MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: EMILIO MÉNDEZ
Enrique Ponce, Fabián Barba, Joselito Adame y Pablo Aguado, que confirmaba su alternativa, se daban cita este 1 de diciembre en un nuevo festejo de la Temporada Grande Internacional en la Monumental Plaza México. Se lidiaban seis toros de Reyes Huerta y dos de Jaral de Peñas.
El toro de la ceremonia tenía dentro algo más que docilidad bobalicona, pero le fue difícil a Pablo Aguado someter con su habitual elegancia dada la molestia constante del viento. Tenía correa el toro, que se iba con la cara arriba del embroque hacia adelante y no terminaba de armonizarse el toreo del sevillano. Pero nunca se descompuso, nunca se vino abajo y nunca dejó de interpretar tu toreo, le fuera posible o no. Fue a morir con sus armas, Aguado, y eso habla de su personalidad, por mucho que se impacientase el hoy muy nutrido tendido. Mal con la espada, que hizo guardia, y peor con el descabello, fue pitado.
Distinto tipo tenía el castaño segundo, de Reyes Huerta, que arrancó con prontitud a los cites del saludo a la verónica de Ponce, brillante, pero se fue frenando cada vez más. Embistió mejor en el quite, con dos verónicas y una larga en las que humilló con calidad. Fue espléndido el inicio de muleta, asentado, con armonía y gusto en el toreo de mano diestra, sin exigir pero sin decaer. Explosiva la faena en sus comienzos porque sabía Enrique que tendría poca duración el toro antes de agriarse. Y entre el viento, que arreció, y el temperamento hosco del bicho, se fue viniendo todo abajo.
El tercero fue el que más difícil lo puso en sus ademanes y el su fondo, y puso en un compromiso a un Fabián Barba que nunca le volvió la cara. Actuación enrazada, profesional y comprometida con su situación que no le permitió, sin embargo, pasear trofeo alguno.
El primero de Jaral de Peñas fue también el primero de embestida clara y entregada, lo que aprovechó Joselito Adame para montar su espectáculo y llegar mucho al tendido. De rodillas comenzó su faena de muleta, con mucha transmisión para llegar arriba, con un toreo de asiento y compromiso con la mano derecha y la decisión para salir a cortar orejas. Concluyó con manoletinas muy celebradas y una estocada al segundo intento que le puso, aún así, una oreja en la mano. Arrastre lento para el buen toro.
Al quinto, de Reyes Huerta, le faltó clase en la embestida y careció de ritmo en el inicio muletero. Pero nunca se quiso ir hacia adelante el cárdeno lucero, que al menos se definió pronto en la renuencia de no querer que hubiese faena en la pelea con Enrique. Tampoco brilló con la espada y el silencio le acompañó.
Siempre a favor del toro lo hizo todo Fabián Barba con el sexto, con el que sacó el de Aguascalientes todo el oficio del mundo para meter en cintura a un animal desordenado e informal en los primeros tercios. Por abajo se lo quiso hacer todo Fabián al animal, que se le fue quedando corto, a buscar los tobillos en los remates y a reponer ligeramente mientras el viento no dejaba de hacer su presencia. Aún tuvo paciencia el torero para dejar algún natural de bella factura entre los cabezazos defensivos del toro de Reyes Huerta. Incomprensiblemente, el tendido no estuvo con él. Pinchó, además, y todo quedó en silencio.
Una tremenda voltereta en el primer tercio, después de derribar al picador de turno, hizo que el séptimo de la tarde, de Reyes Huerta, se viese muy mermado de facultades en el capote con que lo quiso mimar mucho Joselito Adame. Por eso quitó por navarras, sin exigir nada al animal, para conservarle las cualidades y la humillación que mostraba. Buen acompañamiento dejó en el inicio, donde embistió con ritmo y con entrega el toro. Pero también con poder, lo que no siempre se esperó José, que tardó en gobernar por querer torear antes de la cuenta. Y sólo cuando Adame le otorgó importancia y se entregó con la mano diestra, se fue adelante con empleo y con transmisión, aunque el ademán retorcido de Joselito Adame desatara una escandalera en el tendido. Y más aún cuando reventó al de Reyes Huerta de un rotundo espadazo. Celebró el tendido el único golpe de descabello como si México hubiese ganado el mundial de fútbol. Dos orejas y salida en hombros.
Largo y alto era el octavo, muy en hechuras de su origen Parladé, pero con pocas ganas de repetir en el capote que manejaba Pablo Aguado. Y le costó conectar con el tendido al sevillano, que tardó mucho en meterse con el de Jaral de Peñas y comenzar a exigirle por entender que se vendría abajo. Y entre las dificultades del animal y el encrespamiento del viento todo terminó en desilusión. Silencio.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros Monumental de México. Quinta de la Temporada Grande Internacional. Corrida de toros. Tres cuartos de entrada.
Seis toros de Reyes Huerta y dos de Jaral de Peñas (cuarto y sexto), correctos de presencia. Áspero y correoso el cárdeno primero; humillado con el fondo justo y a menos el defensivo segundo; mansurrón y sin voluntad de cogerla el peligroso tercero; de buena clase y calidad el gran cuarto, de arrastre lento; renuente y deslucido el quinto; desordenado e informal el sexto; importante y serio en todo el bravo séptimo, de arrastre lento; vulgarón y sin brillo el octavo.
Enrique Ponce (blanco y azabache): silencio y silencio.
Fabián Barba (fucsia y oro): silencio y silencio.
Joselito Adame (marino y oro): oreja y dos orejas.
Pablo Aguado, que confirmaba su alternativa (azul azafata y oro): pitos tras aviso y silencio.