TEXTO: MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO
Hay tardes en que lo que parece peyorativo a ojos de cualquier otra circunstancia se toma aquí como ley porque se busca la cercanía de lo querido. Y lo que uno no quiere nunca -obviamente. Es que le quiten lo bailao, pero eso ya va a ser difícil que ocurra. Para bien y para mal.
A Álvaro Lorenzo ya nadie le podrá quitar el saludo al sexto con el compás abierto y el terreno ganado hacia adelante. Nadie podrá arrebatarle el toreo de elegante y ralentizada mano izquierda. Nadie, absolutamente nadie puede arrebatarle lo ganado en este ruedo en otras tardes, pero hoy había que celebrar que era hoy, y para eso estaba clavado älvaro en el inicio de estauarios al sexto. Para eso le ofreció la suavidad de su trapo en la distancia para ver si lograba trabajar las inercias. Y fue emotivo mientras duró, pero duró poco. Lo que duró el último de corrida. El de la clase.
Porque la tuvo para empujar las puntas de los pitones con la entrega de los riñones metidos, y para volcar la cara con tremenda calidad cuando la muleta de Lorenzo viajaba con la seguridad de la muerte. Pero se acabó. Y en aquel momento ya estaba dejando en la estacada al que sería su matador. Pero tuvo que terminar con Manoletinas de tremendo ajuste para justificar la ausencia de carteles en España.
También Román se ajustó con sus dos toros. Es verdad que lo hizo, pero falta fondo. Esa es la impresión, aunque no se ajuste a la realidad, porque es torero joven aún y con margen para el desarrollo, pero la candidez y la inocencia, por muchos pelés que enseñen, tienen el recorrido corto y fácil la explicación. Hoy bien pudo haber paseado una oreja de coraje y de arrestos, porque a punto estuvo un par de veces de verse los muslos partidos en dos de un navajazo. Bien pudo hacerlo, aunque no accediese el palco. Y aún así, un par de muletazos fue el bagaje.
Más bagaje que los dos silencios que anuncia la reseña tuvo Joselito Adame en su compromiso de Madrid, pero anduvo tan desigual con sus dos toros que parecieron dos toreros distintos el que naufragó contra el primero y el viento y el que anduvo mucho más que digno con el exigente cuarto. Se le presupone más capacidad a José, es verdad, pero hoy la tomaron con él los mismos que lo pusieron en ambiente, porque la Iglesia jamás dejará de tener doctores.
Y uno de ellos fue Joselito, el que se apellida Arroyo, que hoy echó una corrillada que no dejó satifecho a nadie. Les faltó el fondo y les faltó la raza. O les faltó el empuje y la duración porque no apareció la bravuira. Y también parece exiguo el bagaje del último de corrida, aunque fuera sin ninguna duda el último, el de la clase.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Cuarta de la Feria de San Isidro. Corrida de toros. Unas 17.000 personas.
Cuatro toros de El Tajo (primero, cuarto, quinto y sexto), dos de La Reina (segundo y tercero), un sobrero de Torrealta (segundo bis) y otro de Montealto (tercero bis), serios y con cuajo sobrado. Aplomado y sin viaje el insulso primero. Devuelto el precioso segundo por lastimarse en el ruedo; áspero y de cara suelta el violento y díscolo segundo bis. Devuelto el tercero por inválido; agresivo, reponedor y violento el tercero bis. Con calidad sin fondo de bravura el castaño quinto. De buena clase, emuje y ritmo a menos el sexto.
Joselito Adame (gris plomo y oro): silencio y silencio.
Román (gris plomo y oro): vuelta y silencio tras aviso.
Álvaro Lorenzo (canela y oro): silencio y ovación.