de velar por sus derechos o defender su integridad moral como los gobernantes justifican. Estos movimientos atienden a la necesidad, por quiénes quieren abolir la fiesta de los toros, de segar de raíz la continuidad de nuevos aficionados que el día de mañana pasen por las taquillas de las plazas de toros. Apartar a los niños hoy, es extinguir el aficionado de mañana.
FOTO: IGNACIO PERELÉTEGUI – LUIS SÁNCHEZ-OLMEDO