JAVIER FERNÁNDEZ-CABALLERO
Gladiador de la soledad y guerrero del camino sin una fecha en el horizonte. Así ha sido la senda de Javier Cortés en el último lustro, más de cinco años esperando la oportunidad que le entregó Madrid en 2017 y que le valió para repetir en un glorioso 2 de mayo de 2018 para su carrera. Un año después, hace hoy doce meses, un mal viaje del animal truncó sus días hasta que el maldito COVID no le ha dejado reaparecer.
Y eso que tiene las cosas claras el rubio madrileño al que la vuelta a la calle de Alcalá en esta etapa de su profesión le ha chutado en vena de nuevo la vida que necesitaba para soñar con ser figura. Le agradece a Francia lo que España le negó: cuando ningún ganadero le echaba ni una mísera vaca, las Galias fueron su salvación y luego Madrid lo disfrutó.
Aquel 2 de mayo, al salir de una tanda aplastada y hundida con la mano derecha se enroscó al bicho hasta que tuvo el pitón por detrás del muslo, ofrecido para que se lo hundiese o pasase. Tocó sangrar por el rito y por la pureza, por la verdad del verbo torear. Mientras sangraba Javier le soplaba derechazos de los que no se podía ir, de los que sólo podía triunfar o morir. Cortés pisa el sitio que huele a cera con un temple que asusta y debe recoger su fruto.
Y luego el aciago septiembre que intentó llevarse al torero, pero no lo consiguió.
FOTO: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO